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Bible Black: Sacrifice.

By: Osborne
folder Spanish › Anime
Rating: Adult ++
Chapters: 2
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Disclaimer: I do not own the anime/manga that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story.
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Capítulo I

Disclaimer: Bible Black is property of Active Soft, Milky Anime and Kitty Media.

This fanfic is the direct continuation of the two OVAS of Bible Black: Origins. The action sets at the next morning of the ritual of Nami Kozono. This story tells what happened to Reika Kitami when she escaped from the room where she survived to the ritual. It also tells the destiny of Hiroko Takashiro, and the origin of the book that started all.

The story has two original characters: a student of the institute who, without knowing, has a indirect relation with the ritual of Kozono, and a police inspector, who wants to investigate the details of the ritual and the death of Takashiro´s friends. In fact, it tries to be a bridge between “Origins” and “La noche de Walpurgis”. Like the original anime, it contain sex scenes.

Note: in spanish, the dialogues are marked with the sign -, and the thoughts of the characters are between marks “ and ”.

If someone can read an story in spanish, I hope enjoys it.

Por si alguien puede leer en español: Este fanfic es la continuación directa de los OVAS 1 y 2 de Bible Black Origins. Cuenta lo que sucedió a la mañana siguiente del ritual de Kozono, cuando Reika Kitami salió de la habitación donde sobrevivió al ritual y también cuenta lo que fue de Hiroko Takashiro. Trata de ser un puente entre “Origins” y “la noche de Walpurgis”.

Evidentemente, Takashi Nishizaki y el inspector Toshio son personajes de creación propia.

Agradecimientos: A Patty, la responsable de la web “The Ninth Circle: a dedication to Bible Black” (http://votivus.org) cuyo detallado análisis de este anime me inspiró a escribir esta historia. Patty´s “The ninth circle” homepage was an inspiration for me to write this story.

My email: sempronio12@hotmail.com


Bible Black: Sacrifice

Capítulo I

HIROKO TAKASHIRO: ¿Qué es esto?

RIE MORITA: Lo encontré ayer en la tienda de antigüedades. Debe de ser un original, escrito a mano.

SAKI SHIDO: Parece viejo. ¿Era caro?

RIE MORITA: No del todo. Lo encontré entre un montón de libros viejos.

HIROKO TAKASHIRO: Un libro de magia escrito a mano… Probablemente fue escrito por un sacerdote en la Edad Media.

RIE MORITA: Vaya hallazgo, ¿eh?


Extraído de “Bible Black Origins, OVA 1”.

LA MAÑANA SIGUIENTE DE LA NOCHE DE WALPURGIS


-Nami Kozono era una chica peculiar, inspector- contestó Nishizaki al investigador de la policía que se había presentado en su apartamento a primeras horas de la mañana- Cómo diría yo… era una chica que no aceptaba un no por respuesta.

El inspector enarcó las cejas. Notaba que el joven muchacho al que estaba interrogando hablaba en círculos, como queriendo evitar pronunciarse sobre algo embarazoso. Con un gesto, le animó a que prosiguiera.

-A Nami no le gustaban los chicos- se decidió a decir Nishizaki- Más bien, las chicas. ¿Me comprende? Ella era lesbiana… y no son rumores… todo el instituto lo sabía.

Nishizaki comprendía que el hecho de que aquel inspector se hubiera presentado en casa para interrogarle no era casual. En el instituto donde estudiaba se habían suspendido las clases hasta nuevo aviso; todo debido al macabro descubrimiento de unos cadáveres en un sótano del instituto. Todo el mundo hablaba de ello, pero nadie sabía nada. Y la policía estaba investigando el caso.

-¿Mantenía ella relaciones con alguna chica?- preguntó el inspector sin darle importancia a lo que había dicho Nishizaki.

-Ultimamente se relacionaba con Junko Mochida… Una chica aplicada, de las que sacan buenas notas.

El inspector guardó silencio durante unos instantes para anunciar a continuación:

-La señorita Mochida ha intentado suicidarse.

Nishizaki desvió la mirada a un lado.

-¿Cómo ha sido?

-Con una sobredosis de somníferos. Está ingresada en el hospital.

Nishizaki comenzó a atar cabos. La cruel Nami Kozono, la lesbiana que acudía todos los días a clase en la limusina de sus padres, la que cuando se encaprichaba con algo no cejaba hasta conseguirlo, la que todo el mundo en el instituto respetaba y temía, era una de las que había fallecido en aquel sótano. Sólo por aquel motivo Mochida habría intentado acabar con su propia vida. Seguramente ella la querría de verdad, pero Nami no se merecía un amor tan sincero.

-Es horrible-comentó Nishizaki.

-¿Fue ella la que se masturbó durante una conferencia delante de todos los alumnos en el salón de plenos del instituto?- preguntó el inspector sin la menor delicadeza, con tono muy profesional.

A Nishizaki le pilló por sorpresa la pregunta. Claro que sí. Asintió moviendo levemente la cabeza, con la cara enrojecida. Había sido un espectáculo tan morboso para el público, como humillante debía haber sido para ella. Sin ninguna explicación lógica, en mitad del soporífero discurso, Junko se había desnudado delante de todos, presa de una incontrolable excitación y comenzó a tocarse hasta hacer testigo a todos los alumnos de un orgasmo producido con sus propios dedos.

-Cambiemos de tema- dijo el inspector- ¿venden material satánico en la tienda?

-No lo sé- se apresuró a contestar Nishizaki – Eso debería preguntárselo a mi tío.

En aquel instanté, odió ser huérfano de padre y madre, y que su tío materno hubiera pasado a ser su tutor hasta que cumpliera la mayoría de edad. El negocio que regentaba su tío (una tienda de antigüedades donde se podían hallar los más variopintos artículos) muy posiblemente pasaría a ser suyo. Era un negocio familiar, pero Nishizaki detestaba la idea de convertirse en anticuario.

-Vendemos, sobre todo, libros antiguos- precisó Nishizaki.

-¿Y de esos temas en concreto?

-A lo mejor sí, no sabría decirle. Si hace falta puedo consultar los inventarios. O incluso, llamar a mi tío por teléfono al hotel. Está de viaje en Francia, en una convención de anticuarios. Se podría decir que yo estoy al frente de la tienda mientras no está.

El inspector garabateó unas anotaciones en una libreta vieja y gastada.

-No hará falta- dijo él guardándose la libreta en un bolsillo de la gabardina.

Parecía que la entrevista acababa allí. Nishizaki acompañó al inspector hasta la puerta de la vivienda.

-Una cosa más…- dijo el inspector, antes de que Nishizaki se despidiera de él.

-Usted dirá.

-¿Conoce a una chica llamada Reika Kitami?

-No.

Fue un “no” rotundo.

-¿No es alumna de su clase?- insistió el inspector.

-Sí. Bueno, quiero decir… sé quien es, pero no la conozco mucho… es una chica nueva, se ha cambiado a nuestro instituto hace poco…. ¿la ha pasado algo?

-Lleva un día desaparecida. Si tiene noticias de ella avise a la policía ¿de acuerdo?

-Sí, señor.

Nada más salir el inspector de la casa, Nishizaki intuyó que aquél no sería su último contacto con la policía. A lo lejos, se oyeron unos truenos. El cielo volvía a amenazar lluvia.

Nishizaki vio a través de la ventana de su habitación como el inspector se montaba en un coche patrulla y se alejaba del barrio.

-…y acabó preguntando por ti- dijo Nishizaki a la joven que se hallaba tumbada en la cama de su habitación, dormida desde hacía dos horas. La prueba de que Takashi Nishizaki había mentido al inspector de policía, porque ella se llamaba Reika Kitami; la chica desparecida.

No era la primera vez que Nishizaki entraba a la habitación a interesarse por ella.

Recordó cómo comenzó todo, aquella extraña mañana del uno de mayo que se presentaba como el día soleado de una jornada normal. Mientras él limpiaba el cristal del escaparate de la tienda tras recibir la llamada telefónica de un amigo que le dijo que no habría clase, la vio. Vio a Reika Kitami, la chica recién llegada al instituto, deambulando por la calle desierta, con la mirada perdida, con su cuerpo desnudo. Nishizaki, al verla, dejó lo que estaba haciendo y se dirigió a ella. Su cuerpo estaba recubierto de manchas de una sustancia reseca y de color rojo oscuro. Nishizaki se dio cuenta de que era sangre, a pesar de que ella no tenía ninguna herida abierta.

La habló varias veces, pero ella no reaccionó. Movido por un extraño sentido de lo que debía hacer, se cercioró de que no había nadie más mirando por la calle y la introdujo en la tienda, subiéndola al piso de arriba (el cual constituía el apartamento donde él y su tío vivían, comunicado directamente con el establecimiento de la planta baja a través de unas escaleras).

Recordó haberla metido en la ducha, y lavarla cuidadosamente con una esponja y jabón. Para vestirla, la proporcionó uno sus pijamas. Ella estuvo inconsciente, con los ojos entreabiertos durante el proceso, como si sufriera sonambulismo. Al final, la tumbó en la cama de su habitación, esperando que antes o después despertara.

Qué fácil habría sido todo de avisar a la policía o a una ambulancia nada más encontrarla. Pero Nishizaki se sentía como el extraño poseedor de un regalo del destino. En su casa estaba Reika Kitami, la chica nueva que se había presentado ante toda la clase con una gentil sonrisa, la que tenía que preguntar dónde se encontraban los servicios y a la que le gustaba dar de comer a un perro callejero que solía frecuentar los alrededores del instituto. Pero no se daba cuenta de que cuanto más tiempo pasaba, más se complicaba su situación.

Nishizaki había mentido a la policía en todo. Una cosa era decir imprecisiones, como ocultar que Kozono se había encaprichado de Seiichi Hiratani, un chico de aspecto sucio y desaliñado que también suspiraba por su amor y que para sorpresa de todos, recibió el privilegio de poder acudir al instituto sentado junto a ella en el asiento de atrás de su limusina. Y otra muy distinta mentir sobre el libro.

Claro que en la tienda se vendía material satánico. Por lo menos, un artículo; el número 259, una Biblia manuscrita con las tapas negras y una pequeña cadena de metal terminada en un broche en forma de estrella de seis puntas.

De repente, Kitami abrió los ojos. Nishizaki sonrió aliviado.

-¿Qué tal estás?- dijo él, con una extraña dulzura, ajena a las circunstancias en las que la había hallado.

Kitami mantuvo la calma. No se asustó, ni se apresuró a preguntar dónde estaba.

-T…t… tengo hambre- susurró ella, retirando la sábana que la cubría.

Nishizaki fue a la cocina a buscar algo sustancioso para comer, que no requiriera cocinarse. Optó por un tazón de leche calentada apresuradamente en el microondas, acompañado de dos panecillos y un montón de galletas. Se lo llevó en una bandeja y Kitami lo devoró todo en poco tiempo, como si llevara un día sin comer.

-¿Qué te ha pasado?- preguntó Nishizaki, al ver que ella no iba a decir nada tras el apresurado tentempié.

De repente, Kitami clavó su mirada en él. Le sonrió, pero no era una sonrisa de gratitud, sino una sonrisa malévola, casi sádica. La de los que hallan placer en el sufrimiento ajeno.

Kitami se relamió los labios, como si saboreara la leche que le goteaba en las comisuras.

-Pobre mortal- dijo ella.

Nishizaki tuvo un presentimiento que, al instante se confirmó.

Kitami se incorporó de la cama y Nishizaki experimentó como una extraña fuerza invisible le levantaba del suelo y le empujaba hacia la pared, dejándole su espalda pegada. ¡No podía moverse!

Kitami se acercó a él paso a paso. Era como si la fuerza que aprisionaba al chico viniera de una fuerza demoníaca que la joven irradiara. Y Nishizaki notó cómo esa fuerza invisible pasó a concentrarse en su garganta; dos manos invisibles le envolvieron el cuello, cortándole la respiración.

-Vas a morir- anunció Kitami, entre risas.

La vida de Nishizaki pasó en un momento ante sus ojos; los tiempos felices cuando sus padres vivían, antes de que el accidente de avión le dejara huérfano, la extraña labor que su madre y su tío realizaban, siempre consultando viejos manuscritos y pergaminos… y de entre la sensación de que su vida acabaría allí, surgió un dulce recuerdo. Cuando él era muy niño, hubo una temporada en la que no podía dormir, porque tenía miedo a la oscuridad. Entonces, su madre le habló de un conjuro que mantenía alejados a los espíritus malignos.

Nishizaki siempre consideró aquello una simple anécdota, porque nunca se le ocurrió usar aquel conjuro. Nunca lo había necesitado. Hasta ahora.

Miró hacia Kitami, desafiante, con las esperanzas puestas en él. Utilizó el aire que le quedaba en los pulmones para pronunciarlo.

-Yette senma remai- dijo Nishizaki, sin convicción.

Al oirlo, Kitami dejó de sonreir. Nishizaki se vio libre de la fuerza que le aprisionaba. Se dirigió hacia ella y extendió el brazo derecho. Según su madre, para que fuera eficaz debía ser pronunciado tres veces.

-Yette senma remai- repitió Nishizaki, esperanzado por su inesperado contraataque.

Kitami cayó al suelo, con una mueca de rabia en su cara. Intentó levantarse, mientras apretaba el puño de la mano derecha, totalmente frustrada.

-Yette senma remai- dijo Nishizaki por última vez.

Kitami cerró los ojos, y sus facciones se volvieron humanas. Parecía que volvía a dormirse. Nishizaki reconoció por fin en ella a la chica que había recogido.

Se sentía agotado, y respiró hondo. Se agachó para ver mejor a Kitami. Durante el trance, Nishizaki hubiera podido jurar que no era ella. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había podido acabar así?

La tumbó de nuevo en la cama. De repente tuvo la sensación de que la noche anterior… aquella Biblia Negra… el club de magia de Hiroko Takashiro, la que leía el destino en las cartas del tarot… algo terrible había sucedido, tan convencido estaba de ello como de que aquel conjuro que recordaba de niño le había salvado la vida y le había hecho sentirse un poco más cerca de su madre.

-¿Me estáis tomando el pelo?-pregunta Takashi Nishizaki a Hiroko Takashiro y a Rie Morita- ¿Cinco mil yenes por un amuleto?

Aquello sucedía la semana pasada. En alguna ocasión Nishizaki había recurrido a los servicios de Takashiro para que ella le leyera el destino en las cartas. Esta vez, se trataba de algo distinto. Entre lo estudiantes, se comentaba que el grupo del club de magia de Takashiro vendía una especie de amuletos con los cuales era posible enamorar a las chicas.

Nishizaki tenía curiosidad. Nunca había reunido el coraje suficiente para expresar a una chica sus sentimientos, y aquello parecía interesante. El se imaginaba que unas pocas monedas bastarían para pagar el amuleto… por desgracia se confundía. Cinco mil yenes era demasiado dinero. Además, era muy raro que Takashiro y Morita le hubieran citado en la sala de calderas de la ducha del gimnasio, un lugar donde nadie pasaba por ahí, a excepción de los técnicos de mantenimiento una vez cada tres meses… como si fueran a venderle algo prohibido.

-Cinco mil yenes- repite Morita- O lo tomas o lo dejas.

-Sólo tengo doscientos- sonríe Nishizaki, pensando que el precio es una broma.

-Nos estás haciendo perder el tiempo- dice Takashiro-¿Lo quieres o no?

Takashiro tiene en su mano un monigote hecho con papel recortado. Es muy fácil, según había explicado ella antes. Se escribe la letra de la inicial del apellido de la chica con la quieres follar y ella caerá a tus pies. Así de simple.

Nishizaki quiere seguirles el juego, aunque siente que detrás de eso hay algo maligno. Lo nota en sus rostros, en la dureza de sus miradas. Tiene un pálpito. Desde hace varios días, los servicios del instituto son una orgía continúa. Los estudiantes van ahí con las chicas a copular de todas las maneras posibles. Nishizaki fue testigo hace una hora de cómo un compañero de clase se montaba un trío con dos chicas de un curso inferior. Una cosa es que las parejas se citen a escondidas para meterse mano, pero que lo haga tanta gente tan a menudo no es normal.

-Si lo vendéis tan caro…- Nishizaki no se percata de que está pensando en voz alta- Es porque no vendéis simples amuletos... Eso funciona…

-Qué listo eres…- sonrie Morita con desdén.

Las miradas de Nishizaki y Takashiro se cruzan. El se queda sin respiración; comprende que ellas están manejando un poder mágico que sólo es la punta del iceberg. Se queda blanco como la cera, y apenas logra tragar saliva. Olvida el nombre de la chica por la que quiere el amuleto, esa chica nueva que acaba de llegar al instituto…

Nishizaki niega con la cabeza. No hay trato, quiere decir. Y apenas logra reunir fuerzas para decir a ellas dos, a modo de aviso:

-Estáis jugando con fuego. ¿Lo sabíais?

Nishizaki volvió al presente. Fuera de la casa, comenzó a llover de nuevo. El sonido de la lluvia al caer se mezclaba con los truenos.

Mientras Kitami parecía ser de nuevo humana, Nishizaki continuó uniendo recuerdos. Las últimas palabras de su tío antes de marchar al aeropuerto para embarcar de viaje a París….

-He vendido la Biblia Negra a una alumna de tu instituto, la que tenía entre los libros de saldo… era una chica con coletas… Me parece que lo único que le interesaba era comprar un libro viejo para jugar a las brujas.

Tenía que ser eso. Aquel libro era algo más que un recopilatorio de delirios escritos por algún perturbado durante la Edad Media (Nishizaki no entendía como su tío cometió el descuido de mezclar entre los libros de precio rebajado un ejemplar por el que se podía pedir tanto dinero). Los hechizos escritos en él funcionaban.

Nishizaki miró por la ventana. Nadie paseaba por el barrio debido a la lluvia, que se estaba convirtiendo en un fuerte aguacero. Ahora resultaba que la hechicería no era una consecuencia del miedo y la superstición de los tiempos antiguos. Era algo real, como las dudas qué se cernían sobre él. ¿Cómo era posible que su madre le enseñara un hechizo que funcionaba contra los espíritus malignos? ¿En qué andaban metidos sus padres cuando dedicaban casi todo el tiempo a estudiar libros y rituales antiguos?

La joven seguía tumbada en la cama, y Nishizaki se acercó un poco para observarla.

De pronto, ella frunció el ceño. Kitami comenzó a girar la cabeza de un lado para otro.

-¿Por qué yo?... ¿por qué yo?...

Nishizaki quedó conmovido por su tono. Parecía estar reviviendo una pesadilla de la que no podía despertar.

-No quiero morir… no quiero morir… no quiero morir…

Entonces, recordó la caja fuerte en la que su tío guardaba el artículo que pondría a la venta cuando volviera de viaje de París; media docena de pergaminos manuscritos con tinta negra hacía siglos. El tío de Nishizaki había comprobado que en ellos estaban escritos algunas copias de los conjuros que tenía la Biblia Negra.

Nishizaki salió de la habitación, bajó las escaleras, cogió la llave de la caja fuerte que su tío escondía en el almacén de la tienda y tras girar la rueda de la cerradura aplicando la combinación, se hizo con ellos.

No sabía lo que buscaba. De lo único que estaba seguro es que lo sabría cuando lo encontrara.

Armado con tres libros que trataban sobre la gramática de textos antiguos, Nishizaki se enclaustró en el taller de restauración, una pequeña habitación que constituía el lugar donde se reparaban los libros que presentaban roturas en la encuadernación o en las hojas. Le esperaba una tarea ardua; aspiraba a encontrar algo que le diera una pista sobre qué podía haber sucedido con Kitami. Porque se temía que la brujería tenía mucho que ver.

El problema en sí no era sólo traducir los párrafos, que se hallaban escritos en una mezcla de lengua romance, latín y griego arcaico. Una vez traducido, había que interpretar lo que decían, ya que su lenguaje era muy metafórico e impreciso.

Tardó una hora en traducir un párrafo escogido al azar. “Para hacer bailar una mujer desnuda…” y resultó que se hallaba incompleto. No le valía.

Perdió la noción del tiempo, olvidándose de almorzar, enfrascado en intrincados análisis morfosintácticos, analizando, especulando, escribiendo en un cuaderno las posibles traducciones, consultando aquellos volúmenes de gramática escritos por autores olvidados. Cuando llevaba analizado más de la mitad del texto de los pergaminos, comprendió que se hallaba ante una versión resumida de la Biblia Negra, como si su creación hubiese tenido por objeto el tener a mano un resumen de los hechizos más importantes.

Justo en el momento en que se iba a tomar un descanso, creyó que lo había logrado. Eran poco más de las seis de la tarde. El texto decía “para conocer lo que fue y nunca volverá a ser”. También incluía instrucciones precisas para llevarlo a cabo; Nishizaki necesitaría un puñado de arena, saber dibujar un hexagrama en el suelo y unas gotas de la sangre de Reika Kitami. Sería fácil coger un cuchillo esterilizado con alcohol, practicarla un corte en un dedo sin que ella se enterara y recoger la sangre en un vaso de cristal. La arena la obtendría de uno de los relojes de arena del almacén, los cuales saldrían a la venta próximamente… pero el rito exigía algo que obligaría a Nishizaki a enfrentarse, de nuevo aquel día, con su propio pasado. Entonces decidió que el ritual se llevara a cabo en el propio almacén de la tienda, un lugar sin ventanas en el que podría obrar sin ser visto.

Todo lo que a Nishizaki le quedaba de sus padres se hallaba en un baúl, situado al fondo del almacén. Una amplia colección de fotos (Nishizaki ni las miró, las conocía muy bien de verlas en otras ocasiones), títulos académicos de sus padres, algunas prendas de ropa… entre ellas una que a él le suscitaba grandes dudas, una túnica de paño grueso de color marrón, que había pertenecido a su padre. La única vez que a Nishizaki se le ocurrió preguntarle a su tío, éste le contestó:

-A los padres hay que quererles siempre, aunque no estemos de acuerdo con lo que hagan.

Nishizaki terminó de dibujar con tiza el hexagrama en el suelo del almacén, trazando un círculo alrededor de la forma geométrica y pensando en que su tío nunca hablaba de ello.

“Papá, mamá… ¿Qué hacíais durante aquellos largos viajes por Irlanda?” pensaba él mirando el suelo pintado con tiza. El dibujo salió bien a la primera. Era extraño que no le fallara el pulso.

Uno de los requisitos del ritual exigía vestirse sólo con “ropaje adecuado”. Nishizaki se quitó la ropa y se cubrió con la túnica. Tenía la sensación de que estaba imitando algo que su padre hiciera años atrás en Irlanda, el país de las tradiciones milenarias y de los ritos paganos de los celtas, los cuales eran diametralmente opuestos a la cultura japonesa de la que Nishizaki era hijo.

En la mano izquierda tenía el vaso con la sangre de Kitami, y en la derecha un puñado de arena. Se situó encima del hexagrama y pronunció unas palabras ininteligibles en un idioma arcaico, las cuales daban inicio al ritual. Un par de velas mal puestas en un candelabro de plata apenas iluminaban el interior del almacén.

-Amo y señor del inframundo- pronunció Nishizaki, con voz temblorosa- ábreme las puertas del pasado, porque este siervo tuyo quiere conocer lo que fue y nunca volverá a ser.

Vertió unas gotas de la sangre de Kitami sobre el puñado de arena de su mano derecha y a continuación, dejó caer la arena mezclada sobre el suelo. Cuando pensaba que el ritual era una patraña, vio, estupefacto, como la arena del suelo desafiaba a la fuerza de la gravedad, volviendo a amontonarse dócilmente en su mano. Como si el tiempo invirtiera su natural transcurso y las horas, los minutos y los segundos marcharan hacía atrás en vez de hacia delante.

La oscuridad le envolvió por completo.

Se sentía etéreo, muy ligero, como si estuviera hecho de aire y no de materia sólida… aunque esta sensación pronto fue sustituida por el asombro. De improviso, comprobó que se hallaba en una nave industrial abandonada. Por el color de la luz que se filtraba por unos ventanales rotos, intuyó que eran las seis o las siete de la tarde.

Pero lo que más le sorprendió es que no se hallaba solo. Delante de él había cinco figuras, cuatro hombres y una chica joven. Los hombres llevaban ropas que denotaban su origen marginal. Nada más verlos, Nishizaki intuyó que debía tratarse de una pandilla de matones; ellos estaban alrededor de la chica, la cual vestía un abrigo caro y tenía el pelo negro con una larga coleta detrás.

Nishizaki reconoció inmediatamente a la chica. Era Nami Kozono.

-¿Kozono?- la preguntó Nishizaki. A pesar de que no simpatizaba para nada con ella, le alegraba ver un rostro conocido en una situación tan insólita. Kozono le ignoró y ninguno del grupo de los cuatro hizo gesto alguno a Nishizaki, a pesar de que él se hallaba literalmente delante de ellos.

-Ellos no te han mentido- dijo Kozono a alguien que se hallaba detrás de Nishizaki- Tu perro está herido.

Kozono tiró al suelo una bolsa de tela ensangrentada y Nishizaki oyó un chillido. Al otro lado se hallaba Reika Kitami sentada en el suelo, con el rostro desencajado de terror. Nishizaki comprobó que la bolsa contenía un animal peludo muerto.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué no le veían? Lo comprendió al instante. Estaba viendo algo que ya había sucedido. No se podía cambiar el pasado, ni siquiera con la magia.

-Es una lástima-prosiguió Kozono- porque me gustabas. Vas a ser nuestro sacrificio, y nos darás mucho poder. Pero antes, dejaré que te diviertas.

Kozono se dirigió al que presumiblemente era el jefe de los matones, mientras el resto del grupo se acercaba a Kitami y la desnudaban quitándole la ropa a tirones.

-Haced lo que queráis con ella- dijo Kozono al jefe- pero sólo por detrás. Quiero que la mantengáis virgen.

Ella les dejó solos.

Nishizaki vio, primero confuso y luego impotente, como los matones violaban a Kitami. La ataron con cuerdas y la manosearon y la sobaron por todas las partes posibles. Era asqueroso ver como cuatro personas abusaban de una chica indefensa. En un momento dado, uno de ellos la penetró por la vagina, haciéndola sangrar. Reika Kitami ya no era virgen. Entre risas, los del grupo no le dieron importancia al hecho, a pesar de la advertencia de Kozono.

Nishizaki, la presencia etérea que no podía hacer nada y lo veía todo, quería irse de allí corriendo. Si tuviera manos, se habría tapado los ojos con ellas. No quiero verlo, se decía mentalmente. Quería gritar, pero de él no habría surgido ningún sonido...

Y la misma fuerza que le llevó allí hizo que todo se desvaneciera a su alrededor.

“No tengo prisa” pensó Nishizaki en el nuevo lugar donde se hallaba. Ahora, volvía a estar con alguien conocido, en un cuarto pequeño de paredes de cemento y mal iluminado con una bombilla en el techo. Nishizaki ignoraba porque Hiroko Takashiro estaba encerrada allí, vestida con un pijama de hospital, maniatada y amordazada. La chica pelirroja llevaba tiempo intentando desatarse las manos, aflojando las ataduras. Por lo menos, pensaba él, ya no podría volver a ver algo tan horroroso como una violación en grupo.

Aburrido de contemplar los lentos progresos de Takashiro para liberarse, Nishizaki descubrió que su condición etérea le permitía atravesar las paredes. Antes de marcharse, dirigió una mirada a Takashiro. Siempre le había parecido una chica guapa.

Afuera del cuarto había unas escaleras que conducían hacia arriba. El etéreo Nishizaki siguió su camino. Tras atravesar una puerta, pasó a una estancia que identificó como un sótano. Varios candelabros lo iluminaban. Unos metros más adelante, distinguió un grupo de chicas, vestidas únicamente con túnicas oscuras que cubrían sus cuerpos desnudos, alrededor de un bloque de hormigón rectangular. Una de ellas sostenía una espada con las dos manos.

-Nester jesus, nester jesus nester jesus…- era la letanía repetitiva que entonaban las integrantes del grupo. Nishizaki se acercó a ellas, sabiendo que su presencia no alteraría el desarrollo de los acontecimientos. La que sostenía la espada la levantó en alto y comenzó a decir.

-Berzelt, acepta este cordero de sacrifico que te ofrecemos…

Si Nishizaki tuviera circulación sanguínea, se le hubieran congelado las venas. ¡Era la voz de Nami Kozono! Y la que estaba tumbada, desnuda sobre el bloque de hormigón, sin que moviera ni un músculo era… la joven de pelo rubio que él había metido en su casa… ¡Reika Kitami!

Nishizaki se abalanzó sobre Kozono, sabiendo que su condición etérea le haría imposible intervenir. Fue inútil. Kozono clavó sobre el abdomen de Kitami la punta de la espada. Tras seguir con la invocación (Nishizaki pensó acertadamente que aquella ceremonia tenía fines demoníacos, algo parecido a lo que el hizo en su casa, pero a mayor escala) Kozono volvió a clavar la espada sobre Kitami. De su abdomen comenzó a brotar sangre que fue empapando el bloque de hormigón donde estaba tumbada y descendió por los dos lados formando pequeños ríos rojizos que llegaron a mojar el suelo del sótano.

Tras comprobar que el grupo de chicas que había entonado el cántico eran las integrantes del grupo de magia de Takashiro (reconoció a Rie Morita y a Saki Shido entre ellas) Nishizaki reparó en un extraño dibujo que había en una pared del sótano. Era un hexagrama repleto de extrañas inscripciones y símbolos en su interior. Se habría dedicado un rato a estudiarlo si no fuera porque Kozono murmuró contrariada.

-Esto no funciona.

-¿Qué hemos hecho mal?- preguntó una chica que se hallaba al lado- ¡Ya no podemos volvernos atrás!

Hubo un minuto de silencio.

-Ya se lo que pasa- dijo Kozono con tono firme- No hay suficiente sangre.

-No podemos buscar a otro sacrifico- murmuró otra chica, asustada.

Entonces… Nishizaki presenció una horrible carnicería… Kozono con un golpe seco de la espada decapitó a la chica que tenía más cerca… todo se inundó de sangre… luego vino el turno de las demás, que huían despavoridas, sin posibilidad de escapatoria… si a Nihizaki le hubieran preguntado, no sabría decir cuantas chicas integraban el grupo… luego cayó otra… y otra…

Una de las chicas, antes de recibir el golpe cortante y mortal de la espada ojeó apresuradamente las hojas de un libro, buscando algo… era la maldita Biblia Negra de la tienda del tío de Nishizaki.

…él ya había visto suficiente… si alguien pudiera oír lo que pensaba… su mente quería gritar… BASTA… BASTA… NO QUIERO VER MAS… ¡¡¡NO QUIERO VER MAS!!!!

Pero tuvo que presenciarlo todo, incluido el fatídico desenlace de la escena. Vió como el dibujo de la pared comenzaba a iluminarse y a convertirse en una esfera tridimensional. Kozono rió satisfecha tras matar a todas las chicas del grupo… tiró la espada al suelo y se situó delante de la esfera… pero Kitami, a pesar de de las heridas recibidas, se puso de pie, cogió la espada y descargó toda su ira clavando la punta en la espalda de Kozono, para después herirla de muerte con repetidos golpes del afilado arma, aprovechando cada instante de vida que le quedaba…. tras quedar exhausta, Kitami miró fijamente a la luz de la forma esférica.

Nishizaki oyó la voz que hablaba desde el otro lado del círculo a Kitami.

- ¿Quieres vivir? ¿Quieres un pacto conmigo?

-No quiero morir… -contestó Kitami, desnuda, ensangrentada, llorando- ¡No quiero morir!

Nishizaki abrió los ojos. Volvía a ser corpóreo, y llevaba la túnica puesta. Las velas que iluminaban el almacén apenas se habían consumido. Más tarde comprobaría, al mirar el reloj de la cocina que no había transcurrido ni un minuto desde que comenzara su ritual.

De la arena empleada, no quedaba ni un grano. Ni en el suelo, ni en la palma de su mano.

Después de cambiarse de ropa, se sentó en un sofá del salón y encendió un cigarrillo. Fumar era su vicio secreto, algo a lo que recurría cuando estaba nervioso en exámenes o en ocasiones como aquella. Entre calada y calada al cigarrillo, trataba de ordenar sus ideas. Si fuera verdad lo que había presenciado en la visión, Reika Kitami había sido la víctima de un ritual concebido para invocar a un demonio poderoso.

“Sabía que Kozono podía llegar a ser cruel” pensaba Nishizaki “pero que llegara a esto…”. Fumó el cigarrillo hasta el filtro y buscó en la biblioteca personal del despacho de su tío algo que le ayudara a entender la visión. Algunos datos sacados de un tratado sobre ocultismo fueron muy útiles, o por lo menos, le valieron para hacer una interpretación que a falta de otra explicación, era mejor que nada.

El ritual en el que Kitami casi perdió la vida salió mal porque ella no era virgen en el momento del sacrificio. Pero las compañeras de Kozono sí que lo eran, por lo que su sangre fue lo que propició que se activara la Puerta de Orcus (el dibujo hecho en la pared) hasta que al final… fue Kitami la que quedó sola allí. Ella, la víctima, no solo del ritual, sino de la salvaje venganza de una lesbiana cruel como Kozono.

“Es una lástima, porque me gustabas”.

Como resultado de aquello, a Kitami le quedaban dos opciones: o morir desangrada, o aceptar la oferta del ente que se hallaba en la Puerta de Orcus, entre el mundo real y el Otro Lado. Nishizaki pensó que si supiera que le quedaban cinco minutos de vida, él posiblemente habría hecho lo mismo. A cambio, el ente la había curado de las heridas producidas por la espada de Kozono. El problema es que Kitami había aceptado vivir poseída por un ente demoníaco hasta encontrar una virgen que se pusiera en su lugar… y eso debería suceder, según el tratado, en la próxima noche de Walpurgis de dentro de doce años.

Nishizaki comprobó que la fecha del ritual del fallido sacrificio de Kitami no era casual. La noche pasada (medianoche del 30 de abril al 1 de mayo) coincidía con esa celebración, y según el tratado que consultó Nishizaki, era la fecha más propicia para hacer una invocación demoníaca.

Claro que también cabía otra posibilidad: que todo lo que había visto fuera una mala jugada de su imaginación, pero eso significaría que se encontraba con un pie en el manicomio. Ya tenía suficientes años para saber distinguir la realidad de la ficción, y aquello era real, tan real como la sangre que había lavado del cuerpo de Kitami.

Aquella sangre… se estremecía al recordar la lluvia de sangre que provocó Kozono con su espada… la sangre que cubría el cuerpo desnudo de Kitami… era sangre de las integrantes del club de magia de Takashiro… Se sentía sucio, como si sus manos estuvieran impregnadas de sangre y la ducha a la que había sometido a Kitami no fuera suficiente para lavarla a ella del todo.

Estaba harto de darle vueltas a lo mismo. Necesitaba tomar el fresco, ya que llevaba todo el día encerrado en casa. Se dirigió a la habitación donde Kitami continuaba inconsciente, presa del conjuro, y abrió la puerta.

-Voy a salir-dijo Nishizaki, con la mayor naturalidad, como si ella fuera una persona normal- Si te levantas de la cama y no estoy, no te preocupes. Volveré pronto.

Cerró la puerta y salió a la calle. ¿Para qué la hablaba? Lo más probable sería que ella no oyera nada.

Estaba comenzando a anochecer, y entre las nubes de tormenta que cubrían el cielo algunos rayos de sol del crepúsculo luchaban por abrirse paso.

Nishizaki no sabía a donde ir. Los pocos transeúntes que quedaban por la calle iban retirándose a sus respectivas viviendas, cansados por una jornada laboral agotadora. Mientras, él tenía la mente en blanco. No quería pensar en nada. Inconscientemente, se alejaba más y más de su casa, pero eso no resolvería el problema.

Tras media hora de caminata, encontró un puesto callejero donde servían comida casera. Se sentó en uno de los dos taburetes que había delante del mostrador y pidió al cocinero un cuenco de fideos. Nishizaki pagó la consumición antes de empezar a comer. Hacía mucho que no comía un buen plato de fideos calientes, hechos a fuego lento. No tenían ni punto de comparación con los platos para microondas que solía prepararse cuando su tío no cocinaba.

Volvieron los recuerdos… ¿por qué Kitami tenía aquella extraña sonrisa mientras deambulaba por la calle, desnuda y ensangrentada?... Mientras Nishizaki bebía el caldo en el que nadaban los fideos, se dio cuenta de que una joven se sentaba en el otro taburete, a su derecha.

Al principio, que ella fuera pelirroja, no le llamó la atención. Luego, descubrió que vestía el uniforme del instituto donde él estudiaba. Tenía una mirada entristecida, lejana, como si le pesaran recientes acontecimientos.

Era Hiroko Takashiro. Pidió un cuenco de fideos y comenzó a comerlos sin prestar atención a Nishizaki.

-Hola- la saludó él, para cerciorarse de que ella no era ninguna visión.

Takashiro se puso de pie, como si hubiera visto un fantasma. Paso a paso, se alejó de él.

-¿Qué quieres?- preguntó ella, aterrorizada.

-Quiero saber que ha pasado- dijo Nishizaki, sin andarse con rodeos.

Entonces, Takashiro se echó a correr.

-¡Espera!- la pidió Nishizaki, siguiéndola.

-¡Deja de perseguirme!- respondió Takashiro, girando a la izquierda, para darse cuenta de que entraba en un callejón sin salida. Se vio acorralada, mientras Nishizaki se acercaba a ella. Por fortuna para él, a esa hora ningún transeúnte pasaba por allí a esa hora.

-¿Qué ha pasado?- insistió Nizhizaki.

Takashiro no contestó.

-La policía ha venido a mi casa- dijo Nishizaki queriendo dar a entender que aquello era muy serio-. Me dijeron que habían encontrado unos cadáveres en un sótano del instituto.

-Eso ya lo sé- ella respiraba nerviosa- A mí también me han interrogado.

-Esas chicas que encontraron en el sótano… Rie Morita… Saki Shido… son tus amigas… las que han muerto.

Al oír aquellos nombres pronunciados por Nishizaki, Takashiro se puso a llorar.

-¡Dejame sola, por favor!

Nishizaki se dio media vuelta, dispuesta a dejarla allí.

Oía sus sollozos. Ella lo estaba pasando mal. De ser la líder del poderoso club de magia (algún tipo de poder llegaron a manejar, de tal calibre que hasta los delegados de clase las temían) a quedarse sola. Porque eran sus amigas las que habían muerto, no hacía falta que él se lo recordara. Cierto que Morita y Shido se habían dejado embaucar por la idea de Kozono de sacrificar a una virgen para invocar a un demonio y conseguir “el poder de un dios”; pero las echaba de menos. Y todo, por dejarse tentar por los poderes de la Biblia Negra.

“¿Desde cuando te importan los demás?” se preguntó Nishizaki, sintiéndose incapaz de dejar a Takashiro en aquellas condiciones.

La pelirroja no cesaba el llanto.

Nishizaki se acercó a ella y se sacó algo del bolsillo del pantalón. Takashiro iba a volver a pedirle que se marchara, cuando vio que Nishizaki le ofrecía un pañuelo de tela.

-Sécate- dijo él.

Takashiro lo cogió, se secó las lágrimas y se despejó la nariz. Con un gesto, él le dijo que se lo quedara. Gracias a aquel gesto, la antigua líder del club de magia recobró la serenidad.

-¿Sabes por que ha sucedido esto?- dijo Takashiro- Porque Mochida no nos quiso dar un aula para nuestro club. Sólo por eso.

Nishizaki no dijo nada, pero adoptó una expresión de escucha. Ella necesitaba a alguien que no la juzgara. Takashiro parecía hablar a veces de forma incoherente, aunque Nishizaki sabía perfectamente a qué se refería.

-…las intenté detener, pero fue inútil. Me dijeron que me soltarían cuando el ritual acabara… logré desatarme con mis propios medios… pero ya era tarde… habían muerto… y lo peor es que creo que ellas han matado a alguien.

-¿Por qué fue? ¿Por algún hechizo relacionado con el tarot?

-No. Algo más poderoso. Algo… maléfico…

La Biblia Negra. Pero él fue prudente. Se suponía que ella no sabía hasta que punto él estaba al corriente de los acontecimientos.

“¿Y como la digo yo que la víctima de ese ritual está en mi casa, poseída por un ente demoníaco?” pensó Nishizaki.

-Bueno- dijo él, con tono práctico- No vale de nada que te atormentes. Rectificaste a tiempo, y lo peor ya ha pasado.

-No lo entiendes- le recriminó ella- Esto no ha acabado aquí. El pasado siempre vuelve. Lo he leído en las cartas.

Las predicciones de Takashiro con el tarot tenían fama, entre sus amigas, de ser siempre acertadas.

-¿Te has enterado de lo que le ha pasado a Mochida?- preguntó Nishizaki.

Takashiro dijo que sí, sin ánimos de decir nada más. Se sentía culpable por ser, en cierta medida, cómplice de la humillación pública a la que la sometieron.

Un poco más tranquila, también dijo que ya no seguiría en el instituto, sino que proseguiría sus estudios en otro lugar. Que quería estudiar arte. Para sus adentros, Nishizaki la envidiaba, porque incluso en aquellas circunstancias, ella sabía qué hacer con su futuro, al contrario que él.

-¿Nos volveremos a ver?- preguntó Nishizaki, pensando que nunca había hablado tanto tiempo seguido con ella.

-No cuentes con ello- negó Takashiro, moviendo la cabeza.

Nishizaki sonrió. Y ella le devolvió la sonrisa. Era un placer verla sonreír, aunque solo fuera un poco.

-Takashi…

El se sorprendió. Takashiro nunca le había llamado por su nombre de pila. Ella se acercó y con la mano derecha le desabrochó un par de botones de la camisa. Nishizaki la miró incrédulo.

-Quiero quedarme con un buen recuerdo- dijo Takashiro suavizando la voz.

Ni en sus sueños Nishizaki había supuesto que su primera relación física con una chica comenzara así. Animándole, Takashiro le cogió la mano derecha, guiándole para que acariciara uno de sus senos que se dejaba adivinar por debajo del uniforme de alumna del instituto. Entonces, ella se bajó las bragas por debajo de la falda y le guió para que acariciara la cálida entrepierna. Tras cruzarse una mirada a los ojos, Nishizaki la besó en los labios. No la amaba, pero la atracción física que sentía por ella hizo que el beso le supiera a gloria.

Mientras le besaba, Takashiro le bajó la cremallera del pantalón, y jugueteó con su pene, el cual daba los primeros pasos de erección. Nishizaki se quedó fascinado por ella, por su cabellera pelirroja, por las facciones de su rostro, y al recordar la escena que presenció en su visión, de ella atada y encerrada en el cuarto mientras Kozono y las integrantes del club de magia practicaban el ritual, luchando por librarse de sus ataduras, se excitó, al hacerle aflorar un sentimiento de protección por otra persona que pensaba nunca sentiría.

Takashiro se separó de él y caminó hasta la pared del fondo del callejón. Con un gesto de la mano, le indicó que se acercara. Ella se situó cara a la pared y le pidió que la penetrara allí mismo. Nishizaki se bajó los pantalones, y tras besarle en la nuca y de nuevo en los labios, accedió a su petición. Poco después de los primeros gemidos de Takashiro, mientras el joven procuraba amoldarse a un ritmo cómodo de penetración, cayeron unas gotas de lluvia que aumentaron de intensidad, a la vez que los relámpagos iluminaban el cielo. Ambos quedaron empapados en seguida.

La excitación y la posibilidad de que alguien les descubriera lo hacia más placentero. Takashiro disfrutaba, porque aquella, era, a su manera, su primera vez. Quería olvidar la terrible experiencia del demonio que la violara y que provocara que, una vez ella fuera de circulación, Kozono tomara las riendas del club de magia. Quería reemplazar las carcajadas sádicas y distorsionadas del demonio que la penetró por todas las partes posibles, por la pasión primeriza y ardiente de Nishizaki, que pasaba su lengua por el lóbulo de sus orejas, jugueteando a la vez que aumentaba el ritmo de la penetración. Hasta que él no pudo aguantarlo más y se liberó. Takashiró gimió con todas sus fuerzas. A pesar de que el acto no duró mucho, Nishizaki se sentía exhausto, sin querer dejar de abrazarla.

En aquel momento, ambos volvieron a la realidad, empapados. La lluvia había remitido y era una simple llovizna. Se vistieron sin decirse nada, él un poco avergonzado por la precipitación con la que ocurrió todo, ella por otra parte satisfecha. El la besó en la mejilla, sin saber que decir.

-Escucha, Takashi- dijo Takashiro volviendo a emplear el nombre de pila de él- He de decirte algo.

Nishizaki apenas la oía hablar. Verla con el cabello y el uniforme del instituto mojado le seguía excitando, a pesar de sentirse calmado tras el orgasmo.

-Nunca utilices la magia- dijo Takashiro, en tono de cariñosa advertencia- Es muy peligroso.

A él le pilló por sorpresa.

-Nunca la he usado y no tengo intención de hacerlo- dijo Nishizaki, mintiendo.

Takashiro le acarició el hombro.

-Sólo es por si acaso. Ya sabes de lo que hablo.

Nishizaki no dijo nada más. Ambos se disponían a irse. No sería una despedida traumática de amantes.

-Takashi…- dijo ella mientras él comenzaba a caminar, en rumbo hacia ninguna parte.

El se dio la vuelta, agradeciendo oírla hablar un poco más.

-Eres un buen amigo- dijo Takashiro antes de irse por su lado.

El ni siquiera intuía que aquella podría ser la última vez en su vida que la viera.

Deshizo el camino andado y minutos después pasó por el puesto de comida casera. Allí se encontraba el cocinero, que al verle, no tenía cara de buenos amigos.

-Mira, chico- protestó- me da igual los problemas que tengas con esa chica, pero no me espantes a la clientela….

Takashiro se había ido sin pagar su ración de fideos. Como no quería discutir con nadie, Nishizaki sacó la cartera y la pagó él. Era lo menos que podía hacer por ella.

Nishizaki prosiguió caminando, sin poder quitarse de la cabeza las palabras de la joven pelirroja.

“Ya sabes de lo que hablo”.

Durante los días en que el poder del grupo de magia que ella dirigiera estaba en su cenit él notaba que pasaba algo raro en el instituto, como si una extraña atmósfera flotara en el ambiente. ¿Y si resultaba que Takashiro tenía algún tipo de sensibilidad especial que le permitía identificar a quien utilizaba poderes mágicos?

“Mejor será que vuelva a casa antes de que me resfríe por andar con la ropa mojada” pensó Nishizaki. Luego, cayó en la cuenta de que llevaba más de diez minutos dando vueltas al mismo sitio, una nave industrial abandonada que no se hallaba demasiado lejos del instituto.

No tendría nada de especial si no fuera porque correspondía al lugar a donde Kitami fue a parar, engañada por la emboscada tendida por Kozono. Nishizaki lo conocía de pasada; entonces comprendió que si él estaba ahí, era porque inconscientemente necesitaba una prueba. No le bastaba haber hablado con Takashiro, quería comprobar con sus propios ojos que la visión que tuvo era cierta.

Cruzó el portón abierto, mientras en cielo la noche iba reemplazando lentamente al crepúsculo. Dentro de la amplia edificación sólo había tablones de madera por el suelo, bidones metálicos vacíos y oxidados y restos de basura. Unos pasos, y se fijó en que un montón de moscas revoloteaban alrededor de una bolsa de tela. Nishizaki se acercó a ella y la palpó con un pie; contenía los restos mortales de un animal peludo, un perro.

Aquello no pintaba bien.

A pocos metros, encontró una zapatilla de tela blanca. Era un modelo para chica. Luego, mirando en el suelo encontró el otro par. También halló una blusa de color claro, un sujetador, unas bragas, una falda a cuadros, dos calcetines rojos…

Nishizaki cogió la blusa y la acarició con la mejilla. Se contuvo las lágrimas, porque sentía que fuera a su propietaria, Reika Kitami, a la que estuviera acariciando. Ya tenía la prueba definitiva; aquel era el lugar donde Kitami había sido violada antes de que Kozono comenzara el ritual.

En un humilde intento por devolverle la dignidad perdida, Nishizaki reunió todas las prendas delante de él y las dobló meticulosamente, como si fuera ropa destinada a ser guardada en un armario. Se acabaron las dudas. Era el poder de la magia el que le había llevado hasta ese lugar. Terminado el proceso, vio que a lo lejos había un bolso de chica de color rosa, con el contenido desperdigado: un monedero, tampones, una caja con coloretes para maquillarse la cara, una libreta de notas, un bolígrafo, un bono de autobús, el carnet de identidad. También eran pertenencias de Kitami. Nishizaki comprobó que el monedero estaba vacío, sin monedas ni billetes. Aquellos malnacidos, no contentos con violarla, también la habían robado el dinero.

Decidió volver a casa llevando bajo el brazo el montón de ropa, las zapatillas y el bolso, con su contenido incluido. Allí, en su dormitorio, Kitami sólo estaba vestida con un pijama suyo. Mientras corría a través de las calles, con las estrellas del cielo como únicas testigos de su alocada carrera, comenzó a idear un plan en su cabeza. Tenía la esperanza de que el pergamino que tenía escrito el conjuro para viajar en el tiempo también le proporcionara algo mucho más poderoso…

Cuando quedaba menos de un kilómetro para llegar a casa, al doblar una esquina a la derecha, se encontró con una desagradable sorpresa: un coche patrulla de la policía, con dos agentes en su interior. Tal vez estuviesen patrullando el barrio, buscando a Kitami. Evitarlo implicaría tener que dar un rodeo demasiado amplio y un chico de su edad, llevando un montón de ropa de chica y un bolso a esas horas de la noche, cuando no había casi nadie circulando por la calle, era más que suficiente para despertar las sospechas de la autoridad.

Una cosa era mentir al inspector de policía, o no decir nada a Takashiro, y otra muy distinta era ser detenido y llevado a comisaría. Porque allí sería interrogado sin piedad, y tendría que confesar. Si les contaba que había encontrado la ropa de Kitami gracias a un conjuro, no tenía ni idea de cómo acabaría aquello, ni siquiera de si le creerían.

Minutos más tarde, oyó como el coche patrulla arrancaba el motor y se marchaba lentamente de allí. Nishizaki respiró hondo. Un esfuerzo más y logró llegar a casa. Lo primero que hizo fue comprobar que Kitami estuviera en la habitación. Allí se encontraba ella, sin haberse movido un milímetro de la cama, presa del hechizo de Nishizaki.

Más tranquilo, fue a la cocina, metió la ropa de Kitami en la lavadora y la dejó funcionando, mientras buscaba ropa seca para vestirse.

El conjuro en el que pensó Nishizaki mientras volvía a casa no era lo que él buscaba. Decía “para someter un alma a la voluntad ajena”. Una vez traducido y contextualizado, significaba que otorgaba el poder para manipular a alguien para que hiciera lo que a uno le viniera en gana. No valía, porque a pesar de que lo usara correctamente, el problema del ente demoníaco que Kitami tenía dentro seguiría intacto. Era como atacar una enfermedad eliminando sólo los síntomas y sin hacer nada para curarla.

Nishizaki utilizó toda su energía para seguir buscando algo útil en los pergaminos. Localizó un párrafo escrito en latín que contenía la palabra “Walpurgis”. Tras dudar con el significado de un par de líneas logró una traducción aceptable que decía, entre otras cosas:

“… la regla de invocar al demonio en la noche de Walpurgis para que el ritual tenga éxito podrá ser exceptuada sólo si el invocante ofrece a disposición del invocado su más preciado bien…”

¿Qué quería decir eso de “su más preciado bien”?. Hojeó una y otra vez los volúmenes de gramática de textos antiguos para que al final, al comprenderlo, sintiera como un escalofrío le recorría el cuerpo. Hacerlo estaba dentro de sus posibilidades, aunque el riesgo fuera demasiado alto.

En ese instante sonó el teléfono. Nishizaki, al descolgar el aparato, oyó la voz de su tío, que le llamaba desde París.

-Hola, tío- saludó Nishizaki, con tono cansado- ¿Qué tal?... yo bien… ah, muy bien… la tienda bien… hoy no ha venido ningún cliente, como siempre… aja… así que no sabes cuando volverás… aja… el instituto bien… las clases aburridas… he aprovechado la tarde para estudiar… ah, muy bien, así que prefieres que cierre la tienda hasta que vuelvas… vale… adiós…

Al colgar el teléfono cayó en la cuenta de que había cruzado el punto de no retorno; mentir a su tío, en el caso de un huérfano como él, era como mentir a su padre. Ahora comprendía lo que sintió Kozono al hundir la espada en el abdomen de Kitami por segunda vez y caer en la cuenta de que el ritual no salía como debía. Ya era tarde para echarse atrás. Ahora, él estaba sólo. Tal vez si hubiera hablado con su tío de todo lo que había sucedido aquel día… pero no. No podría recibir apoyo de ningún tipo, ni siquiera de Takashiro, la superviviente del grupo de magia. Ella no estaba en condiciones de prestar ayuda a nadie.

Nishizaki, tras subir al piso de arriba, entró en el despacho de su tío y cogió el tratado de ocultismo del despacho que le sirviera de guía para interpretar los hechos de la visión. Aquel libro estaba escrito por un autor muy crítico, que analizaba esos temas desde una férrea perspectiva histórica y científica. A Nishizaki le hubiera encantado hablar en persona con él, para comentarle que estaba equivocado. Bajó las escaleras que comunicaban el apartamento con la tienda a través de una trampilla en el suelo y lo llevó al almacén donde realizara la invocación para viajar en el tiempo. A continuación, subió para dirigirse a la habitación donde se hallaba Kitami. Al verla tumbada, con los ojos cerrados, y su rubio cabello despeinado, comprendió porque Kozono se había enamorado de ella.

La cogió en brazos, y lentamente bajó las escaleras con ella a cuestas. Mientras, dentro de un bolsillo de la camisa llevaba uno de los pergaminos, el que tenía los dos conjuros que utilizaría.

El primer paso: dibujar en una pared un hexagrama repleto de símbolos y caracteres arcaicos. Para ello copiaría un grabado de las páginas centrales del tratado de ocultismo Al coger la tiza, notó que le temblaba el pulso. Era incapaz de dibujar nada.

Los ojos se le nublaron; estaba llorando. “Dios mío” pensó “Perdóname”.

Terminado el dibujo, con mucho esfuerzo, Nishizaki se desnudó, dejando su ropa en un montón. También le quitó la ropa a Kitami, sin que sintiera ningún tipo de excitación al verla de nuevo desnuda, al igual que cuando la encontró vagando por la calle a primeras horas de la mañana.

Los dos se hallaban iluminados sólo por la tenue luz de las velas.

Nishizaki había situado el cuerpo de Kitami en posición supina en el centro del hexagrama pintado en el suelo. Revisó el pergamino, dándose cuenta que lo que tenía que decir sonaría como una cinta magnetofónica reproducida al revés. Sobre una caja de madera, estaba el arma elegida para el rito, un puñal del siglo XIX de empuñadura plateada y hoja brillante y afilada.

Mentalmente, maldice a su tío, por dejar al alcance de cualquiera un libro tan peligroso… qué ironía, echar la culpa de todo a la magia y recurrir a ella para resolver el problema…

Nishizaki comienza a entonar la invocación con voz profunda… si Kitami abriera los ojos en ese momento, le vería arrodillado, sosteniendo el puñal en alto con las dos manos… él se da cuenta de que está imitando a Kozono, pero por lo menos él tiene la ingenua esperanza de que del ritual va a salir algo bueno.

-Te ofrezco la sangre de los justos…- son las palabras finales de la invocación. En ese momento, la sangre comienza a manar de un cuerpo… no es de Kitami… es de Nishizaki, que se ha clavado el puñal en su abdomen… el precio de invocar a un ente demoníaco tan poderoso es la de ofrecer el bien más preciado: la vida de uno mismo. Duele mucho, piensa él sacando el arma ensangrentada y dejándola en el suelo.

Las líneas del dibujo de la pared, dibujadas con tiza, comienzan a iluminarse, como si estuvieran trazadas con filamentos dorados creados con la luz del sol. Se ha hecho de día dentro del almacén. Nishizaki sabe, tras consultar el tratado, que la invocación provocará que el conjuro que ha dejado a Kitami fuera de combate se deshaga y que sea inútil volver a usarlo… pues ese hechizo regalo de una madre protectora a un hijo asustado es de categoría inferior y se basa en el efecto sorpresa de usarlo sin previo aviso…

Kitami abre los ojos y se pone de pie… mientras Nishizaki tiene la mano izquierda sobre la herida, arrodillado, tratando de contener la hemorragia… ella le mira… al principio, con esa mirada maligna… que unos segundos más tarde se torna vacía… y como una marioneta a la que cortan los hilos, Kitami se desploma en el suelo…

La impresionante luz que irradia la Puerta de Orcus tiene altibajos… a veces irradia más, a veces menos… Nishizaki sonríe cuando de ella surge una voz profunda… el ente que poseía a Kitami se halla ahora entre el mundo real y el Otro Lado… el pergamino estaba en lo cierto… ha bastado poner a disposición del invocado la vida del invocante… para que el ente deje a Kitami y se sienta obligado a escuchar a Nishizaki desde la Puerta de Orcus…

-¿Quién me invoca?

Mucho cuidado, piensa Nishizaki. Recuerda que ha intentado matarte aunque tú ahora tienes el poder.

-Yo, mi señor.- dice él, olvidándose de que poco a poco la cantidad de sangre que pierde se hace mayor.

-¿Qué es lo que quieres?

-Mi señor, quiero que revoques el pacto que Reika Kitami acordó contigo.

-Reika es mía- afirma la voz.

-Quiero que lo revoques- repite Nishizaki.

Se hace el silencio.

-¡DEJALA EN PAZ!- exclama él, lleno de ira, tratando de imponerse. Sabe que le queda poco tiempo de vida.

El silencio se hace insoportable. Nishizaki siente como le castañetean los dientes, tiene frío. En alguna parte ha leído que eso se llama hipotermia, y es debida a toda la sangre que está perdiendo. Si se queda inconsciente, sabe que morirá, y ese ente demoníaco volverá a poseer el cuerpo y el espíritu de Kitami.

-¿Qué me ofreces a cambio?- pregunta el ente, atrapado en la Puerta de Orcus.

Es el momento. Nishizaki tiene un as en la manga, una sucesión de palabras entresacadas del párrafo del pergamino que hablaba de la fecha de Walpurgis, que provocarán que el ente vuelva al otro extremo de la Puerta, de donde nunca debió salir… las pronuncia confiando a ellas lo que le queda de vida…

Reika Kitami no reconoce la habitación donde se halla. Tiene la mente sumida en la más absoluta confusión. Entre las tinieblas la voz de un chico le habla.

-Escucha… ahora tus recuerdos están bajo mi control…

-Bueno, pues gracias por dejarme pasar la noche aquí- dijo Kitami- Y gracias también por prestarme dinero.

-De, nada- dijo Nishizaki, sonriendo- ¿Seguro que no te dejas nada?

-Sí.

Nishizaki descolgó el teléfono de la mesa del salón, ya que antes de que ella saliera de casa debía que cumplir la promesa que hizo el día anterior al inspector de policía sobre avisarles en caso de que viera o tuviera noticias de Kitami. Imaginaba que el oficial de policía que le atendiese querría hablar con ella.

Kitami vestía la misma ropa que llevaba cuando fue engañada por uno de los miembros de la pandilla de matones contratada por Kozono para la encerrona. Nishizaki pensaba que le sentaba muy bien, no como su pijama, con el que ella estuvo vestida durante todo el día anterior.

El día había amanecido totalmente despejado, sin ninguna nube que amenazara tormenta, acorde con el estado de ánimo de Nishizaki. Llamaron a la puerta. Extrañado, Nishizaki colgó el teléfono y se acercó a abrir. No esperaba que nadie viniera a aquellas horas.

Era un hombre mayor, de pelo canoso, vestido con gabardina gris y que enseñaba en la mano derecha una placa de identificación de la policía; inspector Toshio Yamanishi, del departamento de homicidios. Era el inspector que había visitado a Nishizaki el día anterior. Detrás de él había un agente vestido con el uniforme azul de la policía metropolitana.

Nishizaki les dio los buenos días a los dos. Kitami les saludó con una ligera reverencia, sin saber que el inspector Yamanishi estaba investigando su desaparición desde hacía dos noches. El inspector trataba de mantener la compostura, sorprendido por verla allí mismo, tan tranquila, como si no hubiera pasado nada.

Nishizaki contuvo una expresión de disgusto. Le fastidiaba que la prueba de fuego de su farsa tuviera que comenzar tan pronto.

-¡Santo cielo, inspector!- exclamó él, aparentando sorpresa- Precisamente iba a llamarle yo ahora…
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