AFF Fiction Portal
errorYou must be logged in to review this story.

Bible Black: Sacrifice.

By: Osborne
folder Spanish › Anime
Rating: Adult ++
Chapters: 2
Views: 1,896
Reviews: 0
Recommended: 0
Currently Reading: 0
Disclaimer: I do not own the anime/manga that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story.
arrow_back Previous

Capítulo II

Disclaimer: Bible Black es propiedad de Active Soft, Milky Anime y Kitty Media.


Bible Black: Sacrifice:

Capítulo II


HIROKO TAKASHIRO: ¿Qué eres?

REIKA KITAMI: Uní mis fuerzas con el demonio hace doce años.

HIROKO TAKASHIRO: Eso no tiene sentido.

REIKA KITAMI: ¿Cómo puedes decir eso? Después de todo, tú eres una superviviente del grupo de magia. ¿Es verdad o no? ¡Di la verdad!

HIROKO TAKASHIRO: Es verdad, yo era un miembro de aquel grupo… pero no te conozco.

REIKA KITAMI: Claro que no. Yo no tenía nada que ver con vosotras, y no me interesaba la magia.

HIROKO TAKASHIRO: ¿Entonces por qué? (de repente, comienza a comprender) No puede ser…


(Extraído de “Bible Black, La noche de Walpurgis: OVA 3)

Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

(Proverbio popular)

Dentro del almacén, no quedaba rastro de los dibujos que Nishizaki trazara para los dos rituales. Había hecho un buen trabajo durante la noche, limpiándolo todo. Prueba de ello era que el agente de policía con el que se hallaba no encontraba nada sospechoso allí.

El inspector Yamanishi, mientras, hablaba con Kitami en el piso de arriba. Nishizaki no pensaba en nada, sólo procuraba parecer convincente. El agente tenía una foto sacada en el sótano del instituto en el que aparecía una espada de grandes dimensiones tirada en el suelo y ensangrentada. Era la espada con la que Kozono había intentado sacrificar a Kitami. Yamanishi y el policía habían venido hasta la casa de Nishizaki buscando una pista, pensando que tal vez Kozono hubiese conseguido la espada en la tienda.

Nishizaki les dijo que no lo sabía, por lo que había accedido, voluntariamente, a que el policía revisara el libro donde su tío anotaba las ventas. Le indicó, de paso, donde se hallaban los libros antiguos, las colecciones de sellos y monedas, los últimos artículos procedentes de China, Europa y América…

-Una vez mi tío vendió una armadura del siglo XVI- explicó Nishizaki al policía, que leyó el libro diario y no dio importancia al asiento escrito con letra casi ilegible que registraba la venta de la Biblia Negra – Pero no vendemos armas. Como mucho, algunos puñales. La gente suele comprarlos como abrecartas de lujo.

El policía, al no encontrar ningún registro que señalara la venta de una espada, se dio por vencido. Acompañado por Nishizaki, subió al piso superior. Allí estaban Kitami y Yamanishi. El agente informó al inspector de que el registro había sido infructuoso y la joven, al ver a Nishizaki, le dirigió una mirada acusadora.

-¿Cómo no me dijiste nada de lo que ha pasado en el instituto?-preguntó ella indignada.

Estaba claro que el inspector había puesto al corriente a Kitami de todo.

-Con lo que habías pasado, no pensaba que querrías saber algo tan horrible. Pensaba contártelo más tarde… -contestó Nishizaki, con cara de no haber roto un plato en su vida.

La farsa estaba funcionando tal y como planeara.

Finalizado el ritual, comprobó que la herida en su cuerpo había desaparecido (al devolver el ente al Otro Lado de la Puerta de Orcus, la puñalada con la que se autolesionó para invocarle se selló sola, sin que Nishizaki tuviera curiosidad por conocer la causa exacta), y que Kitami, libre en apariencia del ente, se hallaba inconsciente. Tras sacarla del almacén, vistió a la muchacha con su ropa recién limpia y seca tras pasar por lavadora y la máquina secadora de la cocina, entrando en juego el conjuro para “someter a un alma ajena a la voluntad propia”.

Fue un trabajo de una hora someter a Kitami a un trance hipnótico, preguntando, averiguando todo los detalles posibles para crear una historia convincente que justificara su ausencia de dos noches desde que fuera víctima del ritual de invocación de Kozono.

La ordenó que olvidara toda su vida desde que fuera engañada por uno de los matones con la historia del perro herido. A partir de ese momento, bajo el influjo del conjuro, creería que aquel día había salido a dar una vuelta, que estaba enfadada con sus padres por haberse mudado a aquel barrio nuevo (detalle que era más o menos cierto en realidad), obligándola a ella a matricularse en nuevo instituto rompiendo con sus amistades de siempre. Que debido a ello, decidió no volver a casa. Que la primera noche la pasó durmiendo en el banco de un parque del otro extremo de la ciudad (cuando en realidad estaba haciendo el papel de virgen a punto de ser sacrificada por Kozono) Y que al día siguiente a primera hora de la noche, una pandilla de delincuentes la había perseguido y le había robado el dinero del bolso.

“Si alguien te pregunta cómo eran los que atracaron, darás la descripción de los que te violaron” le había dicho Nishizaki durante el proceso de lavado de cerebro.

Pero la historia tenía final feliz. Según la farsa de Nishizaki, Kitami se encontró con él en la calle y ella, asustada tras el atraco, y reconociéndole como compañero de clase, aceptó su gentil oferta de dormir en su casa hasta la mañana siguiente. Si el inspector Yamanishi y el agente no hubieran llegado de improviso por la mañana, el paso siguiente en la farsa habría sido que ella fuera directamente a la comisaría a denunciar el atraco.

Yamanishi sacó de un bolsillo de su chaqueta unas fotos, todas del mismo tamaño. Se las enseñó a Kitami y ella frunció el ceño, con una expresión mezcla de asco y miedo.

-Son ellos- dijo Kitami.

Según pudo ver Nishizaki, en las fotos aparecían las imágenes de todos los matones que la habían violado antes del ritual de Kozono.

-Les hemos detenido hace dos horas- dijo Yamanishi- Tienen causas pendientes por vandalismo, tráfico de drogas, robo con intimidación y abusos sexuales.

El inspector, obedeciendo a la máxima por la cual un agente de policía debe dar la menor información posible mientras está interrogando a testigos en una investigación, omitió el detalle de que la detención se había producido gracias a la denuncia de Seiichi Hiratani, el “novio” de Kozono, que tras deshacerse el hechizo por el que ella se había transformado en su esclava sexual había sido recompensado con una brutal paliza por orden de la ahora fallecida coordinadora del consejo de estudiantes.

Kitami cerró los ojos. Nishizaki sintió que podía ser peor. Ella estaba recordando un atraco que nunca había sucedido, cuando en realidad el hechizo de Nishizaki la había hecho olvidar una violación monstruosa.

El inspector recomendó a Kitami que se pasara por comisaría para presentar una denuncia. Nishizaki apretó su puño izquierdo, tratando de contener la tensión. ¿Sería el hechizo lo suficientemente poderoso para que la farsa siguiera adelante?

-Lo haré hoy o mañana-dijo ella, con tono lúgubre.

-Debería hacerlo ahora, señorita- insistió el inspector, haciendo gala de modales anticuados.

-No me siento con fuerza para recordar lo ocurrido- sus ojos azules brillaban, como si quisiera contener las lágrimas- Tenía muy poco dinero en la cartera… tampoco es para tanto.

Otra máxima del trabajo de policía es que no se puede obligar a nadie a denunciar un delito, aunque fuera un caso tan obvio como aquél. Yamanishi prefirió dejar que se lo pensara mejor y tras llamar al agente uniformado que le acompañaba, se dispuso a salir del piso. Mientras Kitami se secaba una lágrima con un pañuelo, Nishizaki le dijo al inspector:

-Déjeme hablar con ella. Procuraré convencerla para que presente la denuncia. Comprenda que ha pasado por una experiencia muy desagradable.

El inspector hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza. Nishizaki no acertaba a suponer que, pese a que la farsa era perfecta en su planteamiento, el instinto investigador de Yamanishi no era fácil de engañar.

-Estamos a su servicio- dijo el agente uniformado que acompañaba a Yamanishi, a modo de despedida.

Minutos después, tras unas palabras de ánimo del joven y una despedida fría y convencional por parte de Kitami, Nishizaki se quedó sólo en el piso.

Procedió a una limpieza general de la vivienda. Limpió el polvo de los muebles, fregó el suelo de la cocina, sacudió las alfombras… pero faltaba algo.

“Qué vacía se ha quedado la casa sin ella” pensó Nishizaki pensando en Kitami.

Era la primera vez que le sucedía algo así. Entró en su habitación, y al ver su cama vacía se acordó de la joven de pelo rubio acostada en ella, presa del ente demoníaco al que le debía seguir con vida. Se acercó a la cama, pero se sentía incapaz de alisar las sábanas. El dejarlas arrugadas era lo único recuerdo que le quedaba de ella. La añoraba.

Nishizaki deseaba que se reanudaran las clases en el instituto, para que todo volviera a la normalidad cuanto antes.

Con un trapo en la mano, se dispuso a limpiar el cristal de la ventana de su habitación, desde la que se veía la calle. La vista tampoco era para tanto, sólo se podía ver como mucho, una cabina telefónica en la esquina del bloque de viviendas de enfrente. Había una chica esperando afuera, haciendo tiempo para entrar. Era curioso, porque no había nadie dentro hablando por teléfono. De improviso, la joven entró.

Era Reika Kitami. Nishizaki pudo ver como descolgaba el auricular e introducía una moneda.

La conversación fue muy breve, de apenas un minuto. Kitami salió de la cabina con cara de no haber logrado lo que quería. Nishizaki se apartó de la ventana, pensando en que no debía estar tan pendiente de ella.

Volvió a la cocina y vio que los desperdicios del día anterior estaban sin bajar. Cogió la bolsa de basura y salió del piso, bajando las escaleras para depositar los desperdicios en un contenedor cercano. Al salir a la calle, se encontró con una sorpresa inesperada; Kitami seguía de pie al lado de la cabina telefónica. Nishizaki no pudo reprimir una sonrisa.

-¿No te ibas ya?- preguntó él, procurando ser agradable.

Kitami no dijo nada. Nishizaki se quedó parado sin darse cuenta de que el contenedor de basura no vendría hasta él para recoger su bolsa.

-He llamado a casa de un amigo mío-contestó ella- pero no estaba en casa.

A Nishizaki se le heló la sangre. Posiblemente, Kitami tenía novio. Pero logró conservar la cara de póker que le permitiera engañar a la policía hacía unos minutos.

-Es un amigo de mi antiguo instituto- prosiguió Kitami, como si aquello fuera más desagradable para ella que el atraco; hablaba con el tono que da el amor no correspondido- Desde que me cambié de instituto no he podido volver a verle, y su madre me ha dicho que estaba estudiando en la biblioteca…

Nishizaki analizó cada palabra que oía. Tal vez no todo estaba perdido y él tuviera alguna oportunidad. Aquel amigo del que Kitami estaba hablando no sabía lo que se perdía, aunque ella nunca hubiese tenido valor para expresarle sus sentimientos.

-¿Crees que debería denunciar lo que me ha pasado?- preguntó Kitami, cambiando de tema.

Nishizaki asintió con la cabeza.

-¿Podrías acompañarme? Si no te parece mal…

Nishizaki se lo pensó un momento y contestó:

-Si no te importa esperar un momento, dejo la basura en el contenedor y subo a casa para cambiarme de ropa.

Ella asintió con la cabeza.

Nishizaki abrió la puerta del armario guardarropa de su habitación, dudando que debía ponerse. Por inercia, cogió las prendas del uniforme del instituto: camisa blanca, la corbata y el pantalón oscuro… no, no era día para vestirse de manera tan formal. Entonces, se decidió por una chaqueta marrón, zapatos oscuros y pantalones de color crema; sentía una imperiosa necesidad de sentirse atractivo ante Kitami. Cuando salió del portal, ella le dirigió una mirada mezcla de curiosidad y asombro.

-Que bien te sienta la chaqueta…- comentó ella.

Caminaron juntos hasta la comisaría. Nishizaki esperó fuera en la calle mientras ella, adentro, cumplimentaba los trámites. A los diez minutos salió con expresión de evidente alivio. Era muy probable (como al final sucedió con el paso de los años) que su denuncia se perdiera entre las incontables causas pendientes que tenían aquellos matones, pero quedaba el consuelo de que, de una manera indirecta, se había hecho justicia.

-¿Tienes algo que hacer?- preguntó Kitami a Nishizaki.

-No.

-¿Podrías acompañarme a la parada del autobús?

-Claro que sí.

Mientras caminaban juntos, Kitami se fijó en que un dedo de su mano derecha estaba vendado. Era el dedo en el que Nishizaki realizó el corte para obtener la sangre que le permitió realizar el primer conjuro para ver el pasado mientras ella estaba inconsciente.

-No recuerdo haberme cortado el dedo- dijo Kitami, algo confundida.

Nishizaki no dijo nada, haciéndose el despistado.

Los primeros minutos del paseo fueron de expectación total para Nishizaki. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra procedente de ella la sometía a revisión, para comprobar que todo estuviera en orden. En seguida, Nishizaki se dio cuenta de que la Reika Kitami con la que estaba hablando era la misma chica nueva recién llegada al instituto, sin que conservara ningún trauma por lo sucedido.

Kitami quería saber más cosas sobre él. Nishizaki le contó que en el instituto apenas hablaba de su peculiar situación familiar porque no quería ganarse la compasión de nadie siendo el “pobre huerfanito”, así como tampoco hablaba de la tienda de antigüedades de su tío. El pensaba que era un negocio poco serio y con el no se podía ganar mucho dinero. La conversación fue derivando hacia Nami Kozono y sus preferencias sexuales. Durante el proceso del hechizo “para someter un alma ajena a la voluntad propia” Nishizaki se había esmerado en que ella conservara el recuerdo de sus primeros y desafortunados encuentros con la coordinadora del consejo de estudiantes.

-Todo el mundo en el instituto sabía que Kozono era lesbiana- se limitó a decir Nishizaki.

“Aunque algunos lo sabíamos más que otros” pensó él con amargura.

-Creo que yo le gustaba… –dijo Kitami – Tenía una forma muy especial de mirarme… como si se alegrara cada vez que me veía…

Nishizaki sentía una sensación ambigua al oír hablar de Kozono; entre la animadversión, el respeto y el miedo. Para él sólo era una ególatra, una niña rica y consentida.

-Una vez intentó ir más allá conmigo- comentó Kitami- Pero yo me negué… y ella se enfadó… me dijo que nadie la decía que no. Aunque al día siguiente me pidió perdón.

-¿Cómo?- la interrumpió Nishizaki- ¿Te pidió disculpas?

Kitami asintió con la cabeza.

-Es la primera vez que Kozono le pide disculpas a alguien- dijo él, sintiendo nada más decirlo que no era cierto- Bueno, en realidad no.

-¿Qué quieres decir?- preguntó Kitami.

-Sucedió un par de semanas antes de que tú llegaras…

Aquel día Nishizaki prefirió quedarse sólo en el aula una vez terminadas las clases de la tarde para estudiar unos apuntes de Historia. Aunque no le apetecía mucho estudiar, aquella era la excusa perfecta para volver tarde a casa, ya que su tío estaría en la tienda realizando un inventario de existencias, y si volvía pronto, tendría que ayudarle. Estaba atardeciendo, y el sol descendía lentamente hacía el ocaso. Sólo se oía afuera el graznido de unos pájaros que volaban hacia el horizonte.

El aula estaba silenciosa, y aquello le ayudó a concentrarse… pero no por mucho. Oyó pasos afuera del aula, en el pasillo. Era Junko Mochida, que estaba acompañada de Nami Kozono.

-Mira que atardecer más bonito…- oyó Nishizaki decir a Kozono- Ven conmigo a verlo.

Parecía que la tiránica Kozono sentía debilidad por los atardeceres.

Nishizaki estaba enfrascado en la lectura de los apuntes. Llegó a un tema muy largo y aburrido sobre la etapa anterior a la Revolución Industrial y le quedó la duda de si ese tema entraría en el examen cuatrimestral. Decidió ir hacia el despacho del profesor. Normalmente, los profesores se quedaban en los despachos una hora después de terminado el horario de las clases para atender las dudas de los alumnos. Con un poco de suerte, tal vez el profesor de Historia no se hubiera ido.

Caminó con los apuntes debajo del brazo hacia el despacho. Golpeó un par de veces la puerta y giró el pomo. Como no estaba cerrada con llave, pensó que el profesor estaría allí dentro… pero comprobó, de la manera más gráfica imaginable, que los rumores que circulaban sobre los gustos sexuales de Kozono eran ciertos.

Nishizaki vio a Mochida y a Kozono juntas, abrazadas. Kozono con la mano derecha le estaba acariciando los pechos a la joven de gafas mientras que con la izquierda le bajaba las bragas por debajo de la falda. Al verse sorprendidas, Mochida se puso roja como un tomate… y Kozono se separó rápidamente de ella, encaminándose hacia Nishizaki. Entonces, le propinó tal bofetada con la mano derecha que le empujó fuera del despacho. A continuación, y mientras Nishizaki soltaba los folios de los apuntes y éstos revoloteaban alrededor de él, Kozono le gritó:

-¡¡¡COMO SE LO DIGAS A ALGUIEN, TE RAJO!!! ¡¿ME OYES?!

Kozono cerró la puerta del despacho, y Nishizaki, humillado y aterrorizado recogió y ordenó los folios de los apuntes desperdigados por el suelo. Mientras, dentro del despacho, se oía a Mochida llorar. Ella estaba disgustada porque alguien les había sorprendido en su encuentro de amor lésbico… no fue suficiente con que Kozono, como coordinadora del consejo de estudiantes tuviera una copia de la llave maestra de los despachos de los profesores para encontrar un lugar discreto donde consumar su atracción por la joven de gafas.

Nishizaki, con la cara enrojecida, oyó a Kozono hablar con un tono cariñoso, inédito en ella, para consolar a Mochida. Con los apuntes bajo el brazo, mal ordenados, se dirigió al servicio para lavarse la cara con agua fría y así disimular la marca del bofetón.

A la mañana siguiente, Nishizaki estaba muerto de miedo. Antes de entrar en clase, se encontró con Mochida, que le miraba con aire de superioridad a través de sus gafas.

-La coordinadora del consejo de estudiantes quiere hablar contigo-le dijo ella con su voz fría y prepotente, sin rastro del disgusto del día anterior.

Nishizaki la siguió, como un borrego camino del matadero, mientras algunos alumnos que pululaban con el pasillo les miraban, compadeciéndose en tono burlón del posible motivo que hiciera necesaria la presencia de Nishizaki. Entraron en el aula destinada a las reuniones del consejo, y Mochida le dejó allí, sin decir nada.

Al otro extremo del aula se hallaba Kozono, sentada en una silla, como una reina en su trono.

-Acércate- dijo Kozono en tono seco que daba a entender que mejor era no llevarla la contraria.

Nishizaki obedeció. Una gota de sudor frío le recorrió la frente.

Kozono se levantó de la silla.

-¿Te he hecho daño?- preguntó ella.

El se quedó sorprendido. Tardó unos segundos en reaccionar, pero logró mover la cabeza para decir que no con un gesto.

-¿Se lo has dicho a alguien?

Nishizaki sentía algo raro en la actitud de Kozono. Si ella fuera una persona normal, él pensaría que tal vez fuera algo parecido al arrepentimiento.

-No.

Kozono extendió el dedo índice de su mano derecha y recorrió la marca de la mejilla del rostro de Nishizaki, allí donde le había propinado el bofetón. Entonces, acercó sus labios a su oreja derecha y le susurró:

-Gracias.

Kozono parecía querer sonreír. Pero Nishizaki dudaba si aquello era una sonrisa de reconciliación o una muestra de que ella sólo estaba disfrutando de hacer sufrir a una víctima de su ira.

-Puedes irte.

Kozono le señaló la puerta. Nishizaki salió de allí a paso ligero.

Kitami oyó la historia de Nishizaki con mucha atención. Al ser ambos víctimas de Kozono, sentían que tenían algo en común. Kitami se quedó esperando algo más, como si toda aquella experiencia desagradable hubiera de tener una moraleja. Y sí la tenía.

-No sientas pena por lo que le ha pasado a Kozono- dijo Nishizaki, tratando de olvidar el tema de la Biblia Negra y el papel de virgen sacrificada de Kitami- Ella sólo era agradecida o humilde cuando quería algo de ti.

Nishizaki recordó lo que Kitami dijo antes… algo sobre que Kozono había intentado ir “más allá” con ella. Se lo preguntó, porque quería que ella se lo contara con sus propias palabras, sin estar bajo el influjo de ningún hechizo.

-¿Intentó propasarse contigo?

-Prefiero no hablar de ello- dijo Kitami con tono tajante.

Era muy posible que días antes del ritual de Kozono hubieran sucedido muchas cosas, pero Nishizaki no tenía deseos de averiguarlas. Era momento de olvidar y mirar hacia el futuro.

Kitami, de repente, se detuvo frente al escaparate de una tienda de mascotas. Ella se alegró al ver un cachorro expuesto. El pequeño animal tenía sus dos patitas apoyadas sobre la superficie acristalada y ladraba abriendo la boca y enseñando la lengua.

-Hola… hola perrito…- dijo Kitami al animal, agachándose para verlo mejor.

Nishizaki se quedó mirando a ambos.

-Me encantan los animales- le comentó ella- De mayor, me gustaría ser veterinaria o enfermera. Espera un momento, voy a entrar a preguntar cuanto vale.

Kitami entró en la tienda y rápidamente entabló conversación con el dueño, interesándose por el animal. Nishizaki no la quitó el ojo. Kitami no sólo preguntó el precio del cachorro, sino también qué comía o que cuidados había que darle.

Una sensación de orgullo invadió a Nishizaki. Era ella; Reika Kitami, la recién llegada al instituto.

El se sentía como un escultor que, tras largas horas de trabajo, hubiese concluido una obra de arte digna de su esfuerzo. He abierto la puerta del inframundo para devolver la inocencia a una chica que no tenía la culpa de nada, se decía a si mismo a modo de justificación. Tenía todo el derecho a sentirse así; porque allí donde Takashiro y Kozono fracasaran, el había triunfado. El verla disfrutando así le reconfortaba, porque en el proceso de aplicación del hechizo también había decidido que ella olvidara por completo al perro callejero que tenía como mascota.

Kitami salió de la tienda y ambos reanudaron la marcha. Ella comentó que el dinero para pagar el perro no era el problema, sino su madre, que no la dejaba tener una mascota en casa.

-Creo que ella tiene razón- dijo Nishizaki- Un piso no es lugar adecuado para un perro.

Kitami se enfadó al oír eso.

-¡Hablas como mi madre!- exclamó Kitami acelerando el paso y separándose de Nishizaki- ¿Sabes que te digo?... ¡Qué no hace falta que me acompañes! ¡Volveré sola a casa!

Nishizaki dejó de caminar. Kitami se giró y cambió la expresión de enfado por una sonrisa.

-No te asustes… sólo era una broma.

El estaba desconcertado. No esperaba que ella se tomara así su falta de entusiasmo por los animales domésticos.

-Oye, Nishizaki…-concluyó ella- Te lo tomas todo muy en serio, ¿no?

Nishizaki pensó que debía rendirse a la evidencia. Para Kitami, el sólo era el chico que había aparecido para ayudarla en el lugar y en el momento adecuado.

Cruzaron un paso de peatones, en el que entre otros vehículos había un autobús lleno de pasajeros. Nishizaki nunca sabría que entre los pasajeros del transporte se hallaba una joven de largo cabello pelirrojo, que estaba en el autobús de camino al instituto de otra ciudad, ya que se iba a mudar con su familia y tenía que preparar los papeles del traslado.

Se trataba de Hiroko Takashiro, la única superviviente de la noche de Walpurgis. Ella, en su asiento al lado de la ventanilla, vio a Nishizaki caminar por la calle con expresión pensativa, acompañada por alguien a quien pudo ver sólo durante un instante.

¿Quién era aquella chica joven de pelo rubio que le acompañaba?

-La parada del autobús está al otro lado del bosque- explicó Kitami señalando con el dedo lo que parecía ser el final del camino, un área cercana al instituto que colindaba con una zona verde - Suelo cruzarlo para llegar antes al instituto por las mañanas.

Desde hacía rato, Nishizaki estaba callado. La conversación entre los dos se había apagado. El aprovechaba cada momento que pasaba con ella… aquellos ojos azules de mirada cristalina… aquella ingenuidad refrescante que irradiaba en cada gesto suyo, en cada palabra…

Se miraron de frente. Era la hora de despedirse.

-Si necesitas apuntes, sólo tienes que pedírmelos- dijo Nishizaki, para quedar bien con ella.

-¡Espera!- exclamó Kitami- No te he dado mi número de teléfono. Es para que me avises de cuándo se reanudan las clases.

Ella rebuscó en el bolso y sacó un bolígrafo y una libreta en el que garabateó su número. Arrancó la hoja y se la pasó a Nishizaki.

-Mejor será que te dé mi número- dijo Nishizaki cogiendo el bolígrafo de Kitami y apuntándoselo en la libreta.

El paso lógico hubiera sido ”adiós” o “hasta la vista”. Pero Nishizaki no quería que aquello terminara allí.

-Hay algo que no te he dicho- dijo Nishizaki, notando cómo se le formaba un nudo en la garganta.

Kitami se quedó a la expectativa. No parecía ansiosa por irse.

-Tú a mí… tú a mí… tú a mí me g… me g…

Nishizaki averiguó entonces que era más fácil devolver un demonio al inframundo que confesar sus sentimientos a la que chica que le gustaba.

Se dejó llevar por sus instintos. Y al mismo tiempo los dos se abrazaron a la vez. Kitami le miró fijamente a la cara. El rostro de Nishizaki era la prueba de que una imagen vale más que mil palabras.

-Lo sé… – dijo ella viendo como los ojos de Nishizaki brillaban por la emoción.

El la besó, cerrando los ojos. A diferencia de lo que sucediera con Takashiro la noche anterior, ahora quería llevar la iniciativa. Y ella aceptó el beso, devolviéndoselo después de que Nishizaki separara sus labios.

Mientras se besaban, Nishizaki ignoró su sentido de la prudencia, que le recriminaba que aquello no debía suceder así, que debía haber esperado más tiempo.

-¿Cuándo decías que regresaba tu tío de viaje?- preguntó Kitami.

-Dentro de una semana o dos… o más… podemos volver a mi casa y estar un rato a solas.

Y ambos deshicieron el camino andado.

Al entrar en el apartamento, Nishizaki desconectó el cable del teléfono de la pared. Quería que Reika Kitami fuera para el sólo, sin que nadie les interrumpiera. Abrazados los dos, estuvieron besándose mientras él la dirigía a su habitación, donde estaba la cama con las sábanas revueltas donde ella pasara todo el día anterior presa del ente demoníaco.

Cada uno se quitó las prendas de ropa apresuradamente, con ansia. Se tumbaron en la cama y allí siguieron con su interminable sucesión de abrazos, caricias y besos. Kitami le hizo un gesto para que se contuviera.

-Soy virgen- dijo ella, y entonces vio que Nishizaki arrugaba el entrecejo. Era parte de esa mentira que influía sobre ella, no acordarse de cómo fue realidad su primera vez; violada por una pandilla de matones.

-Yo también lo soy- mintió Nishizaki, queriendo olvidar el rostro de Takashiro bajo la lluvia.

Para Nishizaki, aquellos preliminares le estaban abriendo el apetito. Quería más de ella, abrazarla, no soltarla jamás. Y que nunca perdiera su inocencia.

Kitami jugueteó con su pene… al alcanzar este el grado de erección, lo cogió con su mano derecha para guiarlo bien en la entrada en la vagina. Ella gimió al sentirlo dentro.

Nishizaki se desahogó en cada movimiento pélvico. Durante minutos, tuvo la mente en blanco, y en un breve instante, un minuto antes de eyacular, tuvo una breve visión del único cabo suelto que quedaba:

La Biblia Negra.

Nishizaki la previno que iba a correrse. Ella susurró, entre fuertes gemidos que lo quería todo dentro.

El obedeció, y ambos lograron un orgasmo simultáneo que les dejó exhaustos.

“Era lo que querías, ¿no?” pensó Nishizaki tumbado en la cama con Kitami al lado “Acostarte con ella”.

Los dos estaban empapados en sudor, sin decirse nada, aunque era obvio que habían disfrutado con aquello. Nishizaki la dijo que quería ir al servicio y se ofreció para traerla algo para beber. Kitami dijo que no quería nada.

En el cuarto de baño, Nishizaki orinó y se miró al espejo del lavabo. Todavía tenía la cara enrojecida del esfuerzo. Estaba obsesionado con la idea de que aquello ero demasiado bonito. La muerte de sus padres le había enseñado que la vida es fugaz, y lo son aún más los momentos felices.

Abrió el grifo y con una pastilla de jabón, se lavó las manos. A pesar de que las tenía limpias, sentía el deseo de lavarse. Dos días antes, el había visto a Kitami deambular por la calle, desnuda y ensangrentada. Recordaba la desagradable sensación de tocar su cuerpo y ver que lo que manchaba su piel era sangre reseca y pegajosa. De ahí vino su decisión de meterla en su casa y de ducharla, sin pensar en las consecuencias.

Se aclaró las manos y cerró el grifo. Como le quedaban pocos cigarrillos en la cajetilla que escondía en su habitación, decidió coger uno a su tío (a pesar de que éste prefería fumar en pipa, siempre tenía disponible algún cartón) y localizó un par de paquetes sueltos de tabaco negro en el segundo cajón de la mesa del despacho.

Olvidándose de Kitami, desnudo y con el cigarrillo encendido, se sentó en el sofá. El mismo sitio donde se sentara tras utilizar el conjuro de “para conocer lo que fue y nunca volverá a ser”. Todo volverá a la normalidad, se decía. Kitami volvería a su casa e intentaría hacer las paces con sus padres (ella le había dicho que estaba casi convencida de que ellos le perdonarían por desaparecer de casa durante dos noches), las clases se reanudarían dentro de poco... pero él y ella… ¿qué serían? ¿Buenos compañeros de clase? ¿Amigos? ¿Novios? El sentía algo por ella, más allá de la simple atracción carnal. Pero era inevitable pensar que, visto de cierta manera, se había enamorado de una mentira. De que ella estaba bajo el influjo de un hechizo que le había eliminado algo que, si lo recordaba, la traumatizaría de por vida; de cómo fue víctima de un ritual demoníaco y que por ironías del destino, ella acabó matando a su verdugo, presa de la desesperación por sobrevivir.

Nishizaki nunca pensó que él sería capaz de engañar a un demonio y de devolverlo al Otro Lado. Estaba agotado... exhausto… y el futuro era incierto. Aspiró varias caladas del cigarrillo, saboreando el aroma y el regusto que le invadía la nariz y la garganta.

Una mano femenina le quitó el cigarrillo a medio consumir y lo estrujó en el cenicero de la mesa del centro de la sala. Era Kitami, que se había levantado de la cama.

-No me gustan los chicos que fuman- dijo ella en tono cariñoso mientras le besaba la nuca- ¿Sabes?

Mientras tanto, el inspector Yamanishi se enfrentaba en su despacho de la comisaría de policía a una evidencia que, por más vueltas que la diera, era incontestable.

“No tengo caso”, pensaba mientras miraba las fotos del lugar del crimen, tomadas en el sótano del instituto. Después de que los forenses revisaran el lugar, Yamanishi no tenía ninguna evidencia de quien pudiera matar a Nami Kozono, Rie Morita, Saki Shido y a las demás integrantes del fallido ritual.

“A dónde vamos a llegar…jóvenes invocando al demonio” pensó Yamanishi sin poder asumir el hecho de que a un mes de su jubilación tras cuarenta y dos años al servicio de la policía, aquel sería su único caso sin resolver.

Todo lo que había en el sótano del instituto cuando llegó la policía era sangre y un montón de huellas digitales dispersas y mezcladas. El análisis de la espada no dio ningún dato relevante; manchas de sangre de grupos sanguíneos de diferentes y huellas digitales inidentificables que lo único que indicaban era que la espada había sido empuñada por más de una persona.

Aparte de eso, sólo tenía una testigo que había estado atada y amordazada por sus propias compañeras en un cuarto mientras se llevaba a cabo el ritual (Hiroko Takashiro, que fue quien llamó a la policía una vez que logró liberarse de sus ataduras y comprobar con sus propios ojos el resultado de la carnicería), una víctima que no existía (Reika Kitami había abandonado el lugar de los hechos antes de que Takashiro pudiera salir del cuarto donde estaba encerrada) y un sospechoso sin pruebas (Takashi Nishizaki, a pesar de que en principio no se le podía acusar de nada, la experiencia de Yamanishi le avisaba que quien más quiere colaborar con la policía es probable que tenga algo que ocultar).

El problema era que Yamanishi estaba enfocando desde una óptica racional una situación irracional; manejaba la teoría de que, de alguna manera, la víctima del ritual había logrado quitarle la espada a Kozono y había matado a ella y a las chicas del grupo. Pero no tenía víctima. Y sin saberlo, hacía unas pocas horas, en el apartamento de Nishizaki había estado hablando con ella.

Una y otra vez, Yamanishi descartaba que Reika Kitami tuviera algo que ver con el caso. Que hubiera estado desaparecida tantas horas no demostraba nada. Además, de haber sido víctima de algo tan espeluznante no habría estado tan “normal” mientras hablaba con él; sólo era una joven que había reñido con sus padres y que había sido atracada por unos delincuentes.

Yamanishi daría la mitad del sueldo de su jubilación por poner una cara a la víctima. Las pesquisas efectuadas incluían la declaración de un camarero de una cafetería que comentó a la policía que un día antes de los acontecimientos había servido café a Nami Kozono y a dos amigas y que, con semblante muy serio, hablaron entre ellas de algo de “sacrificar una virgen” y que aquello “las haría muy poderosas”… el inspector tendría que conformarse con la explicación que cerraría el caso: de alguna manera, las integrantes del grupo se mataron entre ellas, sin que pudiera explicarse exactamente quien mató a quien o quien fue la última en morir.

En dos semanas se reanudarían las clases en el instituto, ya que poco quedaba por investigar ahí. Yamanishi descolgó el teléfono y llamó al comisario-jefe.

-Habrá que cerrar el caso- dijo el inspector sosteniendo el auricular con la mano izquierda y guardando en una carpeta las fotos y los informes policiales- ¿Qué como estoy?... frustrado… sí… ya sé… pero tengo la sensación de que se nos escapa algo… dudo que se pueda reabrir el caso… por cierto… ¿te conté que mi nieto quiere ser policía?




DOS SEMANAS DESPUES.

Quedaban diez minutos para comenzaran las clases en el instituto. Reika Kitami, antes de entrar, paró un momento en un puesto de comida para comprar el almuerzo.

-Son doscientos diez yens- dijo el tendero dándole la ración de arroz en conserva- ¿No compras comida para tu amigo?

Kitami arrugó el ceño.

-¿Qué amigo?

-Ya sabes… tu mascota. Que por cierto, hace días que no viene por aquí.

Kitami abrió el monedero y pagó la comida.

-Yo no tengo ninguna mascota- dijo ella despidiéndose del tendero y dejándole con las ganas de saber que había sucedido para que suspendieran las clases durante dos semanas.

Kitami se acercó a la puerta de entrada del instituto. Entre todos los estudiantes que rondaban por ahí, preparándose para entrar, vio a Nishizaki acompañado de sus amigos, pero no le saludó. Con la mirada buscaba un perro callejero el cual ignoraba que nunca volvería a ver.

Dentro del aula, Nishizaki y Kitami estaban a pocos pupitres de distancia uno del otro, aunque ninguno de los dos se saludó ni hizo gesto alguno de reconocimiento. En dos semanas, el último contacto que hubo entre ellos fue una llamada de Kitami a Nishizaki, preguntándole si se había enterado de cuando se reanudaban las clases. El le contestó que sí, y ella, al oír la fecha, le dio las gracias y colgó. Nishizaki se sintió extrañamente aliviado ante ese aparente desinterés.

La primera clase correspondía a la asignatura de inglés. El profesor, antes de empezar, hizo una pequeña alusión a lo sucedido.

-… ya hemos perdido dos semanas de clase. La policía ya ha hecho su labor, por lo que no debéis permitir que este incidente os impida concentraros en los estudios…

Sistema educativo japonés en estado puro, pensó Nishizaki; apartar los sentimientos y los asuntos personales para ofrecer lo mejor de uno mismo en los exámenes. El profesor comenzó la clase reanudando las explicaciones de estructuras gramaticales de voces pasivas escribiendo oraciones complejas en la pizarra.

Nishizaki se sentía frustrado; hacía dos semanas, armado con volúmenes de gramática de textos antiguos, había logrado traducir los textos casi ilegibles de los pergaminos que su tío guardaba en la caja fuerte para averiguar qué le pasaba a Kitami. Ahora, rodeado por sus compañeros, aquella materia que el profesor impartía y de la que dependía su aprobado le parecía insípida, aburrida.

Fijó su mirada en el manual de inglés. La rutina del instituto no había logrado calmar su desazón. Por más que intentaba olvidar, pensaba en el cabo suelto que quedaba…

El profesor mandó leer a uno de los alumnos un texto que trataba sobre la vida de un ama de casa en Londres; a la vez, en la mente de Nishizaki afloró un recuerdo protagonizado por la antigua líder del club de magia, Hiroko Takashiro…

…en su estado incorpóreo, vio como Kitami, tras sellar su pacto con el demonio atrapado en la Puerta de Orcus, salía del sótano, desnuda y ensangrentada, a la calle, sin rumbo… entonces se abrió una puerta y reconoció a Takashiro, vestida con el pijama del hospital, gritando con los ojos abiertos de terror al ver el panorama de los cadáveres de Kozono y las demás integrantes del ritual… Takashiro estuvo varios minutos llorando de pie, sin moverse de donde estaba… Nishizaki supuso que ella estaría intentando desahogarse para hacer acopio del poco valor que la quedaba… de repente, la joven de cabello pelirrojo se acerca al cadáver de Rie Morita… a medio metro, estaba el libro que lo inició todo, un viejo manuscrito de la Edad Media, encuadernado con tapas negras y abierto por la mitad, con manchas de sangre empapando las hojas…

…Takashiro se agacha y hojea el libro una y otra vez… la preocupación marca su rostro… ¿qué podía hacer con algo tan peligroso?… es posible que en la pared se halle la solución… la palpa y descubre que una de las losas cuadrangulares está algo suelta… al desprenderla, descubre que hay un hueco lo suficientemente amplio para guardarlo… Takashiro lo mete ahí y vuelve a poner la losa en su sitio…

-Nishizaki, continúe la lectura…- era la voz del profesor de inglés, que le despertó de su recuerdo. Se puso rojo como un tomate, y no logró localizar qué parte del texto tenía que seguir leyendo.

-Como recompensa por estar tan atento-dijo el profesor con tono severo- llevará ese pupitre vacío al aula de al lado cuando termine la clase.

Hubo un murmullo general en el aula. El único pupitre vacío que había era el que ocupaba Nami Kozono cuando era una alumna más. Se habían olvidado de retirarlo antes de reanudar las clases. A veces ella solía ausentarse, debido a sus compromisos como coordinadora del consejo de estudiantes; se hacía duro ver que era necesario retirarlo porque no volvería nunca.

A Nishizaki le daba igual. Sabía dónde se hallaba la Biblia Negra.

Sonó el timbre que avisaba de que la hora de inglés llegaba a su fin. Nishizaki intercambió una mirada con Kitami, pero ella no hizo gesto de reconocerle, mientras hablaba con sus compañeras de clase. Nishizaki pensó que sería duro cambiar de instituto a mitad del curso y procurar hacer nuevas amistades. Cruzó el pasillo llevando el pupitre y al entrar en el aula, tuvo una sensación de “deja vú” que le hizo estremecerse.

Aquella aula (a esa hora estaba vacía) era donde el grupo de magia de Hiroko Takashiro se dedicaba a escondidas a su afición secreta: leer libros de ocultismo, debatir sobre la adivinación del futuro… y echar las cartas del tarot si alguien lo solicitaba.

Nishizaki recordaba que Takashiro, Morita y Shido constituían un grupo muy cerrado, apenas hablaban con gente de su curso. En una ocasión, en los tiempos en los que para ellas la magia era apenas un juego, Nishizaki tuvo la ocurrencia de pedir a Takashiro que le leyera las cartas para saber el resultado de un examen de Historia. Recordaba haber entrado en el aula y hablar con las tres en voz baja para que nadie les oyera.

-Lo siento- dijo Takashiro enseñando las cartas del Tarot tras barajarlas- Vas a suspender.

Morita y Shido intercambiaron una mirada cómplice. Nishizaki, retó a Takashiro a que le dijera la nota.

-Entre un tres y un cuatro- dijo la pelirroja.

-¿Podrías ser más precisa? Es que nos van a puntuar hasta las centésimas- preguntó Nishizaki, sonriendo. No podía ocultar que estar con el club de magia le parecía divertido.

Hubo un brillo de malicia en lo ojos de Takashiro.

-Tres coma noventa y cinco.

-¡Anda ya!- exclamó Nishizaki.

A los dos días salió la nota y se cumplió el pronóstico. Nishizaki fue a buscarlas para preguntar a Takashiro cómo pudo acertar con tanta precisión. Se las encontró en el patio del instituto.

-Es nuestro secreto- contestó Morita mientras Takashiro guardaba silencio.

-¿Pero cómo…?

-Nishizaki… no deberías preguntarnos esas cosas…- dijo Shido con tono de recriminación jocosa- ¡Somos brujas!

Entonces, Nishizaki, Morita y Shido estallaron en una carcajada. Curiosamente, Takashiro no rió con ellos.

Se preguntó cómo podrían haber sido las cosas si la Biblia Negra no hubiera entrado en escena. Por ejemplo, ¿habría acabado él perdiendo la virginidad con Takashiro? Si no fuera por aquellas circunstancias, lo veía casi imposible. Y Kozono… si no contara con los poderes de aquel libro... ¿habría ideado aquella malévola encerrona por despecho contra Kitami?

Lo cierto era que, a base de circular de boca en boca, la historia de que Kozono y las amigas de Takashiro habían sido encontradas muertas en medio de un ritual para invocar a un demonio, iba siendo ampliada, corregida y mejorada logrando que, irónicamente, cuanto más se magnificaba, más se acercaba a la realidad. Incluso circulaba el rumor de que antes de buscar a una virgen para el sacrificio, habían hecho pruebas matando a animales para realizar conjuros con su sangre.

Nishizaki salió al pasillo, echando de menos no poder fumar un cigarrillo antes de que viniera el profesor. Aquella clase tenía demasiados recuerdos para él.

Además, pensaba que ya nada volvería a ser como antes.

Después del comer, Nishizaki subió las escaleras que llevaban hasta la azotea del instituto y se entregó a su esporádica costumbre de fumar un cigarrillo tras el almuerzo. Cómo estaba prohibido fumar, y ya le habían amonestado dos veces por ser descubierto fumando en el servicio, prefería hacerlo allí, sentado y apoyando la espalda sobre el muro del mirador desde el que se podían ver la pista de tenis y las canchas de baloncesto.

Mientras encendía el cigarrillo, se desabrochó la corbata, como si fuera un oficinista en su hora libre. Había días en que a Nishizaki le encantaría quemar el uniforme del instituto con el que se vestía para ir a clase; hoy era uno de esos días. Normalmente, se sentía cómodo entre la rutina diaria de las clases y el ambiente de convivencia con sus compañeros. Ahora en cambio, se sentía ansioso, inquieto. Y no quería reconocer que parte de la culpa era de cierta alumna nueva de pelo rubio.

Nishizaki oyó el ruido de una puerta abriéndose; alguien había subido también a la azotea. Pensó qué podría tratarse de un profesor que querría averiguar por qué el suelo de allí solía estar lleno de colillas. Aquel día no tenía ganas de escuchar los consejos de nadie sobre lo malo que era el tabaco.

Era Reika Kitami. Nishizaki miró cómo se acercaba a él y sintió algo parecido al vértigo.

-Estaba buscándote. ¿Puedo sentarme contigo?- preguntó Kitami.

Nishizaki dijo un “sí” que sonó como un gruñido.

-¿Qué tal estás?

-Bien- contestó Nishizaki.

Kitami ladeó su cabeza, apoyándola sobre el hombro izquierdo de Nishizaki.

-Siento no haberte llamado estos días- dijo Nihizaki- Pensé que tus padres estarían enfadados contigo y que no sería oportuno que alguien como yo llamara…

-No he venido a pedirte explicaciones- le interrumpió ella- Sólo a estar contigo.

Nishizaki la dio un beso en la mejilla. Ella hizo lo mismo.

-¿Qué tal se lo han tomado tus padres?- preguntó Nishizaki.

-Mejor de lo que esperaba. Se disgustaron con lo que hice, pero comprenden que estuviera enfadada.

Nishizaki respiró hondo. Notaba que se elevaba el ánimo.

-No quiero que te quedes con la idea de que te ayudé porque quería acostarme contigo-dijo Nishizaki, a modo de torpe justificación-Lo que siento por ti va en serio.

Kitami acarició su nuca con suavidad, como si amansara a un gato irritado.

-En clase la gente no hace más que hablar de lo que ha pasado- comentó ella, con cierto fastidio.

-Ya se les olvidará.

-¿Conocías a la antigua líder del club de magia? Dicen por ahí que fue la única superviviente de la matanza…

Nishizaki asintió con la cabeza. Era el único que sabía que la misteriosa pelirroja había intentado hacer algo por detener el ritual. Recordó que ellas dos nunca se habían visto. Que mientras Kitami estaba prisionera de Kozono en el sótano, Takashiro se hallaba amordazada en una habitación, impotente al saber de que una inocente iba a ser sacrificada.

-¿Cómo se llamaba?- insistió Kitami.

-Takashiro… Hiroko Takashiro.

-¿Erais amigos?

-Nos conocíamos de vista. Nada más.

-¿La echas de menos?

-Me da pena lo que le ha pasado. Que se haya tenido que cambiar de instituto.

-Parece cómo si la hubieras pedido salir contigo y te hubiera dado calabazas.

-Alguna vez pensé en ello… pero no creo que hubiese funcionado.

Nishizaki, para despejar dudas, le susurró al oído “Sólo te quiero a ti”. Ella le correspondió con otro beso en la mejilla. Se levantó del suelo y echó un vistazo por encima del muro. Nunca había estado allí, y el panorama, a pesar de que el edificio del instituto no era muy alto, era digno de verse: el bosque que atravesaba todas las mañanas para ir a clase, y al fondo, los bloques de edificios de aquella nueva ciudad en la que tendría que estudiar y salir adelante.

-Takashi… levántate…- la pidió ella. El apuró la última calada del cigarrillo y lo tiró al suelo.

Kitami le señaló el lugar donde se hallaba la verja que delimitaba el límite de los terrenos del instituto con la calle. A un lado de la verja, estaba Seichii Hiratani, quien todavía se estaba curando de la paliza recibida a manos de los matones de Kozono y andaba con muletas. Al otro lado, fuera del límite del recinto, se hallaba una joven de largo pelo azulado y gafas redondas, y que vestía pantalones y blusa: Junko Mochida, la antigua mano derecha de Kozono. Ambos estaban hablando. A Hiratani se le veía algo nervioso, como si tratara de caer bien a la joven y Mochida parecía realmente complacida de hablar con él.

Nishizaki nunca había disfrutado tanto del ancestral arte de cotillear, de mirar sin ser visto.

-¿Tú crees que esos dos…?- preguntó Kitami a Nishizaki, sabiendo que él, como alumno veterano del instituto, sabría si esos dos podrían congeniar.

-¿Y por qué no…?- murmuró Nishizaki, sonriendo.

-¿Pero Mochida no era lesbiana?- objetó Kitami.

-¿Y qué más da?- dijo Nishizaki despreocupado- Mientras los dos sean felices….

-Tienes razón- dijo Kitami, sin poder dejar de fisgonear- Mira, me alegro de ver feliz a esa chica. No me gusta ver sufrir a la gente.

Kitami recordó como Mochida estuvo a punto de dejarse atropellar por un coche, cruzando sin mirar la calle, pocos días después de su extraño comportamiento en el salón de plenos. Por fortuna, el coche paró con un frenazo y Mochida salió ilesa. Tras el incidente, de entre todos los alumnos que lo vieron, Kitami fue la única que se interesó por ella. Mochida la contestó con una mirada desafiante.

Volvieron a sentarse en el suelo. Acordaron que lo mejor sería seguir viéndose así, sin que nadie les viera. Sería muy incómodo hacer lo de otras parejas, que no dudaban en hacerse arrumacos en el intermedio de las clases. Además, Kitami no quería ganarse la reputación de chica fácil recién llegada que se juntaba con el primer chico que encontrara.

-¿Ya ha vuelto tú tío de viaje?- preguntó Kitami.

-Todavía no. Quiere comprar un lote de reliquias y está negociando la compra. Me dijo que volvería dentro de tres o cuatro días.

Que la casa de Nishizaki todavía estuviera libre era una oferta muy tentadora para Kitami.

-¿Qué te parece- preguntó Nishizaki pensando lo mismo que ella- si mañana después de clase vienes a mi casa a cenar?

-Vale.

-¿No tendrás problemas con tus padres por volver tarde a casa?

-No creo. Ya me inventaré algo… diré que quiero quedarme en clase estudiando con amigas o algo así.

Cuidado, pensó Nishizaki. Esta chica está empezando a acostumbrarse a mentir para conseguir lo que quiere.

-Tengo el frigorífico lleno de comida- dijo Nishizaki- Ya encontraremos algo para comer.

-¿No sabes cocinar?- preguntó Kitami, contrariada.

-Yo vivo de comida al microondas- dijo Nishizaki, sin avergonzarse de ello. Ya llevaba muchos años viviendo así.

-¡Ni hablar! Dime qué quieres comer y después de clase compraré los ingredientes. Te vas a enterar de lo que es buena comida casera.

A Nishizaki se le hizo la boca agua, ante la perspectiva de una cena preparada a fuego lento.

-Me encantaría un plato de fideos bien caliente.

-Dalo por hecho.

Kitami le miró a los ojos y le besó en la boca. Aquel beso era diferente; cálido, con la punta de su lengua buscando la suya. Ella se llevó el dedo índice a los labios, en señal de que guardara silencio y le dijo que iba a darle una sorpresa.

Le desabrochó el cinturón y le bajó los pantalones y el calzoncillo. Nishizaki detectó rápidamente las intenciones de Kitami. Le pidió que parara; una cosa era fantasear con ello de vez en cuando y otra hacerlo allí, en un sitio en el que si cualquiera subía podía verles.

-¿Por qué dices que no- le reprochó Kitami- si tu cuerpo dice que sí?

Nishizaki miró al cielo. Kitami le acarició los testículos y enseguida el miembro viril del joven alcanzó su máximo esplendor. Ella se dejó tocar los pezones que cubrían el uniforme del instituto y pidió a Nishizaki que se relajara.

La joven de pelo rubio abrió la boca y golosamente, comenzó a chupar el pene lamiendo todo el recorrido desde la punta hasta la base. Nishizaki notó como poco a poco ella aceleraba el ritmo. En el momento de máxima aceleración, Nishizaki llegó al momento supremo, notando como descargaba dentro de su garganta y su miembro iba decayendo poco a poco.

Kitami se lo tragó todo. Al separarse de él, con los labios goteando, le dedicó una sonrisa maliciosa. Parecía como si dijera que aquello sólo sería el anticipo de lo que le esperaba con ella, amor y sexo a partes iguales.

Nishizaki se subió los pantalones y calculó que todavía tenía tiempo para fumar un cigarrillo. Al sacarlo de la cajetilla, Kitami le miró con mala cara.

-Si quieres que sigamos juntos, tendrás que dejar ese vicio.

Nishizaki se lo llevó a la boca y lo encendió sin hacerla caso.

-Es mi último cigarrillo. Lo prometo.

Fueron suficientes tres minutos en el intermedio entre dos clases de la tarde para que Nishizaki bajara las escaleras, saliera al patio y llegara justo delante de la puerta del edificio del instituto que llevaba al sótano donde Kozono y sus colaboradoras llevaran a cabo el ritual de invocación. La puerta, aparte de hallarse cerrada con un candado oxidado, estaba precintada con una cinta de plástico en la que se podía leer la prohibición de “No pasar. Orden del departamento de policía”.

Nishizaki arrancó un pedacito de la cinta de plástico; un fragmento de forma irregular, que sería la clave para un conjuro contenido en los pergaminos de su tío.


En el almacén de la tienda, Nishizaki vestía de nuevo la túnica de su padre. Aquella era la quinta vez que utilizaría la magia desde que el azar o del destino hiciera que Reika Kitami pasara cerca de la tienda.

Siguiendo las instrucciones escritas en el pergamino (era un conjuro de pocas palabras que no se había atrevido a traducir hasta aquella misma tarde) había dibujado en el suelo un pequeño hexagrama de treinta centímetros de diámetro y alrededor de él había colocado tres velas apoyadas en candelabros formando un triángulo equilátero.

Con las luces apagadas y la tenue iluminación de las velas, Nishizaki pronuncia una serie de palabras de siglos de antigüedad, que suenan como una cinta magnetofónica reproducida al revés… en el centro del hexagrama está el trocito de cinta… entonces, la líneas que conforman el hexagrama comienzan a irradiar luz blanca…

El conjuro que pronuncia Nishizaki dice textualmente “para tener lo inalcanzable al alcance de la mano”… el trocito de cinta plástica simboliza una barrera hecha por los hombres… el conjuro debería servir para saltar esa barrera… Nishizaki lo tiene en la mente… un artículo que nunca debió salir de la tienda de antigüedades…

Nishizaki cierra los ojos… su concentración es máxima… y cuando termina de pronunciar la retahíla de palabras en lenguaje arcaico la luz del hexagrama se desvanece… y el símbolo que representa la barrera de los hombres desaparece… y dentro de los límites del hexagrama, se materializa un libro, sacado directamente del lugar donde Takashiro lo ha escondido después del fallido ritual de Kozono…

Un manuscrito de la Edad Media, con tapas negras y el emblema de una espada y un hexagrama en la portada… y una cadena metálica hecha de pequeños eslabones y rematada al final por un medallón con forma de hexagrama…

La Biblia Negra.

Es una decisión que Nishizaki ha meditado mucho. Todavía está impresionado por la entereza de Takashiro, que después de guardar el libro en el hueco tras la losa suelta estuvo largo tiempo velando los cadáveres de sus amigas en una especie de macabra vigilia antes de salir de allí y avisar a la policía.

“Nunca uses la magia” le había dicho ella tras el apasionado encuentro sexual del callejón, bajo la lluvia. “Es demasiado peligroso”.

No ha tenido más remedio que hacerlo. Era posible que Takashiro no meditara las consecuencias de guardar el libro allí. ¿Y si alguien, después de muchos años, lo encontrara? Con un mínimo de habilidad, podría descubrir su maléfico poder, el de poder manipular a las personas controlando sus sentimientos y sus bajas pasiones.

Sentía haberla mentido. De la misma manera que había prometido a Kitami que dejaría el tabaco, aquella sería la última vez que utilizara la magia. También barajó la posibilidad de destruir la Biblia Negra, pero la educación inculcada por su tío, anticuario e historiador, elevaba la acción de quemar un libro a la categoría de pecado mortal.

Investigaría la Biblia Negra. Empezaría a leerla, usando como apoyo el material de la biblioteca de su tío, y traduciría en la medida de sus posibilidades sus conjuros, para tener una idea del alcance exacto del mal que se podría provocar con ella. Nishizaki estaba convencido que aquel libro maldito representaba el objetivo de la búsqueda que su padre y su madre habían realizado durante años a través de medio mundo en medio de reliquias y de rituales milenarios. Sería un homenaje póstumo a ellos, un trabajo desinteresado que podría llevar meses o incluso años.

Su tío quedaría al margen. De momento, Nishizaki, en una llamada telefónica, le ha contado los acontecimientos del instituto que han obligado a suspender las clases durante dos semanas, pero omitiendo que el poder de la Biblia Negra que vendió a Rie Morita ha sido el principal responsable de la masacre.

Tal vez, sólo cuando el trabajo estuviera terminado hablaría con él y le contaría todo. Seguramente él estaría de acuerdo con la idea de mantener el libro escondido en la tienda, bajo la custodia de personas que entendían su poder.

El grupo de magia de Hiroko Takashiro había empezado vendiendo sortilegios con el poder del libro. Tal uso inadecuado no debía volver a repetirse nunca.

Nishzaki coge el libro con las manos temblorosas. No te va a comer, se dice para tranquilizarse. Al poco rato, se ve capaz de palpar las tapas, de abrirlo y de sentir en sus dedos el roce del papel avejentado por el paso de los siglos.

Su tío le solía decir que un libro antiguo olía a Historia. Nishizaki olfatea el ejemplar.

Por más que lo intenta, sólo percibe el olor de un libro viejo.

Al día siguiente, tal como acordaron, Kitami acudió a la cita en el piso de Nishizaki llevando dos bolsas con ingredientes comprados en el supermercado para prepararle la cena.

Nsihizaki se ofreció para enseñarle la tienda. Ambos bajaron las escaleras desde el apartamento (era una sensación extraña porque la última vez el la había llevado en brazos y tenía que seguir la farsa en la que se suponía que ella nunca había estado allí), y el joven le enseñó la zona dónde se atendía al público, el almacén y el cuarto donde se restauraban los libros viejos antes de ponerlos a la venta.

-¿Qué es eso?- preguntó Kitami señalando un libro abierto encima de la mesa.

-Llegó ayer por correo. Una reliquia de la Edad Media, que estoy investigando en mi tiempo libre.

Era la Biblia Negra. Nishizaki pensaba que en ese caso, la mejor manera de ocultar algo era enseñándolo. Cuando volviera su tío, ya la escondería.

-Tiene pinta de ser muy antigua- dijo Kitami, paseando la mirada por el libro-¿no decías que no te gustaba el trabajo de tu tío?

-A mis padres les encantaban los libros raros. Supongo que es una forma de estar más cerca de ellos. Estoy intentando traducir la primera página.

Nishizaki intentaba justificar así la presencia de un manual de ritos antiguos que se hallaba junto a la reliquia. Kitami, tras casi sentir dolor de cabeza al intentar descifrar los arcaicos caracteres escritos de la Biblia Negra, lo ojeó abriéndolo al azar. Tras leer unas líneas, una expresión de extrañeza y asco se dibujó en su cara.

-Qué horror... aquí pone que una tortura medieval consistía en hacer beber agua a la gente hasta reventar…

Nishizaki le cogió el manual. Leyó el texto y acto seguido lo cerró.

-Estoy seguro de que mi tío tiene libros mucho más interesantes para leer. Y me parece…- dijo para cambiar de tema- que tienes algo pendiente para mí.

-¿Es que sólo piensas en comer?- le recriminó Kitami con una sonrisa.

-Me muero por probar fideos caseros- dijo Nishizaki sin ocultar el ansia que sentía.

-Hay una condición. Deberás dejarme sola en la cocina. Tengo un ingrediente secreto que hará que te chupes los dedos.

-Hummm… me parece perfecto. De postre, tengo helado de vainilla en la nevera.

-Yo había pensado otro tipo de postre- dijo ella, dándole un beso en los labios.

Kitami subió las escaleras mientras Nishizaki, con la excusa de que debía ordenar unas cosas, se quedaba en el cuarto de restauración.

Había tardado un día para traducir la primera página de la Biblia Negra. El texto resultó más difícil de lo previsto, porque estaba escrito con construcciones gramaticales mucho más complicadas que los pergaminos guardados en la caja fuerte. El libro comenzaba con una especie de “aviso para navegantes”, que prevenía a los que quisieran usar su poder del peligro de que, una vez que se empezaba a utilizar la magia, era imposible parar.

Pero Nishizaki tenía curiosidad por una página concreta del libro. Si seguía a ese ritmo de traducción, tardaría semanas en llegar; eran las páginas manchadas de sangre que Morita había buscado desesperadamente mientras Kozono estaba ciega de ira masacrando a las participantes del ritual.

Nishizaki pasó las páginas del libro, y con sumo cuidado, despegó las hojas impregnadas de fluido reseco y rojizo. A pesar de ello, lo escrito en ellas se podía entender de forma aproximada, con bastante esfuerzo. No lo aguantaba más, quería, debía saber qué estaba buscando Morita.

Al leer las primeras palabras, comprobó que se correspondían literalmente con el pergamino número tres de su tío. Lo sacó de nuevo de la caja fuerte y al comprobar la coincidencia, descubrió que la versión escrita en la Biblia Negra era mucho más extensa que la que figuraba en el pergamino. Aquello le desconcertó, porque ese pergamino contenía el hechizo que había logrado devolver el demonio que tenía a Kitami bajo su poder al Otro Lado de la Puerta de Orcus.

Mientras la joven preparaba los fideos, decidió hacer una traducción rápida. Y resultó que el texto del pergamino, en comparación con lo que decía el libro sobre aquel hechizo, estaba incompleto. Entonces, si el hechizo que había usado para liberar a Kitami no reunía la condición necesaria para que fuera efectivo… ¿cómo era posible que ella actuara como si hubiera surtido efecto?

Abandonó la labor. Estaba claro que la Biblia Negra tenía el “hechizo definitivo” para devolver a un demonio al inframundo, pero mientras guardaba el pergamino en la caja fuerte, se resistía a creer que su plan, con el que había logrado engañar a la policía, hubiese tenido algún defecto.

Pero para cuando cayó en la cuenta de lo que podía haber pasado, ya era demasiado tarde, porque estaba en la cocina con Kitami, a punto de degustar el plato de fideos.

Nishizaki acababa de atarse el solo la soga al cuello.

-¿Te han gustado?- preguntó Kitami a Nishizaki mientras fregaban los platos.

-Estaba bueno- contestó él, distraído.

Y en efecto, aquel era el mejor plato de fideos que había comido en toda su vida. Pero estaban mezclados con el amargo sabor de la desconfianza y el recelo.

-¿No me preguntas por el ingrediente secreto?

Nishizaki se encogió de hombros. Ante el descubrimiento realizado en el cuarto de restauración, el saber el ingrediente secreto de un plato de fideos era una minucia.

-Pues no lo hay- explicó Kitami- El truco consiste en calentarlos un poquito más de lo necesario y usar poca agua. Me lo enseñó mi madre.

-Muy bien…-dijo Nishizaki sin nada de entusiasmo en la voz.

-¿Te pasa algo? ¿Estás pensando otra vez en esa chica? ¿Cómo se llamaba…?

-Hiroko Takashiro- dijo él, con el tono de voz de un autómata.

Entonces, Nishizaki lo vio todo claro.

-Acompáñame un momento- dijo él mientras cerraba el grifo del fregadero y Kitami dejaba sobre la encimera de mármol el último plato lavado.

Bajaron las escaleras. Nishizaki no atendió a la insistencia de Kitami, que quería saber a qué se debía aquel cambio de humor.

Y en el piso de abajo, ante la atónita mirada de Kitami, Nishizaki abrió el cajón de un armario y cogió el puñal con el que se apuñaló a sí mismo en el ritual con el que pretendía engañar al demonio que Kitami tenía dentro. Entonces, empuñó el arma blanca con la mano derecha y con actitud amenazante, dando a entender que la usaría contra ella, la preguntó:

-¿Quién eres?

A Kitami se le heló la sonrisa. Sus ojos tenían la misma expresión que cuando Kozono le presentó el cadáver de su mascota.

-Takashi… ¿qué te pasa?... no te entiendo…

-Dime quien eres. Se acabó la farsa. Como no me lo digas, te clavo esto en el corazón.

De repente, la expresión aterrorizada de Kitami se transformó súbitamente en una carcajada siniestra… aquellas risotadas eran iguales a las que sonaban cuando Kitami estuvo a punto de matar a Nishizaki en su habitación cuando despertó de su letargo.

-¿Serías capaz de matar a Reika?- preguntó la chica de cabello rubio tras las carcajadas- Pobre muchacho… pensabas que me habías derrotado con un conjuro inservible… pues lamento decirte que te has confundido…

El rostro inocente Kitami pasó de tener la expresión inocente que le caracterizaba a una expresión maligna, casi demoníaca. Nishizaki no tenía opciones, por lo que eligió dejarla hablar; más que nada porque mientras trataba de creerse lo que estaba viendo, quería una explicación.

Kitami (o el ente demoníaco que la poseía) no le defraudó.

Explicó que después de que la joven pactara con él para evitar morir después del fallido ritual de Kozono, él y Kitami se habían convertido en una única entidad. Más tarde, cuando despertó en el apartamento de Nishizaki, su primera reacción fue intentar matarle porque un demonio no hacía distinciones ante cualquiera que pudiera representar una amenaza, pero el hechizo que utilizó el joven para defenderse (uno de los pocos recuerdos de su madre) le hizo replantearse la situación, por lo que decidió permanecer inactivo y mantener al cuerpo y al alma de la joven que poseía en estado inconsciente.

Luego, cuando Nishizaki logró sacarle del cuerpo de Kitami en el ritual del almacén, y al comprobar que el joven había utilizado un conjuro incompleto e inservible para devolverle al Otro Lado de la Puerta de Orcus, vio la oportunidad de volver a poseerla, curando a Nishizaki para permitirle seguir vivo y hacerle creer que su conjuro había sido exitoso. Para ello, usó su poder de permanecer en estado “inactivo”, dejando que Reika Kitami, la inocente joven de pelo rubio de la que Takashi se había enamorado aflorara de nuevo y se desenvolviera con los humanos.

El ente demoníaco, por boca de Kitami, también le aclaró que el hechizo “para someter un alma a la voluntad ajena” no era eficaz frente a alguien que estaba poseída por un ente del Otro Lado de la puerta de Orcus como él.

-Fue muy divertido permanecer en estado latente y seguirte la corriente, Takashi…-decía Kitami, sin perder la siniestra sonrisa- Ver como interrogabas a esta humana una y otra vez, inventándote mentiras para que ella no supiera lo que le había pasado… lamento decirte que si ella olvidó todo ha sido porque yo he reprimido sus recuerdos… lo siento muchacho… pero los demonios nos alimentamos del miedo y de la desesperación de los humanos.

“Además, deberías sentirte honrado. Compréndelo, a veces los demonios necesitamos la ayuda de los mortales. Ahora sé que para desenvolverme en el mundo de los humanos, lo mejor es actuar como ellos.”

En ese momento, Nishizaki estalló de rabia. Se abalanzó sobre el cuerpo de Kitami y la tiró al suelo, apoyándose sobre ella y empuñando en alto el puñal con la mano derecha.

-¡VOY A MATARTE, MALDITO DEMONIO!- exclamó él, no queriendo aceptar que todas las palabras de amor que había oído de ella habían sido fruto de un alma cautiva de un ente del inframundo.

Kitami rió a carcajadas.

-Si quieres matarme a mí, tendrás que matarla a ella- explicó con calma la joven.

Nishizaki, frustrado, clavó el puñal en el suelo de madera, tratando de reprimir las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos.

Todo está perdido, pensó él. No tenía ningún conjuro, ningún recurso a mano para hacerle frente. Según lo que había leído en uno de los tratados de su tío, el pacto que firmó Kitami con el demonio expiraría en la próxima Noche de Walpurgis de dentro de doce años. Si en ese momento Kitami no encontraba una chica virgen para poseer su cuerpo, sería su alma bajo el poder del ente invocado por Kozono la que acabara en el Otro Lado.

Sin esperarlo, una repentina paz invadió su estado de ánimo. El no podía hacer nada. Ya estaba hecho. Gracias a él, una joven poseída por un ente demoníaco, deambularía por el mundo.

-Me rindo- dijo Nishizaki poniéndose de pie y dejando que ella también se incorporara.

Buscaba alguna manera de paliar el mal que Kitami haría dentro de unos años. Lo único posible sería arreglar algún tipo de pacto con el ente demoníaco, ya que los demonios no daban nada por nada. Pero tal vez Kitami le matara allí mismo. Era hora de aceptar lo inevitable.

-¿Quieres despedirte de ella?-preguntó la voz maligna que surgía de la joven de pelo rubio.

Nishizaki la dirigió una mirada desconfiada.

-No voy a engañarte-dijo el ente con la voz de la joven- Si la dejo hablar, liberándola de mi poder, recordará el engaño de Kozono y la tortura que sufrió antes del ritual. Y comprenderá que la has engañado… no creo que se ponga muy contenta.

Se está riendo de mí, pensó Nishizaki. Hasta se permite el lujo de ironizar con algo así.

-No me importa- dijo Nishizaki, preparado para lo peor.

-Ella te quiere- precisó el ente- Si te vale de algo, lograste que se enamorara de ti.

Kitami cerró los ojos, y la expresión de inocencia volvió a su rostro. Al abrirlos, reconoció a Nishizaki, quien apenas podía sostener su mirada frente a ella.

-Lo siento- fue lo único que se le ocurrió decir.

Kitami respiró hondo. Y sin mediar palabra comenzó a golpear con los puños cerrados la cara, la cabeza, el pecho y las piernas del joven.

-¡¡¡MALDITO CABRÓN HIJO DE PUTA!!- exclamó ella, propinando patadas a Nishizaki, quien se había derrumbó en el suelo por el dolor de los puñetazos.

Me lo merezco, pensó Nishizaki. Estás pagando por Kozono y por todo el daño que ha sufrido. Ella confiaba en mí y yo la he defraudado. Peor aún, la he herido al tratar de ganarme su corazón a base de engaños.

Al cesar la lluvia de golpes, Nishizaki tenía la cara llena de moratones. Kitami estaba agotada, pues había empleado todas sus fuerzas en la paliza.

-Yo sólo quería…- dijo Nishizaki- Que fueras alguien normal… que no sufrieras por lo que te había pasado… pero he fracasado…

Kitami se agachó y se abrazó a él.

-Lo siento…- repetía Nishizaki- Lo siento…

-¿Qué va a ser de mí?- le preguntó ella.

-No lo sé… - quería evitar recordarla su destino, ahora que en ese momento estaba hablando con la Kitami de la que se había enamorado.

Kitami le besó en la boca. Entonces, allí en la trastienda, atrapados por el morboso afrodisíaco de la desesperación, los dos volvieron a consumar su atracción mutua. Se desnudaron e hicieron el amor a un ritmo frenético, ansioso, como si estuvieran sedientos de un agua de la que nunca en su vida pudieran volver a beber.

A Nishizaki se le antojó la idea de que dentro de la cabeza de Kitami aquel ente tal vez estuviera disfrutando de aquello, de ver como dos mortales se atraían mientras él esperaba a que la despedida se acabara. Se le ocurrió una idea.

Sabía que un ente demoníaco no daba nada por nada. El le haría una oferta que no podría rechazar.

Kitami sintió, tras saciar su deseo, que el tiempo se le estaba acabando. Que aquella sensación de ser ella misma se acabaría cuando el ente, por pleno derecho, cumpliendo lo pactado y dejando de permanecer en estado inactivo, volviera a tomar posesión de su alma.

-Takashi…- dijo ella con un hilo de voz, como si se estuviera durmiendo- No dejes que esto acabe así… por favor… yo no soy una asesina… tú me comprendes… jamás haría daño a alguien… por favor… por favor…

Ella cerró los ojos.

Nishizaki desclavó la daga del suelo, con la que la había amenazado anteriormente, y se hizo un corte en la mano derecha. Impregnó la frente de la joven con la sangre que le goteaba y estableció comunicación con el ente, a través de algo parecido a la telepatía.

Qué ironía; tanto que despreciaba los libros de su tío, y en ellos había leído sobre aquella forma de establecer comunicación. Además, gracias al ente él y Kitami estaban vivos. A ella le había curado de la mortal herida infligida por Kozono con la espada en el fallido ritual de invocación y a él también (según comprendía ahora tras oír las explicaciones del ente) le había cerrado la herida del abdomen en el ritual del almacén.

“Quiero hacer un pacto contigo” dijo Nishizaki mentalmente.

“Dime”

“Te doy permiso para que borres mis sentimientos… mis recuerdos… todo lo que he vivido, lo que he hecho, y lo que he sentido por ella… y lo que he averiguado sobre ti y el Libro… Así no podré interponerme en tu camino, pero con una condición.”

“¿Cual?”

“Que Reika no haga daño a nadie con tus poderes hasta que expire el plazo del contrato que ella firmó contigo.”

Hubo un momento de silencio. Nishizaki recordó cuando casi tuvo que morir desangrado para poder invocarle en el ritual del almacén. Pero aquello era todavía más doloroso. Deseaba con todas sus fuerzas que el ente accediera, pues no quería vivir el resto de su vida con la imagen de la mujer que amaba desvaneciéndose ante sus ojos.

“De acuerdo”

El ente inició el proceso de borrado.

“Nunca entenderé el corazón de los humanos” fue lo último que Nishizaki oyó de él.

Fue como sentir que una especie de anestesia invadiera su cuerpo y su mente. En aquellos momentos, Nishizaki intentó resistirse, pensando que tal vez aquello no fuese buena idea, aunque era la única opción posible, porque no tenía ninguna posibilidad de derrotarle.

En el último momento en el que era consciente de sus sentimientos hacia Kitami… un lejano recuerdo… una chica misteriosa de cabello pelirrojo… con ella hizo el amor por primera vez, bajo la lluvia… será el único recuerdo que le quedará de ella… como despedida, unas palabras de aprecio…

“Eres un buen amigo”.

Los buenos amigos no mienten, pensó él, mientras sus sentimientos hacia Kitami se disolvían en su mente.

Caminando por la calle iluminada por farolas que se iban encendiendo a medida que se oscurece el día, una joven de pelo rubio y vestida con uniforme del instituto lleva una bolsa de plástico del supermercado que contiene un libro escrito en la Edad Media repleto de conjuros e inspirado por fuerzas demoníacas.

La joven se llama Reika Kitami, y el libro que lleva recibe el nombre de la Biblia Negra. Va camino de la parada del autobús. Después de que el joven que la acogiera en su casa decidera pactar con el ente demoníaco dejarse borrar la memoria y perder el conocimiento, Kitami se despertó, siendo una sola persona, con sus fuerzas y su alma unidas al demonio que le salvó la vida.

Gracias a Nishizaki, el ente que posee a Kitami sabe que la mejor manera de desenvolverse en el mundo de los humanos es actuar como ellos, procurar parecerse a la Reika Kitami que entró a mitad de curso a seguir sus estudios en un instituto nuevo. Prueba de ello, es que ha salido de la casa de Nishizaki antes de que despertara y ha dejado todo como estaba. Le ha vestido y le ha dejado tumbado en el sofá del salón, como si durmiera la siesta. También ha lavado y ha guardado en su sitio el puñal con el que Nishizaki se hizo el corte en la mano. Al salir a la calle, y mientras llevaba el libro, ha tirado al contenedor de basura el cuaderno donde se hallaban escritas las traducciones de los pergaminos que el joven realizara en aquellos días.

Para cuando Kitami suba al autobús, camino de la casa de sus padres, Nishizaki despertará con un fuerte dolor de cabeza y recibirá una llamada telefónica de su tío, diciéndole que llegará de Francia al día siguiente y que le espera en el aeropuerto. Nishizaki le comentará que ha aprovechado las dos semanas sin clase para estudiar.

Como si no hubiera pasado nada.

Dentro del autobús, que está casi vacío por ser el último servicio del día, Kitami saca el libro de la bolsa de plástico. Siente el poder que irradia, y las casi infinitas posibilidades que ofrece a una humana que ha pactado con el demonio para seguir viviendo; posibilidades de poder absoluto sobre los humanos, de poder manipularles a través de los deseos carnales.

Ese libro será la clave de su supervivencia cuando expire el contrato, dentro de unos años.

Tenía mucho que aprender de él.

DOCE AÑOS DESPUES.

Hiroko Takashiro.

Aquel era el primer curso en el que instituto contaba con un aula exclusivamente dedicada a la enseñanza de las Bellas Artes. La dirección del centro optó para impartir la asignatura recurrir a los servicios de la señorita Hiroko Takashiro, recién licenciada en dibujo e historia del arte. El paso del tiempo había logrado minimizar los recelos que en la dirección causaba que ella fuera la única superviviente del ritual que Kozono organizara doce años atrás para sacrificar a una virgen cuya existencia, al no poder ser comprobada, todavía era objeto de comentarios y especulaciones en el instituto.

Entre los alumnos que acudieron al primer día de clase de la señorita Takashiro se hallaba Taki Minase, un joven acompañado de la amiga de su infancia, de nombre Kurumi Imari. Minase deseaba que Imari fuese su modelo en la clase de dibujo, ya que con un poco de suerte, a medida que avanzara el curso, tal vez habría que practicar el dibujo del desnudo femenino, teniendo la excusa perfecta para poder verla al natural, sin ropa.

Takashiro entró el aula, cesando al instante las conversaciones de los alumnos en las que se preguntaban como sería la nueva profesora. A decir verdad, Takashiro se había convertido en una hermosa mujer joven de largo cabello pelirrojo. Una mujer que ocultaba una preocupación, algo que quedó pendiente doce años atrás. De aquella época sólo recordaba la breve pero intensa relación mantenida con un joven llamado Takashi Nishizaki. Hubiese querido retomar el contacto con él, pero al volver al instituto para comenzar su trabajo de profesora se enteró de que el tío del joven había cerrado la tienda al terminar el curso en el que habían sucedido los terribles acontecimientos del sótano y que se habían mudado a una ciudad situada en el extremo norte del país.

La nueva profesora sólo tenía un lejano recuerdo del antiguo libro manuscrito que en teoría, seguiría escondido en el sótano. Esperaba que después de todos aquellos años continuara allí. De vez en cuando, se cuestionaba si había sido una decisión acertada dejarlo dentro de la pared… pero también pensaba que sería casi imposible que alguien lo encontrara.

-Buenos días, chicos- dijo Takashiro dirigiéndose a los estudiantes y fijándose por casualidad en la pareja que formaban Minase e Imari- Soy vuestra profesora de arte. Os enseñaré dibujo artístico e historia del arte… Aunque os tengo que avisar de algo: veo que muchos chicos os habéis matriculado en esta asignatura. Lamento deciros que aquí no dibujaremos desnudo femenino, aunque si alguno de los chicos se ofrece como modelo, podremos hacer una excepción.

Reika Kitami.

Después de pedir la llave en conserjería, una mujer joven vestida con bata blanca y de cabello corto y rubio abrió la puerta y bajó las escaleras que conducían al sótano… al mismo sótano en que doce años antes, estuvo a punto de morir víctima de una lesbiana despechada.

Reika Kitami, convertida ahora en enfermera del instituto, llevaba consigo un libro antiguo envuelto con un paño, un libro del que ya había aprendido todo, excepto el hechizo escrito en unas páginas manchadas de sangre a las que no prestó atención… por dejadez… o por falta de interés… o por cierta prepotencia característica de los entes del Otro Lado…

La Biblia Negra.

Aquel lugar no había cambiado nada en todos aquellos años. El dibujo de Puerta de Orcus seguía todavía en la pared. Manchas de sangre seca cubrían el suelo, las paredes, y el bloque de hormigón en el que una joven inocente iba a servir de moneda de cambio para que Kozono y sus secuaces obtuvieran el poder de un dios. Los candelabros que iluminaron la macabra escena todavía permanecían allí. Era evidente que la policía, tras la investigación infructuosa, había decidido dejar todo como estaba.

Kitami quería un lugar dónde dejar el libro… y lo encontró: Pronunció en voz baja un breve conjuro, y en la cara geométrica del bloque de hormigón que miraba frente a la pared donde estaban dibujados los símbolos de la Puerta de Orcus trazó unas líneas imaginarias con el dedo índice; éstas formaron un pequeño cuadrado que se separó limpiamente sin apenas hacer ruido de la materia rocosa de la que estaba hecha el bloque. Su interior estaba hueco. Introdujo el libro sujetándolo con ambas manos y tras meterlo, encajó el cuadrado en su sitio, sin que apenas se notaran los cortes.

Dirigió una mirada al lugar.

Hace doce años, salió de allí en estado de shock y deambuló desnuda y ensangrentada por la calle, hasta que un joven indirectamente responsable de aquello le acogió en su casa. De la relación que mantuvo con él, el ente que poseía a Kitami sólo retuvo en la memoria de la joven un nombre pronunciado en una conversación informal, el nombre de la única superviviente de la anterior noche de Walpurgis; Hiroko Takashiro, la nueva profesora de arte del instituto. Alguna vez se habían cruzado en los pasillos, y Kitami desconfiaba de ella. Pese a que su relación no pasaba de los corteses saludos de “buenos días” y “hasta luego” Kitami sentía que Takashiro, de alguna manera, estaba pendiente de sus movimientos.

Posiblemente estaba en lo cierto. Porque Kitami, después de vivir varios años como una persona normal, de conocer a gente y de acabar sus estudios, sentía que el tiempo se le acababa. Por eso era que buscaba, de entre las alumnas del instituto a una virgen que le sirviera de nuevo cuerpo para evitar volver al Otro Lado, una virgen cuya alma dar a cambio de poder seguir en el mundo de los humanos. Y si fuera posible, de paso, daría su merecido a Takashiro, por cometer el pecado de ser la superviviente de la ceremonia que marcó su vida para siempre, a merced de un pacto firmado con el demonio.

Aquí es dónde empezó todo, pensó mientras se daba la vuelta y subía las escaleras dejando a sus espaldas el oscuro sótano. Y en un lugar así debería acabar también, siendo ella la maestra de ceremonias.

La fecha de la Noche de Walpurgis se acerca.
arrow_back Previous