Hoy Ten Miedo de Mi
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Spanish › Anime
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Adult ++
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Disclaimer:
I do not own the anime/manga that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story.
La decisión de Sanosuke
II. La decisión de Sanosuke.
“¡Es mi hijo!” fue lo único que atinó a pensar, ahogando una exclamación en la garganta, mientras Megumi le hablaba en un susurro, con calma:
-Ahora sí, ¿podemos hablar?
Sanosuke no daba crédito a sus ojos: ¿ese pequeño, su hijo? Estaba seguro de que ver a Megumi después de tres años iba a traer sorpresas, pero un hijo… nunca se imaginó algo así. Siguió pasmado, literalmente con la boca abierta, mientras Megumi abrazaba al nene y lo mecía suavemente, para que se durmiera. Se le veía tan feliz y realizada haciéndolo, que sintió un nudo oprimiendo su garganta, por lo que pasó saliva con dificultad.
-Megumi… -repuso con voz queda, mirándola con una expresión extraña en el rostro- ¿por qué no me dijiste nada?
La doctora sonrió tristemente, viéndolo a los ojos. Anticipando alguna otra pregunta, hizo silencio con un dedo sobre sus labios rojos y le señaló el corredor, para que la dejara salir de la estancia. Sanosuke la siguió hasta lo que consideró el cuarto del niño, una habitación pequeña pero llena de vida que se encontraba al final del pasillo, justo detrás de la puerta donde lo había visto unos momentos antes.
Megumi acostó al niño dormido sobre el futón y lo arropó con cariño, besando por último su frente y saliendo del cuarto acompañada por Sano.
-Ahora sí –se dejó caer sobre el cojín, resoplando cansada cuando regresaron a la estancia y volviendo a servir té en sus tazas-. Responderé a todas tus preguntas, siempre y cuando no subas la voz ni empieces con tus cosas.
Sanosuke la miró, se sentía demasiado pasmado como para pelearle la última frase mordaz.
-¿Por qué no me dijiste nada? –era lo primero que debía preguntar, estaba más que sorprendido de saber que tenía un hijo.
-Pues… Tuve muchos motivos, aunque supongo que el más importante fue que te largaste sin decir nada y no tenía cómo decírtelo –al notar que Sano subía una ceja, se corrigió-: de acuerdo, nada de sarcasmos… Es una historia complicada, ¿sabes?
-Te escucho.
-Bueno, creo que todo empezó cuando vino el doctor Takeshi a proponerme que viniera a Aizu a trabajar… eso fue antes de la pelea contra Enishi, y yo no acepté en ese momento porque tenía que estar con ustedes, pero la propuesta me dejó pensando muchas cosas –Megumi hizo una pausa para tomar un sorbo de té-. La principal de ellas, que yo debía venir a Aizu… tenía que encontrar a mi familia, además de que me podría desarrollar más como doctora aquí; sin embargo, había una cuestión que no me dejaba tranquila: aclarar mis sentimientos por ti, Sano.
Sanosuke abrió los ojos, y la miró fijamente. Megumi sostuvo la mirada y sonrió ligeramente al notar su sopresa.
-Sí, mis sentimientos por ti Sano. Al conocerlos a todos ustedes, cuando me salvaron de Kanryuu, yo pensé que estaba enamorada de Kenshin, pero el tiempo se encargó de desmentir esto. Sí conservo un sentimiento muy fuerte por él, pero no es ni fue amor, sino un profundo agradecimiento por salvarme y hacerme ver mi valía. Cuando noté que simplemente estaba deslumbrada con él, comencé a notar que tú me inspirabas sensaciones que no eran normales: deseos de estar contigo, nerviosismo con tu presencia, emoción al verte; además me atraías mucho físicamente…
Muy a su pesar y no obstante sus 22 años, Sanosuke se sonrojó como un adolescente, avergonzado. Desvió la mirada al suelo, incómodo, pero Takani alargó el brazo y subió su mentón, para no perder el contacto visual. Sano la miró, sintiendo sus mejillas arder, y le devolvió tímidamente la sonrisa, emocionado ("¡Demonios! Parezco un chiquillo…").
-Me enamoré perdidamente de ti –continuó Megumi-, pero una vocecilla en mi interior (ésa que las mujeres llamamos “intuición”) me dijo que mi amor era un poco irrealizable, no compatible. No, no porque no correspondieras mis sentimientos (aclaró rápidamente porque el luchador iba a refutarla), sino porque tú y yo somos muy diferentes: yo necesitaba a partir de ese momento estabilidad, seguridad, mientras que tú sólo pensabas en peleas y aventuras. Como tú en ese momento no me revelabas tus sentimientos, no lo consideré una difícil decisión, y había pensado en irme sin más. Pero la prueba vino cuando esa maravillosa tarde te presentaste en la Clínica y me confesaste tu amor. No te imaginas lo feliz que me sentí, yo quería casarme contigo y formar una familia. Sin embargo, esa noche pensé todo fríamente y supe que no podía ser lo nuestro. Yo te amaba, pero también amaba ser doctora, y fue una promesa que hice y no pienso incumplirla; por tu parte, eras joven y no querías saber nada de compromiso…
-¡Pues yo creía que decir “te amo” implicaba un compromiso! –intervino Sano, sin poder ya contenerse. Era increíble pensar en estos tres años perdidos… bueno, eso si ella todavía le amaba, ya que él nunca había dejado de hacerlo.
-Ahora lo sé… pero en ese momento yo tuve miedo, tú no me propusiste nada formal, no tenías trabajo y sólo vagabas (ignoró las cejas alzadas del peleador), eras tres años más joven que yo… todo eso me pesó, y aunque ahora me arrepienta, no hay manera de cambiar lo que en ese momento decidí –Megumi bajó la voz, se notaba triste y derrotada ("Decidí también tener un hijo tuyo, ya que tú no podías venir conmigo… de eso no me arrepiento") y dejó de hablar.
Sanosuke la miró, experimentando una gran ternura por ella (todo este tiempo sola, criando un niño que debí haber cuidado yo también…). Era una sensación extraña, como si se convirtiera en otra persona: unas horas antes, quería reclamarle y largarse de ahí, ahora lo único que pasaba por su mente era reconfortarla, hacerla sentir amada y llenar el hueco que los malentendidos y la separación habían dejado en su corazón.
Lentamente se sentó a su lado y la rodeó con los brazos, protector, depositando un beso en su frente. Megumi se abrazó a su pecho, suspirando y descargando por fin toda su pesadumbre, todas sus dudas y lamentos. Se aferró a él como una tabla de salvación, olvidando el peso que embargaba su corazón.
Tenían un rato abrazados, sin hablar, cuando se escuchó el agudo sonido de una campana que repicaba, el cual alertó a la doctora que se puso de pie de un salto. Presurosa, salió al jardín seguida por Sanosuke (el cual no entendía nada) y preguntó a voz en cuello a la puerta cerrada:
-¿Sí? ¿Quién es?
Sagara se puso alerta de inmediato, preparado para cualquier cosa, pero la mano de Megumi sobre su hombro lo contuvo, en tanto se escuchaba a un hombre alarmado gritar desde la calle:
-¡Doctora Sagara, es una urgencia, mi hermano tiene una herida de espada!
A Sanosuke no se le escapó el apellido con que la nombraron y sonrió, complacido (doctora Sagara… ¿cómo no me di cuenta cuando llegué?), mientras Megumi abría la puerta y dejaba entrar a dos jóvenes, uno de ellos cubierto de sangre y a punto de desmayarse.
-Llévelo adentro, rápido –ordenó al hombre que había pedido ayuda, pero Sanosuke se adelantó, levantó al herido en brazos y lo depositó en una de las camas de la clínica.
La herida era muy profunda y sangraba profusamente, pero como la tenía en el hombro no había otros riesgos además de la hemorragia. Hábilmente, Megumi contuvo la pérdida de sangre y se dispuso a curar al chico, ayudada ocasionalmente por Sano, quien le pasaba los instrumentos que ella requería, así como toallas, agua caliente y otras cosas.
Mientras la doctora procedía con destreza, Sagara la observaba de reojo, impresionado ("Realmente es buena"). Gracias a ella él conservaba casi intacta su mano derecha, a pesar de que todo apuntaba a que el Futae no Kiwami la dejaría inservible. Cuando Megumi vendaba el hombro del muchacho, Sanosuke miró su propio puño aún vendado, abriendo y cerrando los dedos, y tomó su decisión: no se interpondría en su ejercicio de la medicina, ella era bastante buena como doctora, claramente había nacido para eso, y no iba a llegar él para llevársela a otro lado ("llevármelos", se corrigió) impidiéndole cumplir su sueño.
Una vez que Megumi terminó la curación, y le indicaba al muchacho sano lo que debía hacer para atender al herido, Sanosuke se encontraba recargado en la puerta de la clínica con los brazos cruzados, pensativo y siguiendo con la mirada a Takani. La encontraba mucho más atractiva que antes, y ahora que ya habían hablado acerca de la noche en que estuvieron juntos, además de haberla visto curar al chico herido, la observaba desde otra perspectiva ("Sí, ya sé qué es lo que haré…").
Sentados otra vez en la estancia, con el té frío asentándose en sus tazas, conversaban pero sin tocar el tema anterior. Sanosuke se acomodó detrás de Megumi, con las manos sobre sus hombros. Le daba masaje suavemente, sintiendo los músculos agarrotados de ella bajo sus palmas y sus estremecimientos de placer por ese contacto. Poco a poco, Megumi fue relajándose mientras seguían conversando, y Sano sonrió ante el abandono de ella, era tan fuerte y tan frágil a la vez…
Sanosuke ya no quería reclamar nada, por lo que únicamente recordaban a sus amigos. Megumi le contó a Sano de cuando Kenshin y Kaoru se casaron, o de cómo iban las cosas entre Aoshi y Misao, o del gran progreso que estaba haciendo Yahiko en su entrenamiento. Todo eso lo sabía por las cartas de Kaoru, la verdad era que no los había visitado mucho desde que llegara a Aizu, debido al trabajo. El tiempo siguió pasando, lento pero constante…
-Pues sí, en mi viaje conocí a un anciano japonés que me enseñó su disciplina –contaba el joven, había llegado su turno de hablar y rememoraba sus andanzas-. Consiste prácticamente en defensa, aprovechando el peso y el ataque del enemigo....
-¿Defensa? No te imagino aprendiendo técnicas donde te defiendes –le interrumpió Megumi, volteando ligeramente hacia él.
-No voltees, sólo escúchame –respondió Sano, sonriendo al notar su ceño fruncido ante la orden de él ("nunca cambia")-. Sí, yo también pensaba que la defensa no era lo mío, pero nunca es tarde para recuperar el tiempo perdido ¿no lo crees? -preguntó con toda la intención.
Megumi se volvió otra vez, con las cejas arqueadas ("¿Fue una insinuación?"), pero Sano le regresó la cabeza a su lugar, pensando en Saito… él una vez le había dicho que además de saber atacar necesitaba saber defenderse, y no le había hecho caso, en ese entonces él no tenía nada qué perder, pero sí todo por ganar ("¡Qué diría ahora, si me viera! Sentado al lado de la mujer de mi vida y con mi hijo durmiendo en la habitación contigua").
Continuaron hablando hasta que Megumi se quedó dormida, recargada sobre el pecho de Sagara. Éste se levantó y la tomó entre sus brazos, llevándola con cuidado al que consideró sería su cuarto. No la desvistió, simplemente la acostó sobre el futón y la cubrió con la manta, depositando un beso en su frente. Su cabello de azabache esparcido sobre el futón brillaba a la luz de la luna, y en sus labios rojos se asomaba una ligera sonrisa. Arrodillado como estaba, Sano recorrió su rostro con la mirada, posándola nuevamente en esos ("dulces") labios, y le entraron deseos de besarla. Negó con la cabeza, ella estaba dormida… sin embargo, el impulso fue más fuerte y se acercó lentamente, acariciando los labios húmedos con los suyos. Fue un contacto breve, tierno, pero Sanosuke sintió la sangre correr por sus venas con rapidez, rememorando la única noche que habían pasado juntos: el olor, las caricias, las palabras, los movimientos… sintiendo sus mejillas arder, se levantó de un salto y salió de la habitación, resoplando y con el corazón latiendo furiosamente en su pecho.
-¡Pero si fue un beso breve! –se reprochó a sí mismo, sintiéndose un degenerado por haberla besado estando inconsciente. Estaba sorprendido de su propia reacción, no se imaginaba cuánto la extrañaba, ni recordaba con qué vehemencia la deseaba.
Tranquilizándose lentamente, fue a al cuarto del niño. Se sentó junto a su futón, y el verlo dormir tan plácidamente le encogió el corazón. No podía explicarse qué estaba sintiendo en ese momento, sólo sabía que …… ( o.O’ ¿…Cómo se llama? ¡Uhm! Megumi no me dijo su nombre); sólo sabía que él era su hijo y que de ahí en adelante iba a ver por él y a ser un buen padre (en la medida de lo posible, por supuesto o.O’ se dijo extrañado) y un buen esposo.
Le desanudó con suavidad el lazo rojo de la frente, ya no lo necesitaba más, puesto que su padre ya estaba con ellos. Cuando retiraba el listón, la manita del niño lo atrapó fuertemente al vuelo y no lo quería soltar, por más que Sano tiraba discretamente de él, para que su hijo lo soltara.
-Suel… ta… -murmuró, forcejeando con el niño. Para sus dos años, era bastante fuerte (¡Como su padre, por supuesto!) y bastante necio (eso lo sacó de su madre U.U…), y Sano sonrió lleno de satisfacción, dejándole la cinta en la mano. Era increíble que tuviera un hijo, más cuando se parecía tanto a él… con unas horas de haberlo conocido, ya le quería, y rozando su mejilla regordeta con un dedo, se despidió del nene, poniéndole el paño nuevamente en la cabeza y arropándolo con cuidado; al final salió de la habitación cerrando la puerta tras él.
oOoOoOoOoOoOoOo
Megumi se despertó antes del alba, con dolor de cabeza. Se incorporó y se frotó los ojos, cansada, preguntándose por qué se había acostado vestida. De inmediato, recordó que Sanosuke había ido el día anterior, así como la plática que tuvieron y todo lo sucedido en la noche. Alarmada, buscó con la mirada al hombre, pero no lo encontró por ningún lado.
Salió al pasillo, llamándolo en voz alta (pero no demasiado, ya que Sano estaba dormido) y recorriendo la cocina, la clínica y la estancia con paso presuroso. En esta última habitación, sintió un nudo en la garganta cuando notó que ya no estaba su morral por ningún lado…
“Se fue”, pensó desilusionada y horriblemente triste. “A pesar de haber sido tan dulce, tan comprensivo… se fue”. El solo pensamiento de esta idea le oprimía el pecho, y se detuvo en la puerta de la estancia, ya que sentía que las piernas le fallaban. Se sentía una tonta por haber creído que se quedaría con ella, por pensar que había regresado a su lado. Lentamente, se dirigió al cuarto de su hijo, con un nudo en la garganta y repitiéndose mentalmente que había sido lo mejor, que ellos no necesitaban a un hombre tan voluble como él… (sin embargo, lo amo tanto…).
De rodillas al lado del futón de Sano (hijo), le quitó con suavidad el lazo rojo que el bebé sostenía en su manita cerrada, permitiendo que las lágrimas corrieran por su rostro, quemando sus mejillas a su paso. Odiaba llorar, y sobre todo por un hombre como aquél, que ni siquiera se había despedido de ella, pero era inevitable y sabía que le haría bien desahogarse sola, para evitar la mirada de su niño, que podía llegar a sentir su dolor y afectarle a él también.
-No lo necesitamos, Sano –susurró con voz ahogada, mientras acariciaba la frente del bebé y gruesas lágrimas surcaban su faz.
-¿Se llama Sano, como yo? -repuso Sanosuke desde el umbral, recargado en la puerta. Había hablado con voz firme y serena, con un brillo en los ojos.
-Claro que no, su nombre es Sanojiro –respondió Megumi sin volverse, impresionada por encontrarlo aún ahí-. No te necesitamos antes, mucho menos ahora…
-Por supuesto que no me necesitan –el hombre avanzó lentamente y se puso en cuclillas junto a Megumi, que tomada por sorpresa ni siquiera había ocultado sus lágrimas-. No me necesitaron antes, y yo sé que se las arreglarían perfectamente sin mí ahora… el caso es que yo sí los necesito a ustedes.
Megumi no dijo nada, simplemente se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos. Todavía se sentía irreal, confundida, pero una chispita de esperanza se encendía en su interior.
-Escucha, Megumi –Sanosuke tomó entre sus manos sus mejillas húmedas y limpió sus lágrimas con los pulgares, con delicadeza-. Yo sé que debí venir antes, pero yo no sabía nada de esto. Ahora que te vuelvo a ver, y que lo conozco a él, no podría irme nunca ¿me entiendes? Yo te amo y si tú también sientes lo mismo por mí, formaremos una familia completa, y le daremos lo mejor a nuestro hijo.
Cuando terminó de hablar besó sus ojos, que ya no lloraban más. Con su rostro a centímetros del suyo, provocándole un estremecimiento, Megumi escuchó a Sagara preguntar en un susurro:
-¿Todavía me amas?
Megumi se mordió los labios, ansiosa, ¡claro que lo amaba! Pero las palabras no salían de su boca, y en el silencio una sombra cruzó por los hermosos ojos marrones de su amado. Intentó abrazarse a él, demostrarle con el gesto que sí, que lo adoraba, pero él no se lo permitió.
-Megumi, tienes que decírmelo. No va a pasar como hace tres años, tengo que escucharlo de tus labios. No es tan difícil: ¿Todavía me amas?
Silencio otra vez. Sanosuke empezaba a levantar las cejas, suplicando con la mirada. Megumi quería gritarlo, y se sentía una estúpida por no poder hacerlo, pero era como si estuviera paralizada y lo único que hacía era contemplarse en esos ojos almendrados. Por fin, pasando saliva, dejó salir sus sentimientos y desbordar su corazón:
-Si, te amo Sanosuke –Megumi se sintió aliviada al decirlo, por fin estaba aceptando lo que ya sabía hacía tanto tiempo. Besó tiernamente al luchador, lo que le provocó una oleada de sensaciones que creía olvidadas. Amor, ternura, calidez… pero también pasión, deseo y unas ganas apremiantes de hacerle el amor en ese momento.
Al separarse, Sanosuke la abrazó, había esperado tanto tiempo escucharla decir eso. Levantándola en brazos, salieron de la habitación del pequeño, que seguía durmiendo sin enterarse de nada. Mientras se dirigían al cuarto de Megumi, ella le preguntó con un mohín, colgada de su cuello:
-¿Cómo llegaste a pensar que ya no te amaba, Tori-atama?
Sanosuke sonrió divertido, depositándola en el suelo y cerrando la puerta corrediza. Los rayos bermellón y violeta teñían el cielo y coloreaban los ojos de él, que estaba de frente a la ventana. Se acercó a cerrarla y se tomó su tiempo, antes de responder.
-Yo no pensé que ya no me amabas… -al ver el ceño fruncido de Megumi, prosiguió con voz seductora, arrinconándola a una pared, a centímetros de ella-: lo supe cuando escuché cómo te llamaron: doctora Sagara… Yo sólo quería escucharlo de tus labios.
-Si supieras que todo el tiempo esperé por tu vuelta… -Megumi también sonrió, sintiendo la pared a su espalda y el pecho musculoso sobre ella, que comenzaba a respirar agitadamente.
-Pues no puedo hacerte esperar más, tres años no es poco tiempo –concluyó Sanosuke desvistiéndola, y pegando su masculinidad a sus caderas-. Yo tampoco puedo esperar más…
Se fundieron en un beso, y desde el pasillo sólo se observaba a través de la puerta de papel de arroz la sombra de dos cuerpos abrazados que bajaban lentamente, haciéndose uno y perdiéndose en la intimidad el uno al otro.
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Espero que les haya gustado este capítulo, saludos a todos. ¡Ah!, por cierto: no he recibido ningún review, y puede que nunca pase, pero si alguien llegara a comentar anote su mail que yo responderé sin falta *:) siempre contesto reviews*.
DISCLAIMER: Rurouni Kenshin y todo lo relacionado es propiedad de Nobuhiro Watsuki.