Como agua y aceite
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Disclaimer:
I do not own the anime/manga that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story.
Un sueño hecho realidad
••••••••••••••••••
COMO AGUA Y ACEITE
••••••••••••••••••
Capítulo IV: Un sueño hecho realidad.
Sanosuke se encontraba por fin en Tokio, tras seis días de viaje. Aspiró con los ojos cerrados el aire húmedo del atardecer, mientras el cielo se teñía de hermosos colores bermellón y violeta.
-Al fin en casa...
Con su morral al hombro, se dirigió con paso tranquilo a su casa. No tenía ganas de ir al Dojo Kamiya, la verdad era que aún estaba resentido con Kaoru y Yahiko por su mala jugada de mandarlo a Kobe, sobre todo teniendo en cuenta lo que había sucedido al ir y reencontrarse con Saito. Esos mocosos se la pagarían, pero no en ese momento, ahora lo único que quería era dormir.
Ya en su casa abandonada, el luchador estaba acostado en el futón, un poco somnoliento y con un cansancio agradable. Dejando correr sus pensamientos, se encontró probando en los labios el delicioso sabor del lobo, que descubriera cuando lo había besado en la posada ("Mmmm... aún me pregunto cómo será en la cama..."). Con una media sonrisa en el rostro, se dio la vuelta sobre el futón para dormir.
Mientras los minutos transcurrían lentamente, Sano seguía sin poder conciliar el sueño. Y es que su mente revivía una y otra vez el beso con el policía, ese arrebato de valor que pensó iba a costarle un buen golpe. Estaba consciente de que no podía haber nada entre ellos, sin embargo el ligero contacto de su lengua con la de Saito infundió en su ánimo un poquito de esperanza. Había creído por un segundo que sería correspondido, y eso era suficiente para él... ¿o no? Sano amaba al lobo, de eso no había duda, por eso el que no lo hubiera rechazado (abiertamente, por supuesto) le daba vueltas y vueltas en la cabeza... quizá algún día tendría el valor de decírselo, e igual cuando llegara ese día Saito hasta podría sentir lo mismo por él. Porque esa frase que había pronunciado aún resonaba en su imaginación, amplificada mil veces por el deseo de que fuera realidad: “te habría hecho mío hace mucho tiempo”... ¡Eso era interés! Se aseguró a sí mismo con firmeza.
Con la cabeza sobre el brazo doblado, el joven se durmió sin notarlo. Su sueño era intranquilo, de esos que no recuperan el cuerpo, únicamente fatigan al despertar. Con una extraña sensación, abrió los ojos de pronto porque escuchó un sonido fuera de la casa. Incorporándose de inmediato, vió la puerta corrediza abrirse de un tirón y en el umbral a Saito, observándolo con sus relampagueantes ojos dorados.
-¿Saito? –preguntó Sanosuke con voz insegura, a contraluz no estaba ni seguro de que fuera el ex shinsengumi. Además, el policía no tenía razón para estar allí...
-Tori-atama... –exclamó serenamente Hajime, cerrando la puerta tras él.
Al escuchar el apodo, Sagara frunció el ceño... ¿Es que sólo había ido a burlarse de él? ¿Por qué demonios no podía llamarlo por su nombre? Pero sus pensamientos fueron interrumpidos al notar que el recién llegado se descalzaba a la entrada... al mismo tiempo que desabrochaba su chaqueta, le dirigió una mirada cargada de pasión. La sangre subió con rapidez al rostro de Sanosuke, quien estaba más que confundido con la visita y con los desconcertantes movimientos del policía.
-¿Qué haces? –cuestionó aún sentado sobre el futón, con las mejillas encendidas y casi sin voz.
No obtuvo ninguna respuesta, Saito no parecía dispuesto a explicarle nada. Simplemente continuaba despojándose de su ropa, dejándola caer indolentemente al suelo en su avance hacia Sanosuke. Con las manos en la hebilla del cinturón, se mordió el labio inferior (Sano estuvo a punto de sangrar por la nariz) y siguió con el pantalón, en tanto el joven lo observaba sin decir palabra; se diría que sin respirar, hasta que un estremecimiento recorrió su espina dorsal: Saito tenía el pantalón abajo, y se mostraba sin pudor delante de él, dejando atrás el uniforme de policía. Viéndolo desde abajo, el chico estaba impresionado y sentía crecer el deseo en su cuerpo, a juzgar por la presión que experimentaba en la entrepierna. El policía se veía espectacular en toda su desnudez ("Es el hombre más endemoniadamente sensual que he visto en mi vida" pensó Sano pasando saliva con dificultad): el chico admiraba su pecho firme que se dilataba a cada inspiración; sus piernas largas y fuertes con los músculos marcándose a cada paso que daba; esos brazos poderosos que sabían sujetar una katana o golpear con dureza. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue observar su masculinidad: era enorme (fue la primera palabra que cruzó por su mente), y también se veía deliciosa...
Mientras Saito terminaba de desnudarse, acortaba la distancia entre él y el muchacho. Sus ojos relucían de lujuria, y en su sonrisa enigmática sobresalían ligeramente los colmillos...
Sanosuke reaccionó y se levantó de un salto, observando de reojo que el policía todavía tenía los guantes puestos. Al ver que hacía ademán de quitárselos, Sano negó con la cabeza, tomando una de sus manos y posándola en su pecho.
-Todavía no te los quites –le pidió con un poco de timidez, guiando la otra mano a su abdomen.
-Por lo visto ya tenías un guión para esto... –contestó el mayor ampliando aún más su sonrisa, un tanto burlón.
Sanosuke no respondió, únicamente murmuraba para sí al sentir las manos enfundadas de Saito desnudándolo con lentitud. Primero le tocó el turno a su camisa, que jaló acariciando su espalda delgada. La tela de los guantes rozaba cada parte de su cuerpo despertando sus emociones, provocando vibraciones en su virilidad. El policía quitó de un tirón la cinta del pantalón, dejando al descubierto su palpitante erección. Acercándolo a él, el lobo comenzó a acariciar su abdomen aún vendado, así como su espalda y su trasero firme. Sano se colgó de sus hombros y buscó su boca, pero Hajime se le adelantó y se dirigió a su cuello, succionando con los labios ardientes y bien abiertos la delicada piel del luchador. Éste gimió de placer y se abrazó aún más a él, disfrutando las caricias con cada poro de su piel.
-Quítatelos con los dientes... –susurró al oído de Saito refiriéndose a los guantes, antes de introducir la lengua en su oreja. Esta vez le tocó al policía estremecerse con el contacto, por lo que un animado Sanosuke empezó a bajar con la lengua por su cuello, regando húmedos besos en su hombro y su clavícula.
El ex shinsengumi lo separó un poco, con ojos febriles, y se quitó los guantes lentamente, mordiéndolos con suavidad y sin dejar de observar a Sano. El chico se derretía con sus movimientos, a la vez que masturbaba a su amante con la mano izquierda. Se sentía tan arrebatado en esos momentos, que hasta sintió temor de que se le escapara un “te amo” al subir y bajar la mano que proporcionaba placer a Saito.
Una vez se despojaron de toda la ropa, el lobo tendió a Sagara sobre el futón y se acostó sobre él. Con el chico debajo suyo, lo besó con intensidad, cobrándole por aquél beso que le había robado días antes. Sanosuke arqueó la espalda cuando Saito presionó su hombría en su vientre, mientras mordía un poco su labio inferior.
-Mmmm... Saito...
Hajime levantó las manos de Sano sobre su cabeza, inmovilizándolo para tenerlo a su entera disposición. El chico sintió entonces la lengua de Saito recorrerlo por completo, comenzando a descender desde la boca hasta su ombligo, con una lentitud que rayaba en la tortura: sin dejar nada por explorar, lamió su cuello, su pecho (atrapando entre los dientes sus pezones, probando la resistencia de su presa), su abdomen... Al llegar a las vendas, las aflojó con los dientes también, para con la mano izquierda terminar de quitarlas. Teniéndolo completamente desnudo, con el dedo recorrió cada músculo, observando el cuerpo bronceado con atención y aún sujetando sus manos con su derecha. Sano intentó liberarse, pero Saito no lo soltó y siguió bajando con una sonrisa lasciva, al tiempo que llegaba su incontenible excitación.
Por la mente de Sagara pasaban infinidad de imágenes: Saito atravesando su hombro con la espada cuando se conocieron; el lobo dándose la vuelta en el puente que se derrumbaba tras la derrota de Shishio (el sentimiento de pérdida aquella vez había sido insoportable); su rostro indignado después de que tomara sus labios sin permiso...
-Pero... me dijiste... tu esposa... –murmuraba Sano con voz entrecortada, reprochándose mentalmente el haber recordado que le había dicho esas palabras.
El ex capitán no le hizo caso y cubrió su boca con su mano libre para que se callara. A continuación, comenzó a lamer el miembro de Sanosuke con avidez, provocando descargas eléctricas en el muchacho. Éste gemía sin cesar, incrédulo por las sensaciones que experimentaba por primera vez. La boca de Saito lo albergaba por completo, succionándolo y llevándolo al cielo con sus caricias. Era obvio que sabía exactamente cómo hacerlo, e inconscientemente Sano abrió la boca y atrapó un dedo del mayor, acariciándolo con la lengua del mismo modo que Hajime lo hiciera con su sexo. El que gemía ahora era el lobo, quien rápidamente subió a su cintura y se acomodó para embestirlo con todas sus fuerzas.
Sano gruñó y cerró los ojos, contrayendo la frente al sentir que el mástil de Saito lo desgarraba al abrirse paso en su interior, lastimándolo debido a su estrechez. Recordó entonces su recurrente sueño, donde una bestia que le inspiraba terror (en esos tiempos no sabía qué era) hundía sus colmillos en su carne, haciéndole sentir punzadas de dolor...
Abrió los ojos cuando dejó de percibir al policía dentro de él. Quiso interrogarlo con la mirada, pero una risa un tanto diabólica resonó en la habitación, proveniente de su amante. Eso confundió sobremanera a Sano, quien no sabía qué pasaba.
-Debí imaginar que sería el primero... –musitó con satisfacción el lobo, consiguiendo que Sano se ruborizara ante tal declaración.
El joven iba a reprocharle el comentario, pero las palmas de su amante rodeando sus mejillas en un cálido contacto lo detuvieron:
-Escucha, novato –susurró Saito con voz ronca y embargada de deseo, ya sin burlarse de él-: no te preocupes, sólo debes relajarte. Confía en mí.
Sanosuke literalmente se derritió ante semejantes palabras. ¡Por supuesto que confiaba en él! Desde siempre lo había hecho, y escucharlo hablarle con esa voz afectuosa hizo que lo deseara aún más, con una intensidad que lastimaba. Separó completamente sus piernas demostrándole así que creía en él, y Saito lo penetró lentamente, mientras levantaba con ambas manos sus caderas y retomaba sus labios.
Los besos ahora tiernos, apasionados; el roce de la piel perlada de sudor; los jadeos provenientes de ambas gargantas y los movimientos ondulantes de Hajime sobre Sagara cargaban el ambiente de la habitación, haciéndolo denso y cálido. Sano no sabría decir si transcurrió un instante o una eternidad, sólo sabía que en los brazos de ese hombre encontraba un placer infinito que lo llenaba y lo hacía pedir más, y más...
Cuando el más joven sentía que ya no podría resistir ni un segundo, lo anunció con un prolongado suspiro, dispuesto a dejarse llevar por completo. Sin embargo, Saito envolvió con su mano su virilidad, apretando su vena para contener la explosión hasta el momento justo: tras aumentar la velocidad de su vaivén, él también contrajo todo el cuerpo, expulsando su semilla con una exclamación ahogada dentro del muchacho.
Sano llegó al clímax a la par que el lobo, experimentando como entre sueños las ondas de calor irradiadas por su propio orgasmo así como la tibieza del líquido que inundaba su interior. Entre contracciones deliciosas abrazó a Saito, quien hundió la cabeza en su cuello mientras se aferraba a él con vehemencia. Los dos cuerpos estaban entrelazados, unidos no sólo por la carne sino por otro vínculo incorpóreo, invisible. El ex shinsengumi estaba sorprendido con todo lo que estaba experimentando... ¿Qué no era sólo deseo físico? La voz suave y dulce del muchacho llamó su atención, sorprendiéndolo:
-¿Que no decías que no te gustaban los hombres? –había hablado con una sonrisa en el rostro, a la vez que acariciaba la cabeza de su hombre. La verdad era que se sentía feliz, tanto que las lágrimas amenazaban con inundar sus ojos. Pasando saliva para deshacer el nudo en su garganta, esperó la respuesta del lobo.
Saito sólo sonrió, observándolo fijamente a los ojos y contestándole con voz seductora, afectuosa:
-No me gustan los hombres... solamente te amo a ti. Tonto.
Y selló su frase con un beso, maravillado por haber descubierto el amor.
COMO AGUA Y ACEITE
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Capítulo IV: Un sueño hecho realidad.
Sanosuke se encontraba por fin en Tokio, tras seis días de viaje. Aspiró con los ojos cerrados el aire húmedo del atardecer, mientras el cielo se teñía de hermosos colores bermellón y violeta.
-Al fin en casa...
Con su morral al hombro, se dirigió con paso tranquilo a su casa. No tenía ganas de ir al Dojo Kamiya, la verdad era que aún estaba resentido con Kaoru y Yahiko por su mala jugada de mandarlo a Kobe, sobre todo teniendo en cuenta lo que había sucedido al ir y reencontrarse con Saito. Esos mocosos se la pagarían, pero no en ese momento, ahora lo único que quería era dormir.
Ya en su casa abandonada, el luchador estaba acostado en el futón, un poco somnoliento y con un cansancio agradable. Dejando correr sus pensamientos, se encontró probando en los labios el delicioso sabor del lobo, que descubriera cuando lo había besado en la posada ("Mmmm... aún me pregunto cómo será en la cama..."). Con una media sonrisa en el rostro, se dio la vuelta sobre el futón para dormir.
Mientras los minutos transcurrían lentamente, Sano seguía sin poder conciliar el sueño. Y es que su mente revivía una y otra vez el beso con el policía, ese arrebato de valor que pensó iba a costarle un buen golpe. Estaba consciente de que no podía haber nada entre ellos, sin embargo el ligero contacto de su lengua con la de Saito infundió en su ánimo un poquito de esperanza. Había creído por un segundo que sería correspondido, y eso era suficiente para él... ¿o no? Sano amaba al lobo, de eso no había duda, por eso el que no lo hubiera rechazado (abiertamente, por supuesto) le daba vueltas y vueltas en la cabeza... quizá algún día tendría el valor de decírselo, e igual cuando llegara ese día Saito hasta podría sentir lo mismo por él. Porque esa frase que había pronunciado aún resonaba en su imaginación, amplificada mil veces por el deseo de que fuera realidad: “te habría hecho mío hace mucho tiempo”... ¡Eso era interés! Se aseguró a sí mismo con firmeza.
Con la cabeza sobre el brazo doblado, el joven se durmió sin notarlo. Su sueño era intranquilo, de esos que no recuperan el cuerpo, únicamente fatigan al despertar. Con una extraña sensación, abrió los ojos de pronto porque escuchó un sonido fuera de la casa. Incorporándose de inmediato, vió la puerta corrediza abrirse de un tirón y en el umbral a Saito, observándolo con sus relampagueantes ojos dorados.
-¿Saito? –preguntó Sanosuke con voz insegura, a contraluz no estaba ni seguro de que fuera el ex shinsengumi. Además, el policía no tenía razón para estar allí...
-Tori-atama... –exclamó serenamente Hajime, cerrando la puerta tras él.
Al escuchar el apodo, Sagara frunció el ceño... ¿Es que sólo había ido a burlarse de él? ¿Por qué demonios no podía llamarlo por su nombre? Pero sus pensamientos fueron interrumpidos al notar que el recién llegado se descalzaba a la entrada... al mismo tiempo que desabrochaba su chaqueta, le dirigió una mirada cargada de pasión. La sangre subió con rapidez al rostro de Sanosuke, quien estaba más que confundido con la visita y con los desconcertantes movimientos del policía.
-¿Qué haces? –cuestionó aún sentado sobre el futón, con las mejillas encendidas y casi sin voz.
No obtuvo ninguna respuesta, Saito no parecía dispuesto a explicarle nada. Simplemente continuaba despojándose de su ropa, dejándola caer indolentemente al suelo en su avance hacia Sanosuke. Con las manos en la hebilla del cinturón, se mordió el labio inferior (Sano estuvo a punto de sangrar por la nariz) y siguió con el pantalón, en tanto el joven lo observaba sin decir palabra; se diría que sin respirar, hasta que un estremecimiento recorrió su espina dorsal: Saito tenía el pantalón abajo, y se mostraba sin pudor delante de él, dejando atrás el uniforme de policía. Viéndolo desde abajo, el chico estaba impresionado y sentía crecer el deseo en su cuerpo, a juzgar por la presión que experimentaba en la entrepierna. El policía se veía espectacular en toda su desnudez ("Es el hombre más endemoniadamente sensual que he visto en mi vida" pensó Sano pasando saliva con dificultad): el chico admiraba su pecho firme que se dilataba a cada inspiración; sus piernas largas y fuertes con los músculos marcándose a cada paso que daba; esos brazos poderosos que sabían sujetar una katana o golpear con dureza. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue observar su masculinidad: era enorme (fue la primera palabra que cruzó por su mente), y también se veía deliciosa...
Mientras Saito terminaba de desnudarse, acortaba la distancia entre él y el muchacho. Sus ojos relucían de lujuria, y en su sonrisa enigmática sobresalían ligeramente los colmillos...
Sanosuke reaccionó y se levantó de un salto, observando de reojo que el policía todavía tenía los guantes puestos. Al ver que hacía ademán de quitárselos, Sano negó con la cabeza, tomando una de sus manos y posándola en su pecho.
-Todavía no te los quites –le pidió con un poco de timidez, guiando la otra mano a su abdomen.
-Por lo visto ya tenías un guión para esto... –contestó el mayor ampliando aún más su sonrisa, un tanto burlón.
Sanosuke no respondió, únicamente murmuraba para sí al sentir las manos enfundadas de Saito desnudándolo con lentitud. Primero le tocó el turno a su camisa, que jaló acariciando su espalda delgada. La tela de los guantes rozaba cada parte de su cuerpo despertando sus emociones, provocando vibraciones en su virilidad. El policía quitó de un tirón la cinta del pantalón, dejando al descubierto su palpitante erección. Acercándolo a él, el lobo comenzó a acariciar su abdomen aún vendado, así como su espalda y su trasero firme. Sano se colgó de sus hombros y buscó su boca, pero Hajime se le adelantó y se dirigió a su cuello, succionando con los labios ardientes y bien abiertos la delicada piel del luchador. Éste gimió de placer y se abrazó aún más a él, disfrutando las caricias con cada poro de su piel.
-Quítatelos con los dientes... –susurró al oído de Saito refiriéndose a los guantes, antes de introducir la lengua en su oreja. Esta vez le tocó al policía estremecerse con el contacto, por lo que un animado Sanosuke empezó a bajar con la lengua por su cuello, regando húmedos besos en su hombro y su clavícula.
El ex shinsengumi lo separó un poco, con ojos febriles, y se quitó los guantes lentamente, mordiéndolos con suavidad y sin dejar de observar a Sano. El chico se derretía con sus movimientos, a la vez que masturbaba a su amante con la mano izquierda. Se sentía tan arrebatado en esos momentos, que hasta sintió temor de que se le escapara un “te amo” al subir y bajar la mano que proporcionaba placer a Saito.
Una vez se despojaron de toda la ropa, el lobo tendió a Sagara sobre el futón y se acostó sobre él. Con el chico debajo suyo, lo besó con intensidad, cobrándole por aquél beso que le había robado días antes. Sanosuke arqueó la espalda cuando Saito presionó su hombría en su vientre, mientras mordía un poco su labio inferior.
-Mmmm... Saito...
Hajime levantó las manos de Sano sobre su cabeza, inmovilizándolo para tenerlo a su entera disposición. El chico sintió entonces la lengua de Saito recorrerlo por completo, comenzando a descender desde la boca hasta su ombligo, con una lentitud que rayaba en la tortura: sin dejar nada por explorar, lamió su cuello, su pecho (atrapando entre los dientes sus pezones, probando la resistencia de su presa), su abdomen... Al llegar a las vendas, las aflojó con los dientes también, para con la mano izquierda terminar de quitarlas. Teniéndolo completamente desnudo, con el dedo recorrió cada músculo, observando el cuerpo bronceado con atención y aún sujetando sus manos con su derecha. Sano intentó liberarse, pero Saito no lo soltó y siguió bajando con una sonrisa lasciva, al tiempo que llegaba su incontenible excitación.
Por la mente de Sagara pasaban infinidad de imágenes: Saito atravesando su hombro con la espada cuando se conocieron; el lobo dándose la vuelta en el puente que se derrumbaba tras la derrota de Shishio (el sentimiento de pérdida aquella vez había sido insoportable); su rostro indignado después de que tomara sus labios sin permiso...
-Pero... me dijiste... tu esposa... –murmuraba Sano con voz entrecortada, reprochándose mentalmente el haber recordado que le había dicho esas palabras.
El ex capitán no le hizo caso y cubrió su boca con su mano libre para que se callara. A continuación, comenzó a lamer el miembro de Sanosuke con avidez, provocando descargas eléctricas en el muchacho. Éste gemía sin cesar, incrédulo por las sensaciones que experimentaba por primera vez. La boca de Saito lo albergaba por completo, succionándolo y llevándolo al cielo con sus caricias. Era obvio que sabía exactamente cómo hacerlo, e inconscientemente Sano abrió la boca y atrapó un dedo del mayor, acariciándolo con la lengua del mismo modo que Hajime lo hiciera con su sexo. El que gemía ahora era el lobo, quien rápidamente subió a su cintura y se acomodó para embestirlo con todas sus fuerzas.
Sano gruñó y cerró los ojos, contrayendo la frente al sentir que el mástil de Saito lo desgarraba al abrirse paso en su interior, lastimándolo debido a su estrechez. Recordó entonces su recurrente sueño, donde una bestia que le inspiraba terror (en esos tiempos no sabía qué era) hundía sus colmillos en su carne, haciéndole sentir punzadas de dolor...
Abrió los ojos cuando dejó de percibir al policía dentro de él. Quiso interrogarlo con la mirada, pero una risa un tanto diabólica resonó en la habitación, proveniente de su amante. Eso confundió sobremanera a Sano, quien no sabía qué pasaba.
-Debí imaginar que sería el primero... –musitó con satisfacción el lobo, consiguiendo que Sano se ruborizara ante tal declaración.
El joven iba a reprocharle el comentario, pero las palmas de su amante rodeando sus mejillas en un cálido contacto lo detuvieron:
-Escucha, novato –susurró Saito con voz ronca y embargada de deseo, ya sin burlarse de él-: no te preocupes, sólo debes relajarte. Confía en mí.
Sanosuke literalmente se derritió ante semejantes palabras. ¡Por supuesto que confiaba en él! Desde siempre lo había hecho, y escucharlo hablarle con esa voz afectuosa hizo que lo deseara aún más, con una intensidad que lastimaba. Separó completamente sus piernas demostrándole así que creía en él, y Saito lo penetró lentamente, mientras levantaba con ambas manos sus caderas y retomaba sus labios.
Los besos ahora tiernos, apasionados; el roce de la piel perlada de sudor; los jadeos provenientes de ambas gargantas y los movimientos ondulantes de Hajime sobre Sagara cargaban el ambiente de la habitación, haciéndolo denso y cálido. Sano no sabría decir si transcurrió un instante o una eternidad, sólo sabía que en los brazos de ese hombre encontraba un placer infinito que lo llenaba y lo hacía pedir más, y más...
Cuando el más joven sentía que ya no podría resistir ni un segundo, lo anunció con un prolongado suspiro, dispuesto a dejarse llevar por completo. Sin embargo, Saito envolvió con su mano su virilidad, apretando su vena para contener la explosión hasta el momento justo: tras aumentar la velocidad de su vaivén, él también contrajo todo el cuerpo, expulsando su semilla con una exclamación ahogada dentro del muchacho.
Sano llegó al clímax a la par que el lobo, experimentando como entre sueños las ondas de calor irradiadas por su propio orgasmo así como la tibieza del líquido que inundaba su interior. Entre contracciones deliciosas abrazó a Saito, quien hundió la cabeza en su cuello mientras se aferraba a él con vehemencia. Los dos cuerpos estaban entrelazados, unidos no sólo por la carne sino por otro vínculo incorpóreo, invisible. El ex shinsengumi estaba sorprendido con todo lo que estaba experimentando... ¿Qué no era sólo deseo físico? La voz suave y dulce del muchacho llamó su atención, sorprendiéndolo:
-¿Que no decías que no te gustaban los hombres? –había hablado con una sonrisa en el rostro, a la vez que acariciaba la cabeza de su hombre. La verdad era que se sentía feliz, tanto que las lágrimas amenazaban con inundar sus ojos. Pasando saliva para deshacer el nudo en su garganta, esperó la respuesta del lobo.
Saito sólo sonrió, observándolo fijamente a los ojos y contestándole con voz seductora, afectuosa:
-No me gustan los hombres... solamente te amo a ti. Tonto.
Y selló su frase con un beso, maravillado por haber descubierto el amor.