Víctima
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Disclaimer:
I do not own the movie(s) this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story.
Víctima
Ya hacía varios días desde que había ocurrido, no fue nada buscado, todo sucedió casi de repente, tras una violenta discusión, Normalmente alguien los detenía antes de comenzar a pelear, pero ese día no había nadie en el lugar para evitar que se enfrentaran. Aquel inmundo hombrecillo, siempre, de una manera o de otra, lograba sacarle de sus casillas, pero tras aquella sangrienta pelea, se mostraba mucho menos crecido cuando se encontraban por la casa, eso le agradaba, estando como estaba más que harto de su actitud petulante. Ahora tenía otra idea en mente, algo que acabaría de una vez por todas con aquella mirada desafiante y aquellas sonrisitas socarronas que tanto odiaba; de Pietro podía soportarlo, no tenía más remedio, por ser el jefe, pero del Sapo no tenía por qué.
Mientras él bajaba las escaleras que llevaban al cuarto subterráneo del mutante anfibio, este trabajaba en un añadido para el helicóptero, soldador en mano y la cara cubierta con una máscara para no quemarse la piel y las retinas. Se encontraba tan absorto en lo que tenía en manos que no le oyó entrar. A su espalda, desde la puerta, avanzaba el inmenso hombre rubio. Cuando reparó en su presencia, fue demasiado tarde para reaccionar ante lo que se le venía encima.
Lo levantó de la silla de un zarpazo, lanzándolo hacia la puerta del baño contiguo, donde golpeó con un hombro. La máscara cayó al suelo a su lado. Alzó la vista para encarar a su atacante y tuvo el tiempo justo de apartarse para no llevarse otro golpe. Acuclillándose tras moverse, saltó por encima del feroz mutante y le propinó una patada con ambas piernas en la espalda, haciéndole estrellarse contra el armario metalizado de la pared contigua al baño. El mueble se abolló por el fuerte impacto, pero Dientes de Sable no parecía herido, sólo mucho más molesto que cuando entró. El Sapo había acabado en la pared contra la que reposaba su mesa de trabajo, y le observaba desde donde estaba, respirando con pesadez, sangre manando del hombro donde había recibido el zarpazo que empezó aquello, y goteando sobre sus herramientas. Su adversario se abalanzó hacia él, y parecía que había logrado esquivarle nuevamente, pero acertó a agarrarlo de un pie, haciéndole caer de bruces al suelo. Apoyó las manos y le acertó una nueva patada, esta vez en el estómago, pero el hombre felino no sólo no le soltó, sino que lo levantó con energía y lo hizo precipitarse contra el suelo. Con ese último ataque quedó muy aturdido.
Si algo aprendió al vivir torturando y matando a su paso, es que sabía muy bien que había más de una forma de conseguir respeto, o miedo, tanto le daba. Lo alzó por el pie que aún tenía sujeto, hasta que su cabeza quedó al alcance de su otra mano. Cerró el puño alrededor de un mechón de pelo verduzco y soltándole el pie, lo mantuvo cabeza arriba, con sus caras sólo a un palmo escaso de distancia. Sonrió, estaba tan atontado que no sería difícil someterle. Pero Toynbee no se caracterizaba por ser un rival fácil, aún debilitado, logró escupirle, cubriéndole el rostro con aquel pegote translúcido que se secó casi al instante, obstruyéndole la visión y casi la respiración. Creed no tardó en hincar las garras de su mano libre en arrancarse aquello de la cara, llevándose la mayoría de su vello facial al hacerlo. Aquello escocía, pero no importaba, el pelo crecería en pocos segundos y estaba acostumbrado al dolor. Lo que realmente le cabreaba era que aquel anfibio siguiera tratando de defenderse, cuando sabía que llevaba las de perder en un espacio tan reducido, donde su potencia de salto era poco menos que inútil para ponerle a salvo.
A pesar de sus forcejeos para hacer que aquel bruto soltase su pelo, no podía hacer nada, no tenía un punto de apoyo para poder usar sus piernas, y su último recurso también había resultado en vano. Iba a recibir la paliza de su vida a manos de Dientes de Sable, eso no le extrañaba, lo que realmente le sorprendía es que fuera sin provocación previa. De repente sintió cómo su cara golpeaba con dureza la superficie de la mesa que momentos antes estaba oculta casi por completo por sus instrumentos de trabajo, la inmensa mano del canadiense, pasó a rodear su cabeza, haciéndole mantener la mejilla derecha contra el tablero. Aquella podía ser su oportunidad, apoyó los pies fuertemente en el suelo y trató de hacer fuerza, pero otra cosa le impidió terminar el movimiento, la mano libre de Creed fue directamente a su entrepierna y le clavó las cinco afiladas garras, que atravesaron la gruesa tela de sus pantalones como si fuera de papel cebolla. Dio un súbito respingo por el inesperado y doloroso contacto, intentó liberarse de aquella zarpa pero otra cosa lo impidió, la pelvis de Creed impedía que pudiera retroceder.
Jamás se le había pasado algo así por la cabeza, al menos no con el Sapo, de todas las personas de aquella casa, probablemente a la última que tendría en semejante situación sería a Toynbee, pero era el único que realmente se merecía aquello que le tenía preparado. Sonrió al ver cómo un pequeño charquito de sangre se había formado justo delante de la cara del Sapo, toda esta proveniente de su nariz y boca, sabía que no le había dado en la cabeza en todo el rato, ni siquiera cuando lo golpeó contra el suelo, aquella sabandija sabía bien cómo protegerse. Probablemente había reabierto las heridas de la pelea anterior, durante la cual consiguió hacerle incluso vomitar sangre después de propinarle algunos buenos golpes, no recordaba haber pasado unos días tan placenteros, como los que pasaron durante la estancia en cama del anfibio mutante. Pero eso había sido sólo el preludio de esto. No iba a necesitar dejarlo al borde de la muerte para sentirse tan bien como entonces, no, de esta se recuperaría… al menos físicamente.
No sabía qué clase de tortura le deparaba aquella tarde, que había comenzado demasiado bien para ser verdad, pero hacía tiempo que no sentía un pavor como aquel.
Alejando las garras lo justo para dejar de tocar su piel y sólo centrándose en el tejido que la cubría, dio un tirón, rajando el pantalón desde el centro hacia una de las perneras, y aclarando el camino de lo que quería. La prenda destrozada cayó rozando sus caderas, hasta pararse un poco más por debajo de las rodillas del sorprendido y amedrentado anfibio.
Ahora sabía qué se le estaba pasando exactamente por la cabeza a aquel monstruo rubio. Y estaba seguro de que dolería más que la paliza que esperaba. Escuchó claramente una cremallera y sintió el cálido contacto de la piel del canadiense contra su trasero. Intentaba pensar qué hacer para librarse de semejante humillación, pero no podía apenas moverse. Su respiración se aceleró incluso más cuando notó que algo le rozaba el interior del muslo, una gota de sudor le cayó por la frente, pasando a fundirse con la sangre que goteaba desde su nariz.
- ¿Te has vuelto loco? ¡No puedes hacer esto! – Exclamó, tratando de hacerle entrar en razón, una tarea ardua donde las hubiera.
No sirvió de nada, ni siquiera le estaba escuchando, con la zarpa que no le sujetaba la cabeza, rajó la camiseta, dejando a la vista algunas de las heridas sin cicatrizar de la última vez que sus garras tuvieron contacto con la resbaladiza piel. Sonrió más abiertamente pensando en cómo se vería con muchas más marcas, pasó la mano por la espalda del inglés y clavó las uñas, haciéndole sisear del dolor, varios cortes rojos resaltaron sobre el verdoso fondo, añadió más presión a sus garras, profundizando aún más en los tensos músculos que recorría, pero todavía no había oído ni un sólo gemido de queja por parte del Sapo. Hasta que no hubo penetrado al menos un centímetro no oyó el primer grito. Se relamió con complacencia, eso era lo principal de aquella sesión, hacerle sufrir el máximo posible sin llegar a matarle.
Cerró los puños alrededor del borde de la mesa, tratando con eso de mitigar el dolor en su espalda, pero era inútil, podía incluso sentir cómo la sangre surgía de los cortes. Aquello era tan doloroso que a penas pudo resistir el gritar, lamentablemente sabía que eso provocaría más fruición en el canadiense, pero no lo pudo evitar. Y los demás habían salido, por mucho que gritase nadie vendría en su auxilio, comenzó a preguntarse por qué no había ido con ellos, por qué, de todas las cosas que podría haber decidido hacer ese día en el que Pietro y Mística se llevaban a los chicos a dar una vuelta por el continente para pasar el día, después de casi un mes de tenerlos allí pululando sin nada que hacer; había pensado que quedarse a trabajar sería una buena idea. Maldijo su decisión mientras sentía como la zarpa de Dientes de Sable pasaba de rajar su espalda a rozar, casi hasta sensualmente, el costado para acabar en el estómago, sus abdominales se contrajeron inconscientemente al sentir las afiladas puntas de las uñas rozándolos. Pero otro dolor le distrajo del primero, unos colmillos que hacían dar merecimiento al alias del mutante, se clavaron en su hombro derecho, justo en la zona donde este se encontraba con el cuello. Gritó nuevamente.
Música para sus oídos. Parecían haber pasado siglos desde la última vez que había arrancado ese tipo de chillidos de alguien, y ahora retumbaban por la pequeña habitación. Saboreó el gusto metálico de la sangre de Toynbee en su boca y se le antojó lo mejor que había probado en mucho tiempo. Aquel había dejado de gritar, pero jadeaba, respiraba deprisa y su corazón iba al mismo ritmo que el de un caballo de carreras en plena galopada. Cómo estaba disfrutando aquello. Pero por mucho que le estuviese gustando, tenía que seguir con el plan inicial, porque de una paliza se recobraría y hasta podría intentar devolvérsela, pero humillarle sería más eficiente, sentiría tanta vergüenza tras lo que iba hacerle que jamás volvería a mirarle a la cara.
- Es hora de enseñarte quien manda aquí. – Dijo Creed finalmente, con la cadencia de alguien que tiene las características de ser considerado el eslabón que une los grandes felinos a los seres humanos.
Miró hacia la pared que tenía en frente, aunque pudiera alcanzar cualquiera de las cosas de la estantería que estaba anclada sobre la cama y usarlas a su favor, Creed le cortaría la lengua de un zarpazo sólo por intentarlo, negó mentalmente y cogió aire. Rezaba por caer inconsciente, que se estuviera desangrando a más velocidad de la que era realmente, con tal de no llegar a sentir nada más, el mordisco había sido ya demasiado para él. Estaba relativamente acostumbrado al dolor, pero Dientes de Sable era simplemente brutal. Trató de prepararse para lo que iba hacerle, de relajarse, de concentrarse en no sentirle… Desgraciadamente, aquello empezaría sin preparación previa alguna. Con un poco de suerte, el dolor que sentía en ese momento sería más fuerte que el que estaba por llegar.
No le haría falta nada para estar listo. Estaba tan excitado que podría perforar un muro con aquella erección. Se posicionó separando más las rodillas del desafortunado anfibio mutante y con un solo golpe introdujo parte de su pene en el interior del apretadísimo recto. Otro grito del inglés, podría llegar a acostumbrarse a oírlos. No esperó a que este se acostumbrara a su inmenso tamaño y se movió adentro y afuera de él. Los primeros fueron más difíciles, no sólo por la falta de preparación inicial, sino porque estos provocaron algún desgarro interno y la sangre funcionó como lubricante para los siguientes. El Sapo se mordía los nudillos de la mano, tratando de conducir la sensación de dolor a otra parte del cuerpo, pero aquello no era suficiente, no era nada en comparación. Aún agarrándole la cabeza sólo tenía una mano para manejarse, no importaba en absoluto, con una mano se bastaba. Hincó las garras en la cadera, creando una nueva salida a la sangre.
Quería morir en aquel preciso momento, siempre había imaginado ese tipo de cosas como algo incómodo y desagradable, y no entendía como había tíos que se dejaban dar por el culo, pero jamás hubiera podido imaginar que además, fuera tan tremendamente doloroso, y por si fuera poco la diferencia de tamaños entre ellos acentuaba mucho más que era obvio que le iba a doler como el infierno. Sabía de la estamina de Creed, días y noches había oído el ruido que emergía de la habitación que compartía este con Raven, así que estaba seguro que aquello duraría hasta que perdiera la sensibilidad en las piernas.
Tendría que haber hecho eso mucho antes, y seguro que lo repetiría otro día que tuviera ocasión, aunque lo más probable era que aquel hombrecillo no quisiera arriesgarse a quedarse solo con él otra vez. Ya buscaría la ocasión, porque la habría. Ahogó un rugido en su garganta, disfrutando de aquella estrechez propia de alguien al que jamás habían sodomizado. Miró hacia abajo, y se dio cuenta de cuanta sangre estaba haciéndole derramar, esta recorría piernas y espalda, el suelo ya estaba salpicado e incluso él tenía zonas teñidas de rojo. Sonrió y se mordió el labio inferior empujando más fuerte, más adentro, tanto que sentía que podía tocar lo que había almorzado el Sapo con la punta del pene. Se inclinó nuevamente sobre él y lamió sus heridas con deleite.
Aquel monstruo parecía incansable, había perdido la noción del tiempo casi completamente y no sólo su trasero sentía la impetuosidad de los golpes, estos hicieron que se recostara más encima de la mesa y ahora se estaba clavando el borde en las caderas, en cada entrada se repetía el sufrimiento, estaba seguro de que se acabaría cortando también ahí.
Podría estar haciendo eso durante todo lo que restaba de día, pero había que ir abreviando, posiblemente el grupo estaría al caer, y no convenía que lo cogieran en el acto, quería dejar eso bien terminado, no quería que nadie lo interrumpiese. Marcaría a ese cabrón verde para siempre. Empujó con más fuerza, esperando oír más gritos de dolor, pero el Sapo estaba casi en silencio, simplemente gemía entre dientes. Eso casi lo decepcionó, casi, pero ya no importaba, el mal estaba hecho y él estaba a punto de terminar.
Después de más de dos horas al fin estaba perdiendo la sensibilidad en su zona inferior. No sentía el suelo bajo los pies y sólo apreciaba como una simple molestia aquella violencia contra su persona. Pareció entrar en una especie de ensoñación debida al desangramiento, y deseó que eso fuera la señal de que se desmayaría en cualquier momento, pero seguía despierto. Dolorosamente despierto y ello parecía querer prolongarse hasta que llegasen los demás y se encontrasen con semejante escena, y no quería que eso pasara, quería que terminara ya, antes de que volvieran, que lo único que vieran eran sus heridas, y que las achacasen a otra sangrienta pelea, y no a aquel abuso, no quería que creyeran que no podía impedir que le pasara algo así, ni siquiera a manos de alguien como el sádico canadiense.
Un par de metidas más serían suficientes para acabar. Con la última, empujó tan fuerte las caderas del inglés contra la mesa, que casi consiguió que golpease con la cabeza en la pared. Su semen se añadió a la sangre en el interior del Sapo. Sacó su miembro del ano y la mezcla de fluidos recorrió las verdosas piernas hasta lo que quedaba del pantalón rajado. Entonces lo soltó. El cuerpo del anfibio cayó a sus pies como si fuera una muñeca de trapo y él lo observó. Contempló su obra y sonrió.
- Si cuentas a alguien esto, te juro que lo repetiré, y si crees que esta vez ha sido dolorosa, no tienes ni idea de lo doloroso que puedo llegar a hacerlo, y te arrastraré hasta arriba, donde todos puedan ver cómo te desangras. – Le advirtió, dándose cuenta de que aún estaba consciente, incluso después de tanto abuso. - ¿Me has entendido?
Le había entendido a la perfección, pero no podía decírselo, simplemente la voz no quería abandonar su garganta. Asintió despacio y pudo ver cómo el enorme mutante se marchaba por donde había venido. La puerta se cerró, y sus ojos la imitaron, se había acabado su tortura. Jamás volvería siquiera a mirar mal a aquel psicópata, una vez ya había estado de sobra, no provocaría que se repitiera. No quería volver a ser su víctima.
FIN
Mientras él bajaba las escaleras que llevaban al cuarto subterráneo del mutante anfibio, este trabajaba en un añadido para el helicóptero, soldador en mano y la cara cubierta con una máscara para no quemarse la piel y las retinas. Se encontraba tan absorto en lo que tenía en manos que no le oyó entrar. A su espalda, desde la puerta, avanzaba el inmenso hombre rubio. Cuando reparó en su presencia, fue demasiado tarde para reaccionar ante lo que se le venía encima.
Lo levantó de la silla de un zarpazo, lanzándolo hacia la puerta del baño contiguo, donde golpeó con un hombro. La máscara cayó al suelo a su lado. Alzó la vista para encarar a su atacante y tuvo el tiempo justo de apartarse para no llevarse otro golpe. Acuclillándose tras moverse, saltó por encima del feroz mutante y le propinó una patada con ambas piernas en la espalda, haciéndole estrellarse contra el armario metalizado de la pared contigua al baño. El mueble se abolló por el fuerte impacto, pero Dientes de Sable no parecía herido, sólo mucho más molesto que cuando entró. El Sapo había acabado en la pared contra la que reposaba su mesa de trabajo, y le observaba desde donde estaba, respirando con pesadez, sangre manando del hombro donde había recibido el zarpazo que empezó aquello, y goteando sobre sus herramientas. Su adversario se abalanzó hacia él, y parecía que había logrado esquivarle nuevamente, pero acertó a agarrarlo de un pie, haciéndole caer de bruces al suelo. Apoyó las manos y le acertó una nueva patada, esta vez en el estómago, pero el hombre felino no sólo no le soltó, sino que lo levantó con energía y lo hizo precipitarse contra el suelo. Con ese último ataque quedó muy aturdido.
Si algo aprendió al vivir torturando y matando a su paso, es que sabía muy bien que había más de una forma de conseguir respeto, o miedo, tanto le daba. Lo alzó por el pie que aún tenía sujeto, hasta que su cabeza quedó al alcance de su otra mano. Cerró el puño alrededor de un mechón de pelo verduzco y soltándole el pie, lo mantuvo cabeza arriba, con sus caras sólo a un palmo escaso de distancia. Sonrió, estaba tan atontado que no sería difícil someterle. Pero Toynbee no se caracterizaba por ser un rival fácil, aún debilitado, logró escupirle, cubriéndole el rostro con aquel pegote translúcido que se secó casi al instante, obstruyéndole la visión y casi la respiración. Creed no tardó en hincar las garras de su mano libre en arrancarse aquello de la cara, llevándose la mayoría de su vello facial al hacerlo. Aquello escocía, pero no importaba, el pelo crecería en pocos segundos y estaba acostumbrado al dolor. Lo que realmente le cabreaba era que aquel anfibio siguiera tratando de defenderse, cuando sabía que llevaba las de perder en un espacio tan reducido, donde su potencia de salto era poco menos que inútil para ponerle a salvo.
A pesar de sus forcejeos para hacer que aquel bruto soltase su pelo, no podía hacer nada, no tenía un punto de apoyo para poder usar sus piernas, y su último recurso también había resultado en vano. Iba a recibir la paliza de su vida a manos de Dientes de Sable, eso no le extrañaba, lo que realmente le sorprendía es que fuera sin provocación previa. De repente sintió cómo su cara golpeaba con dureza la superficie de la mesa que momentos antes estaba oculta casi por completo por sus instrumentos de trabajo, la inmensa mano del canadiense, pasó a rodear su cabeza, haciéndole mantener la mejilla derecha contra el tablero. Aquella podía ser su oportunidad, apoyó los pies fuertemente en el suelo y trató de hacer fuerza, pero otra cosa le impidió terminar el movimiento, la mano libre de Creed fue directamente a su entrepierna y le clavó las cinco afiladas garras, que atravesaron la gruesa tela de sus pantalones como si fuera de papel cebolla. Dio un súbito respingo por el inesperado y doloroso contacto, intentó liberarse de aquella zarpa pero otra cosa lo impidió, la pelvis de Creed impedía que pudiera retroceder.
Jamás se le había pasado algo así por la cabeza, al menos no con el Sapo, de todas las personas de aquella casa, probablemente a la última que tendría en semejante situación sería a Toynbee, pero era el único que realmente se merecía aquello que le tenía preparado. Sonrió al ver cómo un pequeño charquito de sangre se había formado justo delante de la cara del Sapo, toda esta proveniente de su nariz y boca, sabía que no le había dado en la cabeza en todo el rato, ni siquiera cuando lo golpeó contra el suelo, aquella sabandija sabía bien cómo protegerse. Probablemente había reabierto las heridas de la pelea anterior, durante la cual consiguió hacerle incluso vomitar sangre después de propinarle algunos buenos golpes, no recordaba haber pasado unos días tan placenteros, como los que pasaron durante la estancia en cama del anfibio mutante. Pero eso había sido sólo el preludio de esto. No iba a necesitar dejarlo al borde de la muerte para sentirse tan bien como entonces, no, de esta se recuperaría… al menos físicamente.
No sabía qué clase de tortura le deparaba aquella tarde, que había comenzado demasiado bien para ser verdad, pero hacía tiempo que no sentía un pavor como aquel.
Alejando las garras lo justo para dejar de tocar su piel y sólo centrándose en el tejido que la cubría, dio un tirón, rajando el pantalón desde el centro hacia una de las perneras, y aclarando el camino de lo que quería. La prenda destrozada cayó rozando sus caderas, hasta pararse un poco más por debajo de las rodillas del sorprendido y amedrentado anfibio.
Ahora sabía qué se le estaba pasando exactamente por la cabeza a aquel monstruo rubio. Y estaba seguro de que dolería más que la paliza que esperaba. Escuchó claramente una cremallera y sintió el cálido contacto de la piel del canadiense contra su trasero. Intentaba pensar qué hacer para librarse de semejante humillación, pero no podía apenas moverse. Su respiración se aceleró incluso más cuando notó que algo le rozaba el interior del muslo, una gota de sudor le cayó por la frente, pasando a fundirse con la sangre que goteaba desde su nariz.
- ¿Te has vuelto loco? ¡No puedes hacer esto! – Exclamó, tratando de hacerle entrar en razón, una tarea ardua donde las hubiera.
No sirvió de nada, ni siquiera le estaba escuchando, con la zarpa que no le sujetaba la cabeza, rajó la camiseta, dejando a la vista algunas de las heridas sin cicatrizar de la última vez que sus garras tuvieron contacto con la resbaladiza piel. Sonrió más abiertamente pensando en cómo se vería con muchas más marcas, pasó la mano por la espalda del inglés y clavó las uñas, haciéndole sisear del dolor, varios cortes rojos resaltaron sobre el verdoso fondo, añadió más presión a sus garras, profundizando aún más en los tensos músculos que recorría, pero todavía no había oído ni un sólo gemido de queja por parte del Sapo. Hasta que no hubo penetrado al menos un centímetro no oyó el primer grito. Se relamió con complacencia, eso era lo principal de aquella sesión, hacerle sufrir el máximo posible sin llegar a matarle.
Cerró los puños alrededor del borde de la mesa, tratando con eso de mitigar el dolor en su espalda, pero era inútil, podía incluso sentir cómo la sangre surgía de los cortes. Aquello era tan doloroso que a penas pudo resistir el gritar, lamentablemente sabía que eso provocaría más fruición en el canadiense, pero no lo pudo evitar. Y los demás habían salido, por mucho que gritase nadie vendría en su auxilio, comenzó a preguntarse por qué no había ido con ellos, por qué, de todas las cosas que podría haber decidido hacer ese día en el que Pietro y Mística se llevaban a los chicos a dar una vuelta por el continente para pasar el día, después de casi un mes de tenerlos allí pululando sin nada que hacer; había pensado que quedarse a trabajar sería una buena idea. Maldijo su decisión mientras sentía como la zarpa de Dientes de Sable pasaba de rajar su espalda a rozar, casi hasta sensualmente, el costado para acabar en el estómago, sus abdominales se contrajeron inconscientemente al sentir las afiladas puntas de las uñas rozándolos. Pero otro dolor le distrajo del primero, unos colmillos que hacían dar merecimiento al alias del mutante, se clavaron en su hombro derecho, justo en la zona donde este se encontraba con el cuello. Gritó nuevamente.
Música para sus oídos. Parecían haber pasado siglos desde la última vez que había arrancado ese tipo de chillidos de alguien, y ahora retumbaban por la pequeña habitación. Saboreó el gusto metálico de la sangre de Toynbee en su boca y se le antojó lo mejor que había probado en mucho tiempo. Aquel había dejado de gritar, pero jadeaba, respiraba deprisa y su corazón iba al mismo ritmo que el de un caballo de carreras en plena galopada. Cómo estaba disfrutando aquello. Pero por mucho que le estuviese gustando, tenía que seguir con el plan inicial, porque de una paliza se recobraría y hasta podría intentar devolvérsela, pero humillarle sería más eficiente, sentiría tanta vergüenza tras lo que iba hacerle que jamás volvería a mirarle a la cara.
- Es hora de enseñarte quien manda aquí. – Dijo Creed finalmente, con la cadencia de alguien que tiene las características de ser considerado el eslabón que une los grandes felinos a los seres humanos.
Miró hacia la pared que tenía en frente, aunque pudiera alcanzar cualquiera de las cosas de la estantería que estaba anclada sobre la cama y usarlas a su favor, Creed le cortaría la lengua de un zarpazo sólo por intentarlo, negó mentalmente y cogió aire. Rezaba por caer inconsciente, que se estuviera desangrando a más velocidad de la que era realmente, con tal de no llegar a sentir nada más, el mordisco había sido ya demasiado para él. Estaba relativamente acostumbrado al dolor, pero Dientes de Sable era simplemente brutal. Trató de prepararse para lo que iba hacerle, de relajarse, de concentrarse en no sentirle… Desgraciadamente, aquello empezaría sin preparación previa alguna. Con un poco de suerte, el dolor que sentía en ese momento sería más fuerte que el que estaba por llegar.
No le haría falta nada para estar listo. Estaba tan excitado que podría perforar un muro con aquella erección. Se posicionó separando más las rodillas del desafortunado anfibio mutante y con un solo golpe introdujo parte de su pene en el interior del apretadísimo recto. Otro grito del inglés, podría llegar a acostumbrarse a oírlos. No esperó a que este se acostumbrara a su inmenso tamaño y se movió adentro y afuera de él. Los primeros fueron más difíciles, no sólo por la falta de preparación inicial, sino porque estos provocaron algún desgarro interno y la sangre funcionó como lubricante para los siguientes. El Sapo se mordía los nudillos de la mano, tratando de conducir la sensación de dolor a otra parte del cuerpo, pero aquello no era suficiente, no era nada en comparación. Aún agarrándole la cabeza sólo tenía una mano para manejarse, no importaba en absoluto, con una mano se bastaba. Hincó las garras en la cadera, creando una nueva salida a la sangre.
Quería morir en aquel preciso momento, siempre había imaginado ese tipo de cosas como algo incómodo y desagradable, y no entendía como había tíos que se dejaban dar por el culo, pero jamás hubiera podido imaginar que además, fuera tan tremendamente doloroso, y por si fuera poco la diferencia de tamaños entre ellos acentuaba mucho más que era obvio que le iba a doler como el infierno. Sabía de la estamina de Creed, días y noches había oído el ruido que emergía de la habitación que compartía este con Raven, así que estaba seguro que aquello duraría hasta que perdiera la sensibilidad en las piernas.
Tendría que haber hecho eso mucho antes, y seguro que lo repetiría otro día que tuviera ocasión, aunque lo más probable era que aquel hombrecillo no quisiera arriesgarse a quedarse solo con él otra vez. Ya buscaría la ocasión, porque la habría. Ahogó un rugido en su garganta, disfrutando de aquella estrechez propia de alguien al que jamás habían sodomizado. Miró hacia abajo, y se dio cuenta de cuanta sangre estaba haciéndole derramar, esta recorría piernas y espalda, el suelo ya estaba salpicado e incluso él tenía zonas teñidas de rojo. Sonrió y se mordió el labio inferior empujando más fuerte, más adentro, tanto que sentía que podía tocar lo que había almorzado el Sapo con la punta del pene. Se inclinó nuevamente sobre él y lamió sus heridas con deleite.
Aquel monstruo parecía incansable, había perdido la noción del tiempo casi completamente y no sólo su trasero sentía la impetuosidad de los golpes, estos hicieron que se recostara más encima de la mesa y ahora se estaba clavando el borde en las caderas, en cada entrada se repetía el sufrimiento, estaba seguro de que se acabaría cortando también ahí.
Podría estar haciendo eso durante todo lo que restaba de día, pero había que ir abreviando, posiblemente el grupo estaría al caer, y no convenía que lo cogieran en el acto, quería dejar eso bien terminado, no quería que nadie lo interrumpiese. Marcaría a ese cabrón verde para siempre. Empujó con más fuerza, esperando oír más gritos de dolor, pero el Sapo estaba casi en silencio, simplemente gemía entre dientes. Eso casi lo decepcionó, casi, pero ya no importaba, el mal estaba hecho y él estaba a punto de terminar.
Después de más de dos horas al fin estaba perdiendo la sensibilidad en su zona inferior. No sentía el suelo bajo los pies y sólo apreciaba como una simple molestia aquella violencia contra su persona. Pareció entrar en una especie de ensoñación debida al desangramiento, y deseó que eso fuera la señal de que se desmayaría en cualquier momento, pero seguía despierto. Dolorosamente despierto y ello parecía querer prolongarse hasta que llegasen los demás y se encontrasen con semejante escena, y no quería que eso pasara, quería que terminara ya, antes de que volvieran, que lo único que vieran eran sus heridas, y que las achacasen a otra sangrienta pelea, y no a aquel abuso, no quería que creyeran que no podía impedir que le pasara algo así, ni siquiera a manos de alguien como el sádico canadiense.
Un par de metidas más serían suficientes para acabar. Con la última, empujó tan fuerte las caderas del inglés contra la mesa, que casi consiguió que golpease con la cabeza en la pared. Su semen se añadió a la sangre en el interior del Sapo. Sacó su miembro del ano y la mezcla de fluidos recorrió las verdosas piernas hasta lo que quedaba del pantalón rajado. Entonces lo soltó. El cuerpo del anfibio cayó a sus pies como si fuera una muñeca de trapo y él lo observó. Contempló su obra y sonrió.
- Si cuentas a alguien esto, te juro que lo repetiré, y si crees que esta vez ha sido dolorosa, no tienes ni idea de lo doloroso que puedo llegar a hacerlo, y te arrastraré hasta arriba, donde todos puedan ver cómo te desangras. – Le advirtió, dándose cuenta de que aún estaba consciente, incluso después de tanto abuso. - ¿Me has entendido?
Le había entendido a la perfección, pero no podía decírselo, simplemente la voz no quería abandonar su garganta. Asintió despacio y pudo ver cómo el enorme mutante se marchaba por donde había venido. La puerta se cerró, y sus ojos la imitaron, se había acabado su tortura. Jamás volvería siquiera a mirar mal a aquel psicópata, una vez ya había estado de sobra, no provocaría que se repitiera. No quería volver a ser su víctima.
FIN