Traidores a la Sangre
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Spanish › Harry Potter
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Adult ++
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Disclaimer:
I do not own the Harry Potter book and movie series, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story.
Traidores a la Sangre
Capítulo 1
Eran principios de noviembre y el frío ya comenzaba a estar presente con una persistencia que calaba los huesos. A dios gracias la lluvia no era frecuente en estas tierras y hacía bastantes días que los esclavos del carromato no tenía que preocuparse por que el agua se colase por los barrotes y que el frío congelase sus pocas ropas después de que la lluvia amainase.
En cada carromato de madera y hierro traqueteantes cabían unos seis esclavos adultos, ocho si algunos eran mujeres o niños. Ahora mismo la caravana ya se había deshecho de una gran parte en EveinPort y sólo iban tres o cuatro por carreta.
El de pelo negro y miraba insondable estaba apoyado en los barrotes frente a la puerta, tenía entre sus brazos a su compañero, un hombre joven cuyas espantosas cicatrices desfiguraban las cuencas de los ojos que su antiguo amo debía de haber arrancado, intentaba darle el máximo calor posible. Una de sus manos descansaba en el cabello de su compañero, tan sucio que apenas dejaba ver el color del mismo aunque debía de ser bastante claro, y la otra reposaba sobre su rodilla flexionada y continuamente se abría y cerraba en un puño dejando los nudillos blancos por la fuerza en la que hacía el movimiento. Este era el único gesto que permitía saber que el hombre estaba vivo.
La chica, casi una niña con la que compartían carromato les miraba embelesada preguntándose una vez más qué les había podido llevar a esa situación. No parecían esclavos comunes, o al menos justificaban cada una de las cicatrices que poblaban la espalda del moreno. Todos los esclavos aprendía desde su nacimiento a tener una expresión de mansedumbre que agradase a sus amos, sus propios padres, esclavos también les enseñaban desde pequeños las formas que debían guardar ante sus señores y cuando cumplían la edad adecuada los mismo señores iban adecuándolos a sus mañas. Ella llevaba sus 15 años al servicio de una marquesa venida a menos y si no fuese porque la mujer había tenido que vender sus más preciadas posesiones para poder pagar las deudas que dejó su marido, habría podido cumplir otros 15 sin cambiar de dueño. La marquesa, había sido bastante amable con ella, la servía como camarera personal y dama de compañía, a veces les cortaba el pelo a sus nietos y calentaba la cama de su hijo menor, no era una mala vida, mucho mejor que la de otros muchos. La anciana sólo la castigaba cuando era realmente necesario y no había pasado de dos o tres azotainas. Siempre la decía que su cabello, rojo como el fuego y sus pecas eran hermosas, y su hijo el joven marqués estaba de acuerdo o al menos eso le decía cuando yacía entre sus brazos. Si Ginebra ni hubiese sido una esclava, la habría terminado desposando.
Ahora había aprendido por las malas que la vida que había estado llevando hasta el momento no era la más común entre los esclavos de las tierras del Lord. Los tratantes se lo habían dejado bien claro la primera noche que pasó a su ‘cuidado’. Sin mayor miramiento y después de que el joven marqués tuviese que admitir que ya no era virgen, esa misma noche los guardas de los carromatos la habían bajado del suyo y la utilizaron uno tras otro hasta que sollozando había pedido clemencia. Todos ellos hicieron oídos sordos y el líder de la caravana se encontraba muy ocupado en su tienda de campaña disfrutando de sus propios esclavos como para advertir el jaleo que estaban montando sus asalariados. Sus lágrimas era motivo de mofa para todos salvo para el esclavo de pelo negro. Él la acogió entre sus brazos cuando los guardias hubieron terminado y le dio su camisa para que cubriese su desnudez. Cuando los soldados del siguiente turno fueron a por la nueva adquisición para divertirse con ella, el primero que asomó la cabeza para cogerla por un tobillo se llevó un codazo en el rostro que le partió la nariz. Hicieron falta seis hombres armados y un estruendo que sacó al mismísimo Blaise Zabinni de su tienda para aplacar la furia del esclavo.
Cuando el mercader llegó a donde se encontraban pudo ver a tres de sus hombres sujetando al hombre de pelo negro y tres más golpeándole con las lanzas hasta que lo tumbaron en el suelo. Zabinni dio el alto y no tuvo ni que preguntar qué había pasado. Ver a la muchacha con su camisa y al otro mirando sin ver la escena agarrado a los barrotes gritando que parasen le explicó más que si se lo hubiesen contado.
Ginebra recordaba como el mercader había mandado levantar a su ‘salvador’ y durante un instante que pareció eterno ambos se miraban a los ojos, algo que era impensable en un esclavo, y al final fue el comerciante el que bajó la mirada podría decirse que avergonzado.
Mandó atar al esclavo de cara a un tronco y le azotó personalmente treinta veces. Después mandó a una de sus propias esclavas a curar las heridas de su espalda y las de Ginebra. Desde ese día ningún guardia volvió a molestarla. Aunque a veces, como hoy se tomaban la venganza por su mano y eran presa de pequeñas represalias como un cuenco menos de comida y las gachas llenas de insectos.
Un guardia se aproximó al carromato. Cuando abrió la puerta el hombre de pelo negro dejó apoyado suavemente a su compañero y se acercó hacia la comida, el carro no era ni siquiera lo bastante alto como para que Ginebra con su metro cincuenta de estatura se pusiese de pie, así que mucho menos para que él que le sacaba una cabeza y media a la chica. Fue a coger el cazo que le tendía el guardia, pero este antes de que pudiese agarrarlo lo tiró al suelo del carromato riendo estruendosamente. Con el valor salido de saberse rodea de sus compañeros agarró del cabello al esclavo y tiró hacia él hasta que su cuello quedó retorcido en una incómoda postura y el hombre tenía que agarrarse con ambas manos a las tablas del suelo para no caer de bruces.
-Deberías darme las gracias, escoria. Si no tienes modales nadie te comprará y ¿sabes qué? Quizá organice una recogida de dinero para que te compremos entre todos y entonces sabrás lo que es bueno, serpiente.
Una mano de piel delicada se posó suavemente en la del guardia.
-Por favor señor, mi compañero no puede hablar, pero le está muy agradecido por su generosidad, ambos le agradecemos que nos haya traído la comida, señor.
El soldado apretó un poco más su agarre hasta que el del pelo negro bajó la mirada, cuando hubo conseguido la única muestra de sumisión que iba a recibir de aquel esclavo le soltó bruscamente y le empujó dentro de la aquella jaula.
El hombre se llevó la mano a la cabeza y frotó un poco la parte donde segundos antes parecía que le iban a arrancar el cuero cabelludo.
-¿Estás bien?
El ciego posó una mano en el hombro de su amigo y ambos se sentaron donde habían estado minutos antes.
‘Sí, no ha sido nada. Y no deberías humillarte antes ellos de esa forma’
La voz de su compañero resonó en su cabeza, aunque carecía de voz podía comunicarse con él por medio de su mente. A decir verdad cualquier mago que estuviese receptivo y supiese cómo hacerlo podría haberle escuchado. Decidió ignorar su comentario, él sabía que si querían sobrevivir lo mínimo que se les pediría era que tratasen a sus amos con deferencia. Quizá el no poder hablar era una ventaja, pues sabía que su amigo jamás había podido llamar a alguien Amo sin que se le atragantase la palabra en la garganta. Él por el contrario estaba aprendiendo a marchas forzadas el valor de la supervivencia.
-¿Cuánta comida han dejado esta vez?
-Dos tazones.- la voz de Ginebra sonó por primera vez, estaba algo asustada. Siempre se asustaba cuando venían los guardias.- y están medio vacíos…uhg…que asco han vuelto a poner bichos.
El esclavo de pelo negro tomó uno de los tazones y comenzó a sacar los escarabajos y los pequeños gusanos de tierra que les echaban cada vez que podían. Los fue separando a un lado en el suelo de madera y le tendió el tazón ya limpio a la chica con una mirada que no dejaba lugar a dudas: cómetelo todo. Después siguió con el de su amigo y no pudo reprimir una leve sonrisa cuando vio los ‘bichos’ que les había puesto esta vez aquellos mendrugos. Gambas. Gambas crudas, pero frescas, probablemente habían abierto uno de los toneles de Zabinni para ver qué podían robar durante el camino y se habían encontrado con varios kilos de gambas en hielo. Aquellos estúpidos las habrían confundido con insectos por su cáscara y se las habían puesto como castigo a ellos. Bendita ignorancia.
Una por una las fue pelando y le puso la primera en la mano a su compañero, que al sentir el tacto viscoso y blando del animal puso cara de asco.
-Oh Sev, por Merlín sabes que odio los gusanos…
‘No son gusanos Lucius. Esos idiotas han confundido unas buenas gambas con unos insectos’
Lucios sonrió ante la buena noticia y se llevó la gamba pelada a la boca. Estaba cruda y helada, pero era definitivamente la mejor comida que había probado en meses. Una tras otra fue comiéndose todas las que Severus le daba hasta que se giró hacia donde estaba su compañero y negó con la cabeza.
-¿Estarás comiendo tú también verdad?
‘Sí’
La respuesta fue escueta, aunque la mentira fue clara. Mientras Lucius comía lo más aprovechable, Severus se fue cenando los insectos que había recopilado de ambos tazones. Ya no le daban asco, se había acostumbrado y realmente no eran tan malos, tenían bastantes nutrientes y eso le mantenía algo más saludable que si se hubiese limitado a aquellas gachas asquerosas que les servían.
-Cuando Zabinni se entere les va a quitar muchos galeones de su salario.
Cuando terminaron de cenar Lucius volvió a acurrucarse contra el calor de su amigo. Sabía que las heridas que les habían inflingido a ambos eran terribles y que la maldición que pesaba sobre Severus era espantosa, pero se sentía débil y marchito y lo que es peor avergonzado de su propia debilidad, pero no podía evitar necesitarle, deseaba sentirse protegido y su viejo compañero siempre le había hecho sentir así.
Mientras, a su lado el moreno se acomodaba con la espalda contra los barrotes, ponía un brazo en torno a su amigo y con un gesto le indicaba a Ginebra que se acercase, la pobre tiritaba de frío pero nunca le había pedido compartir su calor y por eso precisamente él todas las noches la invitaba a ponerse a su lado y la abrazaba como hacía con Lucius. Ellos, suponía, se sentían a salvo con él. Y Severus por su parte se pasaba largas horas pensando en que si para empezar él no hubiese tenido aquella brillante idea, ninguno de los dos estarían ahora, maltrechos y torturados.
TBC.
NdA: Bueno es mi primer fic y espero que pueda gustaros a algun@s, si fueseis tan amables de dejar algún comentario, intentaré mejorar ^^
Eran principios de noviembre y el frío ya comenzaba a estar presente con una persistencia que calaba los huesos. A dios gracias la lluvia no era frecuente en estas tierras y hacía bastantes días que los esclavos del carromato no tenía que preocuparse por que el agua se colase por los barrotes y que el frío congelase sus pocas ropas después de que la lluvia amainase.
En cada carromato de madera y hierro traqueteantes cabían unos seis esclavos adultos, ocho si algunos eran mujeres o niños. Ahora mismo la caravana ya se había deshecho de una gran parte en EveinPort y sólo iban tres o cuatro por carreta.
El de pelo negro y miraba insondable estaba apoyado en los barrotes frente a la puerta, tenía entre sus brazos a su compañero, un hombre joven cuyas espantosas cicatrices desfiguraban las cuencas de los ojos que su antiguo amo debía de haber arrancado, intentaba darle el máximo calor posible. Una de sus manos descansaba en el cabello de su compañero, tan sucio que apenas dejaba ver el color del mismo aunque debía de ser bastante claro, y la otra reposaba sobre su rodilla flexionada y continuamente se abría y cerraba en un puño dejando los nudillos blancos por la fuerza en la que hacía el movimiento. Este era el único gesto que permitía saber que el hombre estaba vivo.
La chica, casi una niña con la que compartían carromato les miraba embelesada preguntándose una vez más qué les había podido llevar a esa situación. No parecían esclavos comunes, o al menos justificaban cada una de las cicatrices que poblaban la espalda del moreno. Todos los esclavos aprendía desde su nacimiento a tener una expresión de mansedumbre que agradase a sus amos, sus propios padres, esclavos también les enseñaban desde pequeños las formas que debían guardar ante sus señores y cuando cumplían la edad adecuada los mismo señores iban adecuándolos a sus mañas. Ella llevaba sus 15 años al servicio de una marquesa venida a menos y si no fuese porque la mujer había tenido que vender sus más preciadas posesiones para poder pagar las deudas que dejó su marido, habría podido cumplir otros 15 sin cambiar de dueño. La marquesa, había sido bastante amable con ella, la servía como camarera personal y dama de compañía, a veces les cortaba el pelo a sus nietos y calentaba la cama de su hijo menor, no era una mala vida, mucho mejor que la de otros muchos. La anciana sólo la castigaba cuando era realmente necesario y no había pasado de dos o tres azotainas. Siempre la decía que su cabello, rojo como el fuego y sus pecas eran hermosas, y su hijo el joven marqués estaba de acuerdo o al menos eso le decía cuando yacía entre sus brazos. Si Ginebra ni hubiese sido una esclava, la habría terminado desposando.
Ahora había aprendido por las malas que la vida que había estado llevando hasta el momento no era la más común entre los esclavos de las tierras del Lord. Los tratantes se lo habían dejado bien claro la primera noche que pasó a su ‘cuidado’. Sin mayor miramiento y después de que el joven marqués tuviese que admitir que ya no era virgen, esa misma noche los guardas de los carromatos la habían bajado del suyo y la utilizaron uno tras otro hasta que sollozando había pedido clemencia. Todos ellos hicieron oídos sordos y el líder de la caravana se encontraba muy ocupado en su tienda de campaña disfrutando de sus propios esclavos como para advertir el jaleo que estaban montando sus asalariados. Sus lágrimas era motivo de mofa para todos salvo para el esclavo de pelo negro. Él la acogió entre sus brazos cuando los guardias hubieron terminado y le dio su camisa para que cubriese su desnudez. Cuando los soldados del siguiente turno fueron a por la nueva adquisición para divertirse con ella, el primero que asomó la cabeza para cogerla por un tobillo se llevó un codazo en el rostro que le partió la nariz. Hicieron falta seis hombres armados y un estruendo que sacó al mismísimo Blaise Zabinni de su tienda para aplacar la furia del esclavo.
Cuando el mercader llegó a donde se encontraban pudo ver a tres de sus hombres sujetando al hombre de pelo negro y tres más golpeándole con las lanzas hasta que lo tumbaron en el suelo. Zabinni dio el alto y no tuvo ni que preguntar qué había pasado. Ver a la muchacha con su camisa y al otro mirando sin ver la escena agarrado a los barrotes gritando que parasen le explicó más que si se lo hubiesen contado.
Ginebra recordaba como el mercader había mandado levantar a su ‘salvador’ y durante un instante que pareció eterno ambos se miraban a los ojos, algo que era impensable en un esclavo, y al final fue el comerciante el que bajó la mirada podría decirse que avergonzado.
Mandó atar al esclavo de cara a un tronco y le azotó personalmente treinta veces. Después mandó a una de sus propias esclavas a curar las heridas de su espalda y las de Ginebra. Desde ese día ningún guardia volvió a molestarla. Aunque a veces, como hoy se tomaban la venganza por su mano y eran presa de pequeñas represalias como un cuenco menos de comida y las gachas llenas de insectos.
Un guardia se aproximó al carromato. Cuando abrió la puerta el hombre de pelo negro dejó apoyado suavemente a su compañero y se acercó hacia la comida, el carro no era ni siquiera lo bastante alto como para que Ginebra con su metro cincuenta de estatura se pusiese de pie, así que mucho menos para que él que le sacaba una cabeza y media a la chica. Fue a coger el cazo que le tendía el guardia, pero este antes de que pudiese agarrarlo lo tiró al suelo del carromato riendo estruendosamente. Con el valor salido de saberse rodea de sus compañeros agarró del cabello al esclavo y tiró hacia él hasta que su cuello quedó retorcido en una incómoda postura y el hombre tenía que agarrarse con ambas manos a las tablas del suelo para no caer de bruces.
-Deberías darme las gracias, escoria. Si no tienes modales nadie te comprará y ¿sabes qué? Quizá organice una recogida de dinero para que te compremos entre todos y entonces sabrás lo que es bueno, serpiente.
Una mano de piel delicada se posó suavemente en la del guardia.
-Por favor señor, mi compañero no puede hablar, pero le está muy agradecido por su generosidad, ambos le agradecemos que nos haya traído la comida, señor.
El soldado apretó un poco más su agarre hasta que el del pelo negro bajó la mirada, cuando hubo conseguido la única muestra de sumisión que iba a recibir de aquel esclavo le soltó bruscamente y le empujó dentro de la aquella jaula.
El hombre se llevó la mano a la cabeza y frotó un poco la parte donde segundos antes parecía que le iban a arrancar el cuero cabelludo.
-¿Estás bien?
El ciego posó una mano en el hombro de su amigo y ambos se sentaron donde habían estado minutos antes.
‘Sí, no ha sido nada. Y no deberías humillarte antes ellos de esa forma’
La voz de su compañero resonó en su cabeza, aunque carecía de voz podía comunicarse con él por medio de su mente. A decir verdad cualquier mago que estuviese receptivo y supiese cómo hacerlo podría haberle escuchado. Decidió ignorar su comentario, él sabía que si querían sobrevivir lo mínimo que se les pediría era que tratasen a sus amos con deferencia. Quizá el no poder hablar era una ventaja, pues sabía que su amigo jamás había podido llamar a alguien Amo sin que se le atragantase la palabra en la garganta. Él por el contrario estaba aprendiendo a marchas forzadas el valor de la supervivencia.
-¿Cuánta comida han dejado esta vez?
-Dos tazones.- la voz de Ginebra sonó por primera vez, estaba algo asustada. Siempre se asustaba cuando venían los guardias.- y están medio vacíos…uhg…que asco han vuelto a poner bichos.
El esclavo de pelo negro tomó uno de los tazones y comenzó a sacar los escarabajos y los pequeños gusanos de tierra que les echaban cada vez que podían. Los fue separando a un lado en el suelo de madera y le tendió el tazón ya limpio a la chica con una mirada que no dejaba lugar a dudas: cómetelo todo. Después siguió con el de su amigo y no pudo reprimir una leve sonrisa cuando vio los ‘bichos’ que les había puesto esta vez aquellos mendrugos. Gambas. Gambas crudas, pero frescas, probablemente habían abierto uno de los toneles de Zabinni para ver qué podían robar durante el camino y se habían encontrado con varios kilos de gambas en hielo. Aquellos estúpidos las habrían confundido con insectos por su cáscara y se las habían puesto como castigo a ellos. Bendita ignorancia.
Una por una las fue pelando y le puso la primera en la mano a su compañero, que al sentir el tacto viscoso y blando del animal puso cara de asco.
-Oh Sev, por Merlín sabes que odio los gusanos…
‘No son gusanos Lucius. Esos idiotas han confundido unas buenas gambas con unos insectos’
Lucios sonrió ante la buena noticia y se llevó la gamba pelada a la boca. Estaba cruda y helada, pero era definitivamente la mejor comida que había probado en meses. Una tras otra fue comiéndose todas las que Severus le daba hasta que se giró hacia donde estaba su compañero y negó con la cabeza.
-¿Estarás comiendo tú también verdad?
‘Sí’
La respuesta fue escueta, aunque la mentira fue clara. Mientras Lucius comía lo más aprovechable, Severus se fue cenando los insectos que había recopilado de ambos tazones. Ya no le daban asco, se había acostumbrado y realmente no eran tan malos, tenían bastantes nutrientes y eso le mantenía algo más saludable que si se hubiese limitado a aquellas gachas asquerosas que les servían.
-Cuando Zabinni se entere les va a quitar muchos galeones de su salario.
Cuando terminaron de cenar Lucius volvió a acurrucarse contra el calor de su amigo. Sabía que las heridas que les habían inflingido a ambos eran terribles y que la maldición que pesaba sobre Severus era espantosa, pero se sentía débil y marchito y lo que es peor avergonzado de su propia debilidad, pero no podía evitar necesitarle, deseaba sentirse protegido y su viejo compañero siempre le había hecho sentir así.
Mientras, a su lado el moreno se acomodaba con la espalda contra los barrotes, ponía un brazo en torno a su amigo y con un gesto le indicaba a Ginebra que se acercase, la pobre tiritaba de frío pero nunca le había pedido compartir su calor y por eso precisamente él todas las noches la invitaba a ponerse a su lado y la abrazaba como hacía con Lucius. Ellos, suponía, se sentían a salvo con él. Y Severus por su parte se pasaba largas horas pensando en que si para empezar él no hubiese tenido aquella brillante idea, ninguno de los dos estarían ahora, maltrechos y torturados.
TBC.
NdA: Bueno es mi primer fic y espero que pueda gustaros a algun@s, si fueseis tan amables de dejar algún comentario, intentaré mejorar ^^