Sacrificio
Sacrificio
En eso, pocos días antes de que su segundo hijo, Feles, cumpliese ocho años, el señor Malfoy constató algo terrible: el niño era un squib. Era completamente impensable que un squib se convirtiera en siquiera un posible sucesor de la línea Malfoy. Pero, ¿cómo sacar de en medio a un niño squib de ocho años, de quien todo el mundo esperaba que se convirtiese en el “repuesto”?
El señor y la señora Malfoy analizaron todas las posibilidades: el niño podría enfermarse trágicamente, podría tener un accidente con su escoba, caerse de su pony y romperse el cuello, ser raptado y no aparecer nunca más…
Pero ninguna de esas opciones era convincente por completo. El chico podría enfermarse pero sobrevivir, y para colmo quedar incapacitado de por vida. Otro tanto sucedía con la escoba o el pony, donde además podría llegar a notarse que sus padres intentaban sacarlo de en medio. En cuanto al rapto, era una opción interesante, pero eso supondría tener un montón de incompetentes (y no tan incompetentes) del Ministerio de la Magia metiendo las narices en la Mansión Malfoy con la excusa de estar buscando pistas sobre el paradero del pequeño.
Finalmente se decidieron por lo más radical, limpio y seguro: el niño sería sacrificado. Harían una gran fiesta para celebrar el ingreso de Draco, el primogénito, al colegio, y en agradecimiento a la Magia que les concedió ese hijo mago heredero, sacrificarían al segundo niño.
La noche que siguió a la tarde del íntimo festejo de su octavo cumpleaños, el señor Malfoy se llevó consigo a Feles a su despacho privado para mantener una conversación “de hombre a hombre”. Le explicó que él, Feles, como segundo hijo tenía obligaciones, entre ellas la de obedecer siempre a sus padres y la de aprobar y encontrar siempre justas, correctas y necesarias las decisiones de su padre. El niño asintió a todo, muy respetuosamente.
Luego el señor Malfoy le explicó acerca de la fiesta, de la importancia de la magia de Draco, y que él, Feles sería sacrificado. Que faltaban once meses para la fecha fijada para la celebración, y que mientras tanto se harían todos los preparativos. Que Feles, siendo ya un niño de suficiente edad, participaría activamente en la preparación del evento. Que lo consultarían, ya que en buena parte aquella sería su fiesta. Y que como medida excepcional, a Feles se le permitiría elegir su suplicio y forma de muerte.
El niño estaba atónito, pero se entusiasmó de inmediato. Comenzó a das sugerencias y a mencionar invitados que de ningún modo podrían obviarse. El señor Malfoy no pudo evitar pensar que era una lástima que tuviese que sacrificarlo, ya que el niño era todo un Malfoy.
Durante los diez meses siguientes la fiesta fue preparada con esmero. Feles colaboró mucho, cada vez más ocupado y entusiasmado. A fin de conservarlo con buen humor, lo consintieron y mimaron. Se le permitió abandonar los estudios, atiborrarse de dulces, chillar y saltar, andar por ahí con la ropa desarreglada, despeinado, levantarse a la hora que quisiera, correr por los pasillos; todo lo que antes había estado terminantemente prohibido.
Sólo el último mes las lecciones de retórica y buenos modales fueron muy estrictas, el resto del tiempo se le permitió vivir. Lucius lo llevó a todos los sacrificios públicos, a las fiestas especiales, a todos los eventos en los que hubiese suplicios, torturas y sacrificios, a fin que el niño eligiese la forma del suyo.
Feles dudó mucho, todas las muertes le parecían dignas e impresionantes. Al principio deseaba ser quemado vivo en un fuego verde y plata, como los colores de Slytherin, pero luego cambió de opinión y optó por que su padre lo estrangulara con un cordel de seda.
Pero se le ocurrió que lo opositores políticos de Lucius verían aquello con malos ojos, con lo cual tenía razón, de modo que nuevamente cambió de opinión y prefirió ser envenenado con una pócima de acción lenta.
Luego de ver a una niña de su edad morir de aquella manera le pareció poco impresionante y decidió que era mejor ser empalado, esto es, que una lanza le fuese introducida en el culo y desde allí lo atravesara todo a lo largo.
Lucius estuvo de acuerdo, y ya estaba a punto de contratar a un especialista que dirigía tan hábilmente la lanza que la punta acababa sobresaliendo en medio de la cabeza de la víctima sin que hubiese ninguna otra herida visible en todo el cuerpo, cuando uno de sus opositores políticos sacrificó a uno de sus hijos de esta manera.
Otra vez tuvieron que cambiar de martirio y muerte. El señor Malfoy le prometió al desilusionado Feles que si sacrificaba a otro hijo en una fiesta como esa lo haría empalar.
La fiesta se desarrolló perfectamente. Todo salió muy bien, los invitados estuvieron encantados, la comida era deliciosa, la decoración fue elegantísima, todas las personas importantes e influyentes conocieron a Draco. Perfecto.
Y lo que más les interesaba a los Malfoy, el sacrificio de su hijo squib. También el sacrificio fue perfecto, a tono con el resto de la fiesta.
Feles apareció vestido con una sobria y elegantísima túnica negra de seda salvaje, su cabello rubio impecablemente peinado, modales cortesanos y una sonrisa dulcísima, que ningún invitado pareció notar que había costado un mes de ensayos diarios.
En un área cercada había un gran caldero de oro con el escudo de los Malfoy. El señor y la señora Malfoy esperaban uno a cada lado del caldero, de cara al público. El niño caminó con paso firme a la tarima, se arrodilló delante de sus padres presentándoles sus respetos, y luego, de pie y de cara al público pronunció con toda claridad y su convicción su deseo y obligación de ser ofrecido en sacrificio a la Magia , que tanto había hecho por su familia.
Fue aclamado por el público. Algunos niños de más edad solían tartamudear, largarse a llorar, estar temblando o visiblemente asustados. Algunos padres drogaban a sus hijos para que no diesen problemas, otros les echaban la maldición Imperius o alguna otra menos grave pero similar a fin de controlar que los niños no hicieran quedar mal a la familia.
En cambio, Feles Malfoy estaba totalmente lúcido y consciente, y se comportaba impecablemente. Hubo muchos murmullos de aprecio y admiración por este hecho.
Feles se dirigió a su madre, quien le quitó la túnica que lo cubría con movimientos cuidadosos pero de ningún modo asustadizos. El chico quedó desnudo delante de su madre, excepto por unas anchas pulseras, tobilleras y un pectoral casi demasiado ancho, todos ellos de oro puro, que formaban parte del sacrificio y se convertirían en una donación para el templo de la Magia.
Esto causó una nueva ola de murmullos. La mayoría de los padres solía ocultar la desnudez de sus hijos, pero el señor Malfoy quería que todos viesen que era un hijo saludable y hermoso el que sacrificaba.
El niño se dirigió de un modo que todo el público pudiese verlo de cuerpo entero hacia su padre, quien sonreía suavemente. Feles estaba a punto de explotar de felicidad. La fiesta estaba saliendo espectacularmente bien, y su parte se desarrollaba maravillosamente. Su padre tenía ese brillo de orgullo y alegría en los ojos y su madre ya le había murmurado “estupendo”.
Feles se paró ante su padre, quien lo tomó por las axilas y lo colocó dentro del caldero, donde el chico se sentó de inmediato. Era un caldero grande, tenía que arrodillarse para mantener la cabeza fuera del aceite.
Aceite. En eso consistía el martirio escogido por Feles: sería hervido vivo en aceite de oliva, el más fino y caro que pudieron conseguir. Una muerte lenta y horrible, tal como el chico consideraba que un sacrificio debía ser.
Por fin su padre, con ademán grandilocuente, confirmó que como cabeza de su familia, él sacrificaba a este hijo suyo y de su legítima esposa a la Magia , en agradecimiento por los dones recibidos. Que lo hacía por libre deseo y voluntad, sin estar obligado, deseando y queriendo él dar a ese niño suyo, sangre de su sangre y carne de su carne, en sacrificio.
Sus progenitores se alejaron, a fin de permitir que él fuese el único centro de atención. Feles seguía sonriendo, y sonrió más cuando su madre, sin que nadie lo notara, colocó rápida e imperceptiblemente el conjuro que le impedía hundir la cabeza ni aunque quisiera. El resto del cuerpo, hasta el cuello, estaba hundido en el aceite.
Y enseguida su padre colocó, del mismo modo secreto, otro conjuro sobre él, uno que le impedía decir una sola palabra coherente en cualquier idioma. Durante su martirio podría gritar, pero no diría ni una palabra.
Su madre colocó rápidamente un conjuro simple que mantendría la cara de su hijo limpia de sudor y lágrimas, a fin de no afear la imagen del sacrificado. Su padre le echó otro conjuro que le impediría desmayarse pasara lo que pasase.
Feles sonrió más que nunca, el espectáculo empezaría en cualquier momento.
Entonces su padre, con gestos exagerados, apuntó con su varita y encendió el fuego bajo el caldero. Un fuego verde y plata, porque esa idea siempre le había gustado demasiado a Feles como para descartarla por completo. Feliz de que todos sus deseos habían sido satisfechos, Feles sonrió al público, que lo observaba con toda atención.
Lo que había sido un agradable calorcito se convirtió en un infierno. La suave y delicada piel de Feles se ampollaba y ardía insoportablemente. Feles aguantó todo lo que pudo, pero pronto comentó a gritar y luego a aullar de dolor. Su padre entonces bajó el fuego, a fin de prolongar la agonía del niño. Eso también estaba acordado entre padre e hijo.
Era terrible, insoportable, todo su cuerpo dolía demasiado, y él aullaba, no se podía desmayar, no podía hacer que se detuviera, quería llorar pero no tenía lágrimas, los adornos de oro que llevaba estaban al rojo vivo y lo lastimaban otro poco más todavía, sólo podía gritar de dolor y mirar a las caras de morboso interés de los invitados a la fiesta; su madre lo había hechizado de tal modo que además de impedirle hundir la cabeza le impedía girarla.
Feles gritó, aulló, se sacudió, tuvo todas las reacciones instintivas esperables: intentar salir del aceite, hundirse totalmente, golpear contra los lados del caldero. Nada dio resultado para calmar su sufrimiento, tal y como estaba previsto.
Cuando el señor Malfoy estuvo seguro que su hijo estaba prácticamente muerto, levantó la varita, deshizo con cuidado de que nadie lo notara el conjuro de su esposa que le impedía al niño hundirse y, a punta de varita, sacó el cuerpo retorcido y quemado del aceite hirviente, dejándolo suspendido en el aire sobre el caldero.
Los invitados a la fiesta ahogaron un unísono grito al ver el resultado del martirio. Fueron sólo unos segundos que el cuerpo deshecho de Feles Malfoy quedó expuesto a la vista, luego el señor Malfoy lo hundió por completo en el aceite. La señora Malfoy avivó las llamas con su varita, tanto que unos pocos minutos más tarde todo el aceite se había evaporado.
Cuando el olor a carne quemada fue demasiado fuerte, el señor Malfoy apagó las llamas y colocó un conjuro enfriador en el caldero. Agradeció otra vez a la Magia y le reiteró sus intenciones de ser un humilde servidor a sus órdenes. Él y su esposa desvanecieron el cerco; el señor Malfoy anunció que cuando acabara la fiesta el caldero y su contenido serían enviados al Templo de la Magia como donación de parte de la familia Malfoy, y la señora Malfoy anunció que a continuación se servirían los licores.
Dejaron intencionalmente el caldero y lo que había dentro de tal modo que todo el que quisiera podía ir a ver el resultado del sacrificio, y más de una importante personalidad del mundo mágico decidió que en adelante cuidaría mejor sus espaldas: si los Malfoy le hacían eso a uno de los suyos, qué no harían con uno de sus enemigos…
El quinto hijo de los Malfoy, que resultó ser un mago, fue criado como “repuesto”. El sexto, otro varón, fue sacrificado en agradecimiento a la Magia cuando Draco, el primogénito, acabó los estudios con honores. Y el señor Malfoy le permitió a su esposa quedarse con el séptimo niño, ya que ella tenía curiosidad por saber cómo era eso de la maternidad.