Mi amo
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Disclaimer:
La siguiente historia es un pedazo de ficción. Cualquier parecido con la realidad de alguien, es pura coincidencia. This is a fictional work, any resemblance to a place, peson or situation is coincidential.
Mi amo
La plaza estaba llena de personas. Los transeúntes caminaban tranquilamente, charlaban entre ellos, mientras pocos percataban el destartalado edificio que se alzaba detrás de la Catedral, desafiante el religioso edificio con el negocio que se realizaba allí. Era un mercado de esclavos. Y no solo eso, era engañosamente el mercado con mayor alcurnia y que presentaba mayor calidad en todo el país, y era uno de los 20 mejores del continente.
Señores de alto linaje caminaban por enfrente del viejo edificio, pocos de ellos prestándole atención, y aun mas pocos entraban allí, mientras que todos los que entraban, salían acompañados por su nueva adquisición, sea uno o mas esclavos, todos con manos y pies en grilletes, inhibiendo sus movimientos. Sin embargo, esta inhibición era innecesaria, pues las personas con los pesados metales en sus extremidades sabían lo que eran: esclavos, propiedades de otros, personas que por la previa guerra, por una u otra razón, no encontraron otra forma de sobrevivir que buscar la escasa comida y protección que existía en el mundo, al entregarse en servicios a señores ricos y adinerados, de los pocos que, aun con bombas cayendo en distintas partes del país y niños muriendo de hambre en cada esquina, gozaban de buena comida, costosa bebida, dormían en camas cómodas y calientes, y contaban de un techo seguro y resistente encima de sus cabezas.
Los indigentes, la clase media baja, y la clase pobre desesperaron. Empezó con pequeños favores: acompañar a una señora, servir de guardaespaldas por una noche, lavar habitaciones, ser dama de compañía, chofer o jardinero, y luego, mientras la guerra se acercaba a su clímax, la comida escaseaba mas, y los chances de sobrevivir disminuían a puntos casi insoportables, unos pocos tomaron una decisión que revolucionaria la vida de la pequeña ciudad: ofreció sus servicios de esclavo a un gran magnate de la ciudad. Desde entonces, miles de hombres y mujeres desesperados se unían a la creciente masa de personas que dedicaban su vida a servir a otros.
Los veía con recelo, con odio y rencor a las personas que salían acompañando a los ricos del país, con los grilletes en extremidades, y la cara llena de alivio, y un cierto halo de esperanza. Los odiaba. Odiaba todo lo que tenia que ver con la esclavitud, como las personas subyugaban su vida a otras personas, pasando su vida en una secuencia vergonzosa de servidumbre, impotencia y obediencia desmedida, a los desalmados que empezaron el negocio, el mercado de esclavos, que dedicaban su vida a romper almas, “entrenando” a las personas a ser peones, pero sobretodo, odiaba a los pocos sinvergüenzas que, siendo libres, se vendían a este mundo, y lo que es peor, llegaban a vender a alguna otra persona, entregando personas inocentes a los deseos y caprichos de los demás. Pero mas que todo, odiaba su vida, pues mirando a los insulsos esclavos andar con sus nuevos maestros fuera del edificio a través de su ventana, no podía negar la verdad de los que era: una esclava, una persona sin vida, vendida desde niña a un mercader repugnante por su propio padre, a cambio de una bolsa llena de dinero.
Desde su celda, en el tercer piso del viejo edificio, esperaba el inevitable momento en el que algún noble, seguramente viejo y decrepito, llegara y la notara, para llevársela de ese infierno, para llevarlo a uno peor: una mansión grande y ostentosa, donde cada ornamento valía mas que ella como esclava, donde le aguardaría un nido, y no cualquier nido, sino un nido de esclavos sexuales, el cual, lamentablemente, era el nivel al cual ella había caído, pese a sus intentos de salir de esa vida tan denigrante.
Oyó ruido a su alrededor, pero no presto la mas mínima atención. No le interesaba lo que le decía su mercader, desde siempre ha sido una persona desobediente y voluntariosa, con un espíritu inquebrantable, y pretendía quedarse así: nadie, ni un mercader, ni un “prestigioso señor”, ni nadie, lograría que ella dejara de sentirse dueña de si misma y de su destino, lo cual explica que con solo 20 años, había ya pasado por las manos de 7 maestros, en lo que llevaba de vida, 6 maestros mas de lo normal en la vida del esclavo promedio.
-eh! Te hablo a ti, esclava! Te dije que te acercaras!!
Dentro de su celda, la chica se quedo inmóvil, todavía mirando hacia su pequeña ventana al mundo exterior, sin prestarle la mas mínima atención. Oyó el indistinguible sonido de su celda abriéndose, los pasos pesados de las botas caminando hacia ella, percibió las demás esclavas que estaban en la misma celda hacerse a un lado.
Con un jalón despiadado, el hombre la alzo por el pelo. No grito, solo gruñó ante el dolor, y se aseguro de mirar al hombre de manera ruda y desafiante. Sus ojos se encontraron con los de el, quien le hizo mueca de asco y desagrado. Abrió los finos labios, y su aliento fue como una bofetada para ella, pero mas desagradable fue ver los dientes sucios y gastados, mientras le amenazaba fríamente.
-Estan interesados en ti, fierecita… te odio tanto como tu me odias a mi, así que haznos el favor de comportarte, así no tendremos que vernos mas en la vida – le susurro el amenazadoramente, mientras sus sucias manos le apretaban el brazo despiadadamente.
–Lo único que tienes que hacer… es portarte bien, pedazo de mierda.
Con un empujón, la saco de la celda donde estaba, llevándola por los pasillos prácticamente a la fuerza. Sus pasos tropezaban torpemente por los pesados metales en sus tobillos, y ella no levantaba la mirada, no por obediencia ni nada parecido, sino por que luego de tener cientos de personas, la mayoría bruta, sin modales y asquerosas, desesperadas por no tener comodidad ni facilidades, nadie sabe que se puede uno encontrar rondando por los pisos, y debe de cuidar sus pasos.
La llevaron al quinto piso, y se sorprendió, sabía que en el quinto piso era que alojaban a los señores más prestigiosos y ricos del país entero. Las paredes estaban cubiertas de un fino terciopelo verde oscuro, los muebles con un estilo antiguo, con telas ricas y con bordes dorados, con curvas suntuosas y elegantes. Solo había estado en esta habitación antes para limpiarlo, pero cada vez que entraba, era como si fuera la primera vez, nunca salía del perplejo de tanto lujo, mientras dos pisos abajo ella no tenía ni una cama decente donde pasar las noches, solo un colchón viejo y ruyido que mas que colchón, parecía una sabana, lo cual era prácticamente dormir en el suelo… solo que el suelo era más sucio y asqueroso que el viejo colchón, por lo que ella se conformaba con no perder su viejo acompañante de las noches.
La sacaron de sus pensamientos con una sacudida, en la que la arrodillaron en frente de lustrosas botas de cuero, y un costoso pantalón de un material que ni siquiera conocía; sea quien fuere, la persona en frente de ella era alguien que estaba bien posicionado, y que seguro tenia mas recursos de los que ella vería juntos en toda su vida. Sintió una mano suave y fuerte hacerse de su mejilla, y supo que vería el rostro de su posible nuevo dueño. No fue, en lo más mínimo, decepcionada con lo que vió.
Era uno de esos viejos que siempre dijo que buscaban un esclavo sexual. Tenia unos ojos negros fríos y estrictos, una nariz larga y algo ancha en la punta, que le hacía pensar en un embudo al revés, pues estaba coronado con un fino puente, unos labios finos y casi invisibles, corteado por arrugas y acentuado por líneas de expresión. La curva estricta hacia debajo de sus labios le hacía ver aún más viejo de lo que seguro era, y sus toscas manos le apretaban la mandíbula. Desde antes de la “inspección” rutinaria de un esclavo sexual, ella ya odiaba al viejo pervertido que seguro la compraría.
El viejo la haló por la mandíbula, haciéndola mover su cabeza de un lado a otro, y ella sintió los ojos admirándola de perfil, para luego hacerla que se parara. El mercader se movió hacia ella, para proceder a desnudarla, pero, para la sorpresa de ella, el viejo le detuvo con una mano.
-No es necesario…- dijo el viejo, y para ella, su voz tenia el mismo chillar de dos hoja de papel rozándose la una contra la otra. Alivio corrió por sus venas, si el viejo no deseaba verla desnuda, lo más seguro era que no le había gustado algo de ella, y pon ende no se la levaría a ningún sitio. Ella contuvo el suspiro de alivio, ya que el viejo no pretendía llevársela, no tenía que armar ningún escándalo para no estar bajo las garras de semejante adefesio. -Me la llevo
Y el mundo pareció derrumbarse alrededor de la esclava.
Señores de alto linaje caminaban por enfrente del viejo edificio, pocos de ellos prestándole atención, y aun mas pocos entraban allí, mientras que todos los que entraban, salían acompañados por su nueva adquisición, sea uno o mas esclavos, todos con manos y pies en grilletes, inhibiendo sus movimientos. Sin embargo, esta inhibición era innecesaria, pues las personas con los pesados metales en sus extremidades sabían lo que eran: esclavos, propiedades de otros, personas que por la previa guerra, por una u otra razón, no encontraron otra forma de sobrevivir que buscar la escasa comida y protección que existía en el mundo, al entregarse en servicios a señores ricos y adinerados, de los pocos que, aun con bombas cayendo en distintas partes del país y niños muriendo de hambre en cada esquina, gozaban de buena comida, costosa bebida, dormían en camas cómodas y calientes, y contaban de un techo seguro y resistente encima de sus cabezas.
Los indigentes, la clase media baja, y la clase pobre desesperaron. Empezó con pequeños favores: acompañar a una señora, servir de guardaespaldas por una noche, lavar habitaciones, ser dama de compañía, chofer o jardinero, y luego, mientras la guerra se acercaba a su clímax, la comida escaseaba mas, y los chances de sobrevivir disminuían a puntos casi insoportables, unos pocos tomaron una decisión que revolucionaria la vida de la pequeña ciudad: ofreció sus servicios de esclavo a un gran magnate de la ciudad. Desde entonces, miles de hombres y mujeres desesperados se unían a la creciente masa de personas que dedicaban su vida a servir a otros.
Los veía con recelo, con odio y rencor a las personas que salían acompañando a los ricos del país, con los grilletes en extremidades, y la cara llena de alivio, y un cierto halo de esperanza. Los odiaba. Odiaba todo lo que tenia que ver con la esclavitud, como las personas subyugaban su vida a otras personas, pasando su vida en una secuencia vergonzosa de servidumbre, impotencia y obediencia desmedida, a los desalmados que empezaron el negocio, el mercado de esclavos, que dedicaban su vida a romper almas, “entrenando” a las personas a ser peones, pero sobretodo, odiaba a los pocos sinvergüenzas que, siendo libres, se vendían a este mundo, y lo que es peor, llegaban a vender a alguna otra persona, entregando personas inocentes a los deseos y caprichos de los demás. Pero mas que todo, odiaba su vida, pues mirando a los insulsos esclavos andar con sus nuevos maestros fuera del edificio a través de su ventana, no podía negar la verdad de los que era: una esclava, una persona sin vida, vendida desde niña a un mercader repugnante por su propio padre, a cambio de una bolsa llena de dinero.
Desde su celda, en el tercer piso del viejo edificio, esperaba el inevitable momento en el que algún noble, seguramente viejo y decrepito, llegara y la notara, para llevársela de ese infierno, para llevarlo a uno peor: una mansión grande y ostentosa, donde cada ornamento valía mas que ella como esclava, donde le aguardaría un nido, y no cualquier nido, sino un nido de esclavos sexuales, el cual, lamentablemente, era el nivel al cual ella había caído, pese a sus intentos de salir de esa vida tan denigrante.
Oyó ruido a su alrededor, pero no presto la mas mínima atención. No le interesaba lo que le decía su mercader, desde siempre ha sido una persona desobediente y voluntariosa, con un espíritu inquebrantable, y pretendía quedarse así: nadie, ni un mercader, ni un “prestigioso señor”, ni nadie, lograría que ella dejara de sentirse dueña de si misma y de su destino, lo cual explica que con solo 20 años, había ya pasado por las manos de 7 maestros, en lo que llevaba de vida, 6 maestros mas de lo normal en la vida del esclavo promedio.
-eh! Te hablo a ti, esclava! Te dije que te acercaras!!
Dentro de su celda, la chica se quedo inmóvil, todavía mirando hacia su pequeña ventana al mundo exterior, sin prestarle la mas mínima atención. Oyó el indistinguible sonido de su celda abriéndose, los pasos pesados de las botas caminando hacia ella, percibió las demás esclavas que estaban en la misma celda hacerse a un lado.
Con un jalón despiadado, el hombre la alzo por el pelo. No grito, solo gruñó ante el dolor, y se aseguro de mirar al hombre de manera ruda y desafiante. Sus ojos se encontraron con los de el, quien le hizo mueca de asco y desagrado. Abrió los finos labios, y su aliento fue como una bofetada para ella, pero mas desagradable fue ver los dientes sucios y gastados, mientras le amenazaba fríamente.
-Estan interesados en ti, fierecita… te odio tanto como tu me odias a mi, así que haznos el favor de comportarte, así no tendremos que vernos mas en la vida – le susurro el amenazadoramente, mientras sus sucias manos le apretaban el brazo despiadadamente.
–Lo único que tienes que hacer… es portarte bien, pedazo de mierda.
Con un empujón, la saco de la celda donde estaba, llevándola por los pasillos prácticamente a la fuerza. Sus pasos tropezaban torpemente por los pesados metales en sus tobillos, y ella no levantaba la mirada, no por obediencia ni nada parecido, sino por que luego de tener cientos de personas, la mayoría bruta, sin modales y asquerosas, desesperadas por no tener comodidad ni facilidades, nadie sabe que se puede uno encontrar rondando por los pisos, y debe de cuidar sus pasos.
La llevaron al quinto piso, y se sorprendió, sabía que en el quinto piso era que alojaban a los señores más prestigiosos y ricos del país entero. Las paredes estaban cubiertas de un fino terciopelo verde oscuro, los muebles con un estilo antiguo, con telas ricas y con bordes dorados, con curvas suntuosas y elegantes. Solo había estado en esta habitación antes para limpiarlo, pero cada vez que entraba, era como si fuera la primera vez, nunca salía del perplejo de tanto lujo, mientras dos pisos abajo ella no tenía ni una cama decente donde pasar las noches, solo un colchón viejo y ruyido que mas que colchón, parecía una sabana, lo cual era prácticamente dormir en el suelo… solo que el suelo era más sucio y asqueroso que el viejo colchón, por lo que ella se conformaba con no perder su viejo acompañante de las noches.
La sacaron de sus pensamientos con una sacudida, en la que la arrodillaron en frente de lustrosas botas de cuero, y un costoso pantalón de un material que ni siquiera conocía; sea quien fuere, la persona en frente de ella era alguien que estaba bien posicionado, y que seguro tenia mas recursos de los que ella vería juntos en toda su vida. Sintió una mano suave y fuerte hacerse de su mejilla, y supo que vería el rostro de su posible nuevo dueño. No fue, en lo más mínimo, decepcionada con lo que vió.
Era uno de esos viejos que siempre dijo que buscaban un esclavo sexual. Tenia unos ojos negros fríos y estrictos, una nariz larga y algo ancha en la punta, que le hacía pensar en un embudo al revés, pues estaba coronado con un fino puente, unos labios finos y casi invisibles, corteado por arrugas y acentuado por líneas de expresión. La curva estricta hacia debajo de sus labios le hacía ver aún más viejo de lo que seguro era, y sus toscas manos le apretaban la mandíbula. Desde antes de la “inspección” rutinaria de un esclavo sexual, ella ya odiaba al viejo pervertido que seguro la compraría.
El viejo la haló por la mandíbula, haciéndola mover su cabeza de un lado a otro, y ella sintió los ojos admirándola de perfil, para luego hacerla que se parara. El mercader se movió hacia ella, para proceder a desnudarla, pero, para la sorpresa de ella, el viejo le detuvo con una mano.
-No es necesario…- dijo el viejo, y para ella, su voz tenia el mismo chillar de dos hoja de papel rozándose la una contra la otra. Alivio corrió por sus venas, si el viejo no deseaba verla desnuda, lo más seguro era que no le había gustado algo de ella, y pon ende no se la levaría a ningún sitio. Ella contuvo el suspiro de alivio, ya que el viejo no pretendía llevársela, no tenía que armar ningún escándalo para no estar bajo las garras de semejante adefesio. -Me la llevo
Y el mundo pareció derrumbarse alrededor de la esclava.